Félix Santos, 2012, Españoles en la Alemania nazi. Testimonios de visitantes del III Reich
entre 1933 y 1945, Ediciones Endymion, Madrid.
Para
Europa los países del sur son un problema. A España, Grecia o Portugal,
enganchados tarde a un tren que habían ideado los países del centro, les cuesta mantener el paso. Lastran un
retraso inmemorial. Son, como decía Hegel, el margen de una Europa cuyo centro
es "germano y protestante". El libro de Félix Santos, sin embargo,
invita a revisar los tópicos. España, por ejemplo, ¿margen o marginada? Siempre
hubo en España una corriente de pensamiento para la que, si España era el
problema, Europa era la solución. No fue así entre 1933 y 1945, el tiempo en
que el hitlerismo daba la hora en Europa.
En
ese tiempo Berlín era el centro del mundo y fueron muchos los españoles que no
faltaron a la cita. Eran periodistas, políticos, intelectuales, trabajadores o deportados.
El autor del libro les sigue la pista. Sabíamos de ello por sus crónicas o relatos.
Lo nuevo de Félix Santos es la mirada refrescante sobre ese pasado. Lo consigue
rescatando impresiones del momento inteligentemente contextualizadas. De
repente descubrimos que Hitler estaba en la sala de estar de los españoles.
Entró en 1933, en tiempos de la República y, gracias a las crónicas de los
periodistas destacados en Alemania, tomamos conciencia de que la prensa
católica y/o conservadora le hizo de la familia y, otra, la socialista y
liberal, le vio como una amenaza. Mientras Chaves Nogales avisaba ya en 1933,
con una perspicacia incomparable, "de la extirpación metódica de los
judíos", otros, como González Ruano, el cronista de ABC, celebraba la
quema de libros de ese mismo año, con la justificación de que ahí se hacía
"lo que la Iglesia católica ha hecho siempre"; es el mismo periodista
que luego, en 1935, aplaudía las medidas antisemitas del Congreso de Nürenberg.
Esas dos miradas se polarizaron durante la Guerra Civil cuando Hitler pasó de
ser objeto noticiable a actor de los destinos de España. Tenía que haber mucha
pasión para que a Antonio Tovar le fascinaran los andares de un Hitler
desvencijado.
Estaban
todos convencidos, sin embargo, de que el destino de España estaba ligado al de
Europa. Ridruejo se alista en la División Azul convencido de que "Europa
entera no tendrá paz mientras Rusia exista". El Gobierno Republicano, por
su parte, reconoce ya en 1938 que los responsables de los crímenes contra los
judíos son "los mismos promotores de la campaña contra la República".
En ese momento, España no es el margen de Europa sino que está en el epicentro.
Lo que se desprende de los testimonios recogidos en este libro es que para los
españoles de uno u otro bando el futuro de Europa estaba ligado al triunfo o a
la derrota del fascismo. Los falangistas
esperan mucho provecho de Hitler y los republicanos, también, pero de su
derrota.
La
derrota de la República entronizó a Hitler en la vida nacional por eso se
prohibió en España la circulación de la encíclica Mit brennender Sorge que condenaba levemente al fascismo, sin que el
triunfo aliado supusiera el final del franquismo. Con el derribo de Hitler, Largo Caballero fue
liberado, sí, del campo de concentración de Oranienburg y Jorge Semprún, del de Buchenwald, pero no
pudieron volver a su país porque los aliados prefirieron la dictadura a la
república. Los demócratas españoles perdieron dos veces: cuando venció el
fascismo y cuando fue vencido. El texto del prisionero llamado Largo Caballero, todo un
presidente del Gobierno español, resulta conmovedor por su lucidez. Europa se
reconstruyó marginando a España. Desde entonces, margen. Estos pasados pesan en
la construcción de la Unión Europea sobre todo cuando no se les tiene en
cuenta.
Reyes Mate (El País,
Babelia, 2 de febrero 2013)