El Gobierno español y el Vaticano
han llegado a un acuerdo sobre el sentido que dar al espacio histórico conocido
como Cuelgamuros. El centro lo ocupa un templo católico que es al tiempo un
cementerio público y no religioso, el más grande de la guerra civil, en el que
se han recogido unos 34.000 muertos en la citada contienda, un tercio de los
cuales son republicanos.
El acuerdo consiste en cambiar de
significado el lugar. Fundado por el régimen dictatorial para, según el Decreto
firmado por Franco, “perpetuar la memoria de los que cayeron en nuestra
gloriosa Cruzada”, va a pasar a ser, como dice la Ley democrática del 2007, “un
lugar de memoria en clave de reparación, verdad y reconciliación”.
Es una gran noticia que trasciende
las siempre complejas relaciones de una democracia aconfesional con la Iglesia
católica. Habría que recordar que se ha conseguido en el 2025 lo que no fue
posible en el año 2011 cuando se constituyó, de acuerdo con esa Ley, la
“Comisión de Expertos para el Valle de los Caídos”. Entonces la Iglesia
española rechazó estar presente en los trabajos de la Comisión, mientras que
ahora acepta un planteamiento que coincide con lo que esa Comisión propuso.
Para valorar debidamente este
acuerdo hay que tener en cuenta lo que supone para la Iglesia y para el Estado.
Para la Iglesia significa reconocer que aquello ni fue glorioso ni fue Cruzada,
sino un episodio lamentable que hoy recordamos pero no para exaltarle sino para
decirnos que “nunca más”. Resignificación significa cambiar de sentido. No
recordamos para repetir sino para que no vuelva a ocurrir porque la guerra es
siempre un desastre y porque la parte que tuvo en ella no fue honorable. Es
cierto que la Iglesia española de hoy no es la de entonces. Son muchas las señales
que ha emitido de complicidad con la democracia: desde el discurso del Cardenal
Tarancón hasta la aceptación de leyes democráticas que regulan, por ejemplo,
sus grandes intereses en educación, como la Ley Orgánica de Educación. Pero quizá
ningún gesto como éste pues lleva consigo reconocer que entonces defendió unos
intereses que llevaron a la negación de sus valores, por eso hoy acepta
contribuir a crear un espacio de reflexión sobre ese pasado con el deseo de
superarle. Concurso pues no de intereses sino de valores. Los que cayeron en la
guerra no son memorables porque formaran parte de una Cruzada sino porque son
víctimas, es decir, porque equivocadas decisiones políticas les privaron de lo
más suyo: la vida.
Quien ha entendido bien lo que la
resignificación significa para la Iglesia ha sido el anterior Abad del
Monasterio, el exfalangista Santiago Cantera. Si la Iglesia dejaba de ser un
templo de cruzados, porque no hubo Cruzada, entonces ¿qué queda de todo aquel
relato épico donde los nuestros eran héroes y los otros, villanos? Ahora nos
piden que revisemos críticamente nuestros relatos, que asumamos
responsabilidades históricas que siempre hemos negado y que nos esforcemos en
entender a unos compatriotas que hemos considerado enemigos. Mejor irse, como
ha hecho el ex -Abad.
Pero también para un Estado
aconfesional es un acuerdo notable. Pese a algunas declaraciones erráticas, el
Gobierno se ha avenido a participar en la tarea de dar a ese lugar un sentido
nuevo (“de reparación y reconciliación”). Se compromete a integrar en ese
proyecto la explanada exterior mediante una intervención artística que “exprese
la memoria y el respeto a todas las víctimas por todos los españoles y el
compromiso de convivencia bajo el Estado de derecho”. Si se acierta, nietos de
republicanos podrán encontrar en el exterior del templo el consuelo que otros
nietos encontrarán al interior. Lo nuevo y llamativo del proyecto es que la
tradición laica que representan unos, los del Gobierno, acepten que un proyecto
de convivencia pacífica entre españoles necesita el concurso de la otra parte y
no a título de invitados. Es un acierto que no se haya planteado la
desacralización de la Basílica. Al formar el templo religioso parte del plan de
la resignificación convivencial, se está reconociendo su capacidad de
contribuir a ello desde sus propios supuestos. No olvidemos, en efecto, que
muchos de los elementos necesarios para la convivencia, como el perdón y la
reconciliación, tienen pedigrí religioso aunque hayan devenido virtudes
cívicas.
En la propuesta de la Comisión de
Expertos se insistía en la necesidad de convertir Cuelgamuros es un espacio
cívico destinado a la meditación sobre lo que ha sido la difícil convivencia
entre españoles. Sería una pena rebajar, como algunos pretenden, ese objetivo a
un “centro de interpretación” o a un “museo”. El conjunto puede tener algo de
eso, pero la resignificación exige algo parecido a lo que uno experimenta caminando
entre las moles silenciosas del Monumento en Memoria de los Judíos Asesinados
en Europa, de Berlín. Un tiempo de meditación para unos y otros en medio de
tanto ruido. No se va allí a curiosear ni siquiera a admirar nada, sino a
dejarse interpelar por preguntas que, como decía Pérez Galdós en El Equipaje del Rey José, sólo los muertos
pueden plantear.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 6 de
abril 2025)