20/11/24

La teología política de José Jiménez Lozano*

1. El escritor abulense afincado en Alcazarén deja una obra escrita en múltiples claves. Autor de cuentos y novelas, ensayista, periodista  y poeta, lo mismo hace incursiones en la historia que en la mística. Decía Hannah Arendt de Walter Benjamin que pensaba en forma poética, sin ser poeta; que escribió como nadie sobre el pasado sin ser historiador; que buceó en la religión sin ser teólogo; que tenía una cultura mundial sin ser un erudito. Para responder a la pregunta de qué era lo propio de un ser tan polifacético tuvo que pedir ayuda al Das bucklichte  Männlein, un entrañable hombrecillo del imaginario infantil protagonista de los cuentos alemanes. Lo propio de esta figura literaria, tan ingenua y frágil, era contemplar el mundo como si éste acabara de ser creado. Benjamin parecía como que lo descubría todo por primera vez: la belleza del caos, la torpeza de la inteligencia, el colorido de lo marginal…Por eso la madre pedía a Benjamin que rezara todas las noches para que no les faltara la mirada capaz de asombrarse.

Algo parecido puede decirse de Jiménez Lozano. Es verdad que tuvo una profesión, periodista, pero el resto de sus aficiones fueron por libre, al margen de compartimentos académicos. Difícil pues encasillarle porque el escritor es también ensayista y el ensayista poeta. Para entenderle hay que descubrir la atalaya desde la que él miraba el mundo. Sólo entenderemos el alcance histórico de Jiménez Lozano si descubrimos la naturaleza del vínculo que atraviesa todas sus actividades o la luz que ilumina todas sus incursiones pues de lo contrario todo quedaría en decir que fue un buen novelista o un estimable poeta o un ingenioso ensayista o un erudito articulista o un divertido conferenciante. La existencia y potencia del vínculo es lo que conforma su status histórico. Si no queremos convertir a Jiménez Lozano en una prolongación de nuestra propia sombra, deberíamos acercarnos a ese su propio punto de vista.

30/10/24

El museo, Arca de Noé y cuarto oscuro

             “No hay documento de cultura que no lo sea también de barbarie”. Quien esto decía estaba pensando en las pirámides de Egipto y en las catedrales góticas, obras artísticamente admirables pero que fueron construidas gracias a una mano de obra esclava que tenía que trabajar bajo condiciones inhumanas.

             Al mundo de la cultura no le hizo gracia la idea porque entendía que la obra de arte se mide por ella misma, por el producto final, independientemente del material usado o de las circunstancias de la creación. Importa poco si van Gogh no vendió un cuadro en su vida o si Franz Schubert murió en la miseria o si Céline fue un fascista. Lo que merece atención es la calidad de la obra. Hay que separar la historia de la cultura de la historia real y, la historia de la creación artística, de la historia de sus creadores.

             Este cómodo punto de vista, que es el que nos acompaña cuando visitamos relajadamente un museo, tiene un flanco débil porque la mayoría de los grandes cuadros llevan la historia dentro. Si son geniales es porque reflejan su tiempo y ahí queda, documentado para siempre, independientemente de la intención del autor. Recordemos Las Meninas de Velázquez. Aparece la familia real que el pintor realza desde todos los ángulos. Sobre ella dirige la intención el artista invitándonos a que le sigamos. Es verdad que en el cuadro se cuelan un par de “sabandijas”, como María Bárbola y Nicolasillo Pertusato, que no son de la familia real pero que contribuyen a realzar el color y la superioridad de las meninas. Entendemos con el autor que están para eso. Pero también podemos ver el cuadro de otra manera: desde los de abajo y preguntarnos por qué, para realzar a los unos haya que recurrir a la fealdad de los otros. En este caso los feos son unos enanos, pero bien pudieran ser negros, esclavos o colonizados, es decir, gentes y lugares que no ya en los cuadros sino en la historia han sido sometidos por aquellos para los que los pintores pintan.

             De repente la historia de la cultura se convierte en testimonio de la barbarie. Y el museo, concebido para solaz de unas élites que querían ver representada su vida y obra de una forma idealizada, se revela como una cámara oscura donde aparece toda la violencia y el cinismo que ha acompañado la historia del mundo civilizado. Bastaba colocar los mismos cuadros de una forma determinada para que la mirada del espectador fuera de abajo arriba, de lo oscuro a lo claro, del esclavo al amo.

             Y esto es lo está ocurriendo en la exposición “La memoria colonial” del museo Thyssen de Madrid. Un viaje por 76 cuadros, distribuidos en seis salas, que invitan al espectador a considerar su historia desde los vencidos. A la entrada, una pintura del siglo XVII ya detecta la presencia de esclavos negros que formaban parte del paisaje madrileño. No se habla mucho en España de la esclavitud más allá de algún episodio aislado. Lo que estos cuadros demuestran, por el contrario, es que los esclavos siempre han estado presentes aunque hayan pasado desapercibidos porque el foco estaba puesto en el Rey a quien servían o en el señor que los había comprado o en la cuna a la que se debían. Había esclavas hasta en los conventos. Estaban siempre presentes porque no se explica el éxito de Occidente sin la explotación del esclavo, pero eran casi invisibles porque carecían de entidad propia. La poca luz con la que son retratados es la que les llega de la luminosidad con la que brillan los personajes centrales que suelen ser reyes, ricos o colonos.

