3/3/17

“Pensar en español”. Balance de un proyecto

1) Bajo el rótulo de “pensar en español” podemos ubicar un planteamiento que viene de antiguo y que tiene muchos aspectos. Quiero decir con esto que ni es de ahora ni es sólo como algunos lo entendemos. Hay autores que han reflexionado explícitamente sobre ello (Gaos, Leopoldo Zea o María Zambrano) y otros que lo han practicado (Ortega y Gasset o Américo Castro). Yo me voy a atener a cómo lo hemos entendido algunos a partir de la experiencia que ha supuesto la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía (Eiaf). Así que hablemos de la Eiaf.


2) La Eiaf que llegará a su término en las próximas semanas con la edición del volumen 32-2 dedicado a la “Filosofía Iberoamericana en el siglo XX. Filosofía práctica” comenzó hace 30 años en el Congreso de Filosofía de México que tuvo lugar en Toluca. Allí nos encontramos algunos (Salmerón, Villoro, Olivé, Sobrevilla, Guariglia, Muguerza y yo mismo) que coincidíamos en que había llegado el momento de hacer algo juntos. Hablábamos de una “Enciclopedia Hispánica” o algo parecido. Allí estaban tres directores de sendos Institutos de filosofía en México, Buenos Aires y Madrid (yo mismo era a la sazón del potente Patronato del Instituto de Filosofía). Aquello pudo quedar en nada como tantos proyectos que nos inventamos en momentos de euforia, pero hubo un dato que daba a entender que esto iba en serio. Al acabar el Congreso Fernando Salmerón, que era un hombre serio, nos invita a Muguerza y a mi a que le acompañemos en su coche a México DF. En el almuerzo nos pregunta si la estamos decididos a llevar adelante el proyecto. Muguerza y yo le decimos que sí. Muguerza lo apoyaba incondicionalmente y yo que acababa de salir del Ministerio de Educación y al ser Presidente de un potente Patronato contaba con el apoyo de patronos que rerpesentaban a la Comunidad de Madrid, al Ministerio de Educación, al de Cultura y al propio CSIC. Salmerón nos hizo dos observaciones: “para que esto funcione”, nos dijo, “deberíamos tener en cuenta que el paga no manda”  (aviso pues a un funcionamiento democrático en la toma de decisiones) y, también, “que había que seleccionar a los mejores” (y evitar el compadreo).  Como Guariglia y Olivé manifestaron en muchas ocasiones, hay que agradecer al gobierno español el apoyo de todo tipo. Emilio Muñoz, a la sazón Secretario General del Plan de Investigación, nos brindó un generoso apoyo para empezar y nos sugirió la fórmula de funcionamiento: teníamos que plantearlo como un proyecto de investigación.

3) El proyecto tenía como objetivo la creación de una comunidad iberoamericana de filosofía mediante una estrategia múltiple: por un lado, un proyecto editorial (la Eiaf), el mismo que ahora acaba; por otro, la organización de congresos iberoamericanos, unos sectoriales y otros generales; también el compromiso de potenciar el conocimiento mutuo (recordaréis que al Instituto de Filosofía de Madrid invitamos a filósofos de países que conocíamos menos: a un grupo de chilenos, con Giannini  al frente; a un grupo de portugueses, de Porto y Lisboa; a un grupo de cubanos, con Jorge Acanda; a un grupo de Paris VIII por su vinculación con América, Jacques Poulain, Vermehren, etc.)

