17/11/14

Los trenes del obispo

            El obispo de Alcalá, que está contra el aborto, niega al Estado legitimidad para legislar sobre la despenalización de quien lo practique.  Es tan encendida su oposición que la ilustra con argumentos truculentos –esa ley garantizaría “el derecho a matar a un inocente”- y con una potente imagen: “el Tren de la Libertad, como los trenes de Auschwitz, debería llamarse el tren de la muerte”.

            Los jerarcas de la Iglesia católica gustan de comparar el aborto con imágenes impactantes. Primero fue con ETA y ahora que ETA anda de capa caída, con Auschwitz.

            Este recurso retórico, pensado sin duda para reforzar su argumentario, es inquietante. Hay un acuerdo general en reconocer la singularidad de este genocidio, no porque las víctimas del Holocausto sean superiores a las demás, sino por una constatación histórica: la capacidad de mal del ser humano alcanzó en Auschwitz una expresión desconocida. Hubo que inventar una figura jurídica –la de crimen contra la humanidad- para aproximarse a lo que había tenido lugar. El ser humano del siglo XX atacó las conquistas civilizatorias que tan duramente había logrado a lo largo de los siglos. Al atentar contra su propia humanidad mutiló la conciencia del bien y del mal o la capacidad de distinguir entre víctimas y verdugos. Por eso nosotros, los que vivimos después de Auschwitz tenemos un deber de memoria, es decir, si queremos enlazar con esa tradición emancipatoria, rota en los campos, tenemos que partir de lo que hicimos, de la barbarie que cometimos que, aunque nunca la imagináramos, tuvo lugar. En esto Auschwitz es singular y por eso no se puede invocar en vano.

            Auschwitz hubiera sido imposible sin el ferrocarril  por eso la imagen del tren es tan elocuente. En el film Shoah, de Lanzmann, el tren cruza la pantalla de izquierda a derecha adentrándose en la sala como si quisiera embarcar al espectador en uno de esos siniestros vagones.  El largo viaje de Semprún comienza así: “Este hacinamiento de cuerpos… en un vagón de mercancías cerrado con candados”. El horror de lo que le espera se le revela a Primo Levi en uno de esos “vagones de mercancías, cerrados desde el exterior, y dentro hombres, mujeres, niños, comprimidos sin piedad, como mercancías en docenas, en un viaje hacia la nada, hacia allá abajo, hacia el fondo”. Adorno expresa esa oscura y desconocida capacidad del ser humano de hacer el mal, recurriendo al tren: “es innegable que los martirios y humillaciones nunca antes experimentados de los que fueron deportados en vagones para el ganado arroja una intensa y mortal luz hasta sobre el más lejano pasado”. Los nazis no querían sólo matar sino expulsar al judío de la condición humana, por eso le trasportaban en vagones de ganado.

            Estos trenes ¿qué tienen que ver con el Tren de la Libertad repleto de seres libres que se han subido a él para defender sus derechos?. La pregunta ofende, pero puesto que el obispo ha hecho la comparación habrá que preguntarse por qué. Es evidente que Monseñor, de haber podido, hubiera detenido el Tren de la Libertad. ¿Hubiera detenido alguno de los que llevaba a Auschwitz o Sobibor? La Iglesia católica no detuvo ninguno y sus antecesores españoles en el episcopado se colocaron, brazo en alto, del otro lado, del lado de los Hitler, Himmler o Eichmann. Monseñor no es inocente y si hoy aquel horror resulta repugnante a cualquier obispo católico, no debería ponerse del lado de las víctimas, sino de los verdugos.

            Se lo agradecerán las víctimas porque estas no reclaman compasión sino justicia y la justicia se facilita mucho cuando cada cual asume su responsabilidad. Cuando uno se identifica con la víctima corre el peligro de pensar que quien ha sufrido el mal ha sido uno mismo. Si, por el contrario, se coloca junto al victimario, preguntándose por su posible complicidad, puede entonces desactivar algunas de las causas que llevaron a los campo de muerte. Quien eso hace no sale convertido en juez que se permite cualquier condena porque se considera por encima del mal y del bien. Sale, más bien, compasivo presto a aliviar el sufrimiento de los demás y no a condenarlos al fuego eterno, como se permite Monseñor.

            El obispo Reig Pla deforma peligrosamente lo que fue Auschwitz. El Tren de la Libertad nada tiene que ver con los trenes de la muerte, ni el aborto con Auschwitz. La despenalización de la interrupción de un embarazo forma parte de la historia de la libertad pública. Ese tren no lleva al campo. Los que sí circulan en esa siniestra dirección son todos aquellos que viniendo “del más lejano pasado”, como dice Adorno,  persiguieron la libertad.  Dostoievsky da una pista de la estación de origen cuando hace decir al Gran Inquisidor de Sevilla, “¡Es tan duro ser libres¡”. La gente, piensan estos hombres de Iglesia, prefiere la seguridad  a ser libres y por eso ellos se han ocupado de anatematizar la libertad. Esos son los trenes que han llevado al desastre.


(Reyes Mate, artículo que no pudo ser publicado)