             Muchos pintores, como Paul Gauguin, fueron seducidos por la exuberancia de las colonias. Sus cuadros convierten a esos lugares en paraísos naturales donde unos, los propietarios blancos, se exhiben como bienaventurados, mientras otros, los nativos, vagan por los alrededores como almas en pena. Podemos suponer que los propietarios de estos cuadros querían disfrutar de esos espacios paradisíacos como si fueran invitados de los personajes pintados. Querían sentir la misma brisa, oír los mismos trinos y respirar los mismos aromas. Y cuando propietarios como la familia Thyssen dieron el paso, transformando la casa en museo abierto al público, ofrecieron al visitante la posibilidad de la misma experiencia beatífica. Y así ha ocurrido y seguirá ocurriendo, a no ser que nos cambie el paso con una ordenación de los cuadros que obliguen a desviar la mirada y veamos ese paraíso desde los excluidos. Esto es lo que ha ocurrido con la citada exposición. Comprendemos entonces que nos han pintado un idilio desde la impostura, que hemos saqueado esos lugares y expulsado a sus moradores. Hay un cuadro de Picasso muy revelador, titulado “Desnudo con paños”, que es el boceto de un rostro. Lo que ha sido visto como una genialidad, resulta ser la copia de un dibujo indígena.

             Ahora que tanto se discute sobre si pedir perdón o no por el pasado colonial, tenemos claro que el punto de vista del colonizado es opuesto al del colonizador. La exposición da un paso más al hacernos ver que el dominador redujo al dominado a peana sobre la que peraltarse. Para la normalización de la relación política entre ellos puede ser de ayuda la lectura ética de la obra artística que propone esta memoria colonial.

 Reyes Mate (El Norte de Castilla, 20 de octubre 2024)

2/10/24

Del “El tiempo es el otro” (Franz Rosenzweig) al “Dios es tiempo” (Tiemo Peters)*

La relación del discurso sobre Dios con la historia del sufrimiento siempre ha sido una pretensión de la teología aplicada. Se suponía que un mejor conocimiento de Dios debía traducirse es una vida virtuosa. Pero en la perspectiva de la teología fundamental de Tiemo Peters lo que se plantea es un discurso sobre Dios como un relato vital, que es algo muy distinto, pues se erige la experiencia en locus theologicus de suerte que sin ella la teología no sería tal.

Para hacernos una idea del tipo de desafío intelectual que supone este planteamiento hay que tener en cuenta que cuestiona el primado del concepto sobre la vida, y, de la idea sobre el discurso, que ha dominado secularmente en teología y filosofía. En ese tipo de teología clásica, el contenido material tenía vida propia y era transmitido conceptualmente. No necesitaba los acontecimientos históricos para ser pensado y menos la experiencia de quienes hablaban de Dios.

1.Mente concipio.

Ese modo de pensar, que afectaba a la teología y también a la filosofía, porque era el modo canónico de pensar de Occidente, seguía el patrón epistémico de Galileo cuando decía “mente concipio motum”. Estaba convencido de que la naturaleza manifiesta su verdad en el preciso momento en el que la mente piensa correctamente. Para los modernos el conocimiento tiene lugar en la mente como si el mundo fuera mundo en la medida en que se construye con las reglas de juego propias del sujeto. Un buen ejemplo de esta mentalidad son las matemáticas. En su versión más teórica los matemáticos descubren y solucionan problemas independientemente de la realidad, seguros como están de que en algún momento serán necesarios. Cuentan del teorema de Fermat que durante siglos fue objeto de pura contemplación intelectual, hasta que en 1979 se usó como base para la criptología que hoy sustenta el entramado de las telecomunicaciones. Las cosas son en la realidad en la medida en que se ajustan a la lógica del sujeto. Lo importante es el mundo subjetivo.

27/9/24

El secreto está en el detalle

             Mi amigo estaba indignado con lo de Gaza. No le faltaban razones pues las noticias sobre el bombardeo de escuelas, hospitales y funcionarios de la ONU no dejaban lugar a dudas. Y esas imágenes de niños muertos, padres desesperados y familias huyendo, ponen una y otra vez sobre la mesa el sentido de esta guerra. Si el Gobierno de Netanyahu la justificó al principio invocando el sagrado deber del Estado de Israel de proporcionar un lugar seguro al pueblo judío ¿cómo no reconocer que esa guerra, aunque la gane Israel, no le va a procurar más seguridad, sino menos? ¿Cómo no darse cuenta de que las bombas sobre Gaza en lugar de contribuir a liberar a los rehenes, están poniéndoles en mayor peligro, por no hablar de sus muertes? La indignación de mi amigo crece conforme habla y yo desisto de intervenir para, sin cuestionar lo que dice, añadir algún matiz. ¡Buena gana de discutir!

             Le quería decir, por ejemplo, que Hamás inició esta guerra no para ganarla sino para provocar a Israel con el fin de desprestigiarle internacionalmente, al precio, eso sí, de sacrificar a su propio pueblo; que si no hay protestas internas en Gaza es porque no se tolera la menor crítica; que Hamás tiene a Alah por objetivo, a Mahoma como modelo y al Corán como constitución, con lo que adiós a la democracia; que rechazó los Acuerdos de Oslo firmados por el líder palestino, Arafat, y Rabin, Presidente de Israel; que nunca ha reconocido la decisión de la ONU de un Estado judío en Palestina. Quería explicar a mi amigo que los palestinos desencadenaron dos guerras, que perdieron, pero que de haberlas ganado hubieran producido un desastre humanitario de dimensiones incalculables.