4) Balance
A la hora de hacer balance hay que tener en cuenta de dónde partíamos. Hubo por entonces un artículo muy revelador de Jorge Edwards en El País. Decía que los latinoamericanos venían a España de paso; poco conocían de lo que se hacía y poco había que les atara. Pero lo mismo se podría decir de la relación entre mexicanos y chilenos; o entre argentinos y colombianos: ni se conocían ni se extrañaban.
Eso ha cambiado en los últimos treinta años: nos conocemos mucho mejor; nos leemos un poco más; se han multiplicado los intercambios; hemos hecho cosas juntos; hemos celebrado cada cuatro año grandes congresos y hemos realizado la Eiaf con la participación de unos 500 autores hispano y lusoparlantes.
            ¿Cómo valorar la Eiaf? Pregunta interesante para poder seguir adelante. El primer valor de la Eiaf es que exista, el esse de los escolásticos: hemos demostrado que podemos plantearnos operaciones de gran alcance y que lo hecho en filosofía se puede hacer en otros campos (se ha intentado una “Enciclopedia de Ciencias de las Religiones” que por razones económicas ha quedado interrumpida después de nueve volúmenes). Si de la existencia pasamos a la esencia, hay que decir que nos hemos quedado a mitad de camino, es decir, si nos preguntamos si hemos conseguido los objetivos previstos con nuestras intensa actividad hay que reconocer que seguimos citándonos poco; manifiestamente preferimos un (mal) libro en alemán a uno (bueno) en español… No conseguimos dar con el tono adecuado a la hora de valorar nuestras aportaciones: nos movemos entre el desprecio o el entusiasmo desmedido (habría que recordar en este momento las duras y agudas críticas de Carlos Pereda al “pensamiento latinoamericanista”. Critica, en primer lugar, el fervor sucursalero: tenemos una tradición filosóficamente débil y eso ha alimentado una filosofía dependiente; el que sale a estudiar no vuelve nunca pues aunque regrese queda colgado de donde estuvo. En segundo lugar, el afán de novedades: nos encanta estar a la última sin haber pasado por la penúltima; somos posmodernos sin haber sido modernos. Luego están los que, conscientes de estos males, tratan de superarlos con un nuevo y mayor vicio: el vicio del entusiasmo nacionalista: nada como lo nuestro; proclaman que hay que sacudirse la dependencia invocando una filosofía castiza: “filosofía mexicana” “filosofía venezolana o bolivariana”… En otro lugar he reconocido la justeza de estos vicios sin que eso signifique abandonar el proyecto de un pensar en español.
            Estas insuficiencias las hemos notado desde el principio. Hay un informe de Guillermo Hurtado en los años noventa que ya denuncia ese peligro. Recuerdo las intervenciones de Luis Villoro invitando a corregir el rumbo.
            Aunque nosotros, desde la dirección, tratábamos de hacerlo, no conseguíamos gran cosa porque no era cuestión de querer o no querer. Había un problema de fondo que tenía que ver con el tipo de filosofía que cultivábamos. Nosotros mismos no nos tomábamos en serio porque en el fondo cultivábamos un tipo de filosofía anglosajona, alemana, francesa en el que no cabía lo que nosotros pedíamos. Llegamos entonces a la conclusión que para pensar con personalidad había que hacerse una pregunta previa, a saber, ¿qué significa “pensar en español”?

5) Pensar en español: no se trataba sólo de hacernos un sitio como hispanohablantes en el seno de un mundo globalizado dominado por el inglés (objetivo importante, por cierto). Se trataba de eso y algo más: de preguntarnos si la lengua que hablamos no nos obligaba a ciertos ajustes, no conllevaba ciertas exigencias a la hora de “elevar nuestro tiempo a conceptos” que es el fin de toda filosofía. Teníamos que aclarar mejor la relación entre la lengua y el pensamiento.
            A poco que reflexiones sobre ello, se ponen en evidencia algunas certezas: a) que todos pensamos en una lengua (y que si no pensamos en la propia, pensaremos en la de otros); b) que el español es una Weltsprache, es decir, una lengua universal que encierra en sí experiencias particulares, enfrentadas unas con otras, pero que forman parte de una historia común en muchos momentos. Ese enfrentamiento nos llevaría a un pensar interpelativo más que consensual. Esto tiene su importancia en política y moral (por ejemplo al hablar de justicia, pero también de memoria o de paz o de responsabilidad o de culpa); c) el español es una lengua hoy dominante pero que ha llegado a serlo acallando otras lenguas: en España, al árabe y al hebreo; en A.L. las lenguas indígenas. Esto también determina el pensar en español: aquí la dialéctica entre palabra y silencio tiene que ser muy sonora; d) también deberíamos preguntarnos por qué se ha pensado en español más en la literatura o en las artes que en filosofía (una idea muy frecuente en Unamuno). No podemos por ejemplo hablar de verdad como lo hace la filosofía analítica. Nosotros podemos y debemos hablar de verdad y filosofía o verdad y teatro, pero no lo hacemos, ni nos atrevemos; e) el tema del exilio y la filosofía. Si los judíos elaborando su exilio parieron al mundo el concepto de diáspora, está por elaborar por parte de los españoles la significación de la exclusión con la que hemos ido fabricando nuestras identidades (Américo Castro). Habría que rescatar la racionalidad propia del exilio que es la contraria de la Platónica. En la Apología de Sócrates, éste lamenta que sus amigos le empujen a aceptar el exilio para salvar la vida: “¿tan poco os importante mi presencia, mi conversación?”, les dice. Para Sócrates la conversación, el diálogo es la vida. Es el lugar de la razón y del sentido. La razón platónica es discursiva o deliberativa. Pero hay zonas de la realidad a la que no llega el diálogo. No basta siempre el mejor argumento para descubrir la verdad. Hay una razón interpelativa que no espera consensos sino que hace preguntas. Esa razón bien podría ser la del exiliado; f) no puede faltar en esta investigación de lo que sea un pensar en español, la figura del ensayo. ¿Por qué habría de desmerecer un ensayo frente a un Traktat si la tarea de la filosofía no es escribir mamotretos sino pensar su tiempo?. El ensayo no es una filosofía menor.
            Lo que hay que reconocer es que, en la realización de la Eiaf, ha habido una asimetría o disfuncionalidad entre esta reflexión sobre el alcance del pensar en español y el diseño o desarrollo de la Eiaf. Nos hicimos estas preguntas demasiado tarde. No al principio sino cuando el barco estaba en altamar. En su dibujo inicial había más de filosofía analítica que de pensar en español. Fue en el decurso de la realización del proyecto cuando caímos en la cuenta de lo que uno y otro modelo comportaban.

6) Tareas pendientes. Si alguien se planteara recoger este legado y seguir adelante, debería dar prioridad a este debate, a lo que signifique pensar en español. Manifiestamente no estamos convencidos de esto. Hay dudas razonables de que la cosa valga la pena. Algunos ni siquiera tienen dudas. Voy a poner un ejemplo muy ilustrativo. El otro día presentábamos Fernando Broncano, Alberto Sucasas y yo mismo la obra de Juan Mayorga, Elipses. Ocurrió que tras una primera intervención entusiasta de Fernando Broncano, filósofo analítico, ponderando sin límites el teatro de Mayorga,  Sucasas puso sobre la mesa el tema tan querido de Mayorga sobre la relación entre teatro (que es una ficción, una “mentira”) y verdad. Tanto él como yo defendíamos el compromiso del teatro con la verdad. Entonces tomó la palabra el filósofo analítico para decir muy indignado que eso no era serio. El, un analítico no podía aceptar que se hablara de verdad en relación al teatro: “La verdad es cosa de hechos y de eso habla la ciencia”, punto. Y yo me pregunto entonces ¿de qué iba su entusiasmo? ¿qué le entusiasmaba de Mayorga: la brillantez de su retórica? Todos sabemos que el tema arte y verdad tiene mucho recorrido. No hay más que recordar los nombres de Heidegger , Benjamin o Adorno ¿por qué damos por liquidado un problema como ese cuando de él depende tanto?
            Sería por tanto necesario hacer un esfuerzo en ese sentido. ¿Cómo hacerlo? He dicho que esto de pensar en español es una preocupación que está muy diseminada: en Unamuno y Ortega, en Machado y Zambrano, en Spinoza y Sor Juana, en Cervantes y Américo Castro…habría que repasar esas lecturas y leerlas de nuevo bajo este prima.
De un proyecto como de pensar en español se podría decir que ha tenido éxito si consigue que en un seminario de epistemología, si alguien plantea el tema de la relación entre Mayorga y Aristóteles (teatro y filosofía) no nos echemos las manos a la cara o nos lo tomemos como una rareza sino que nos lo asumiéramos tan en serio como hizo Heidegger con Hölderlin cuando se preguntaba por el “origen de la creación artística”…Y quién sabe si un congreso sobre verdad y literatura o arte no sería una buena ocasión para fijar este discurso.

            Y una coda final. Alguien puede decir que todo el mundo piensa en su lengua con lo que “pensar en español” no puede pretender ser distinto de los demás. Es verdad que todo el mundo piensa en su lengua…salvo cuando la industria cultural nos impone las tesis formuladas en la lengua dominante. Yo estoy convencido que lo que dicen Rawls o Habermas sobre la justicia, por ejemplo, responde a un contexto determinado. El problema es por qué en Barranquilla se les toma tan en serio. Al final pensamos en la lengua del imperio, como antaño. Y otra cosa: no se trata de ser original. Cada pensador, si quiere pensar bien, tiene que ser consecuente con su lengua. No se trata de ser originales sino de que empecemos a pensar así.


Reyes Mate (Intervención en el encuentro “Pensar en español en clave mexicana”, organizado por el Instituto de Filosofía del CSIC, 16 de enero 2017)