10/1/17

Presentación del libro de Juan Mayorga Elipses (2016, La Uña Rota, Segovia)

1. Presentar un libro es un momento festivo si por tiempo festivo entendemos, como en la cultura judía, no día de descanso sino tiempo privilegiado que da sentido al tiempo laborable. En este caso el libro daría sentido, a través de sus ensayos, a la profesión del teatro pero también a otros campos implicados como es la propia filosofía

            La obra de Juan Mayorga -él mismo filósofo y matemático- admite muchas lecturas. Yo voy a poner el acento en su dimensión filosófica. La relación entre teatro y filosofía viene de antiguo (la filosofía y la tragedia son contemporáneas) lo que no quiere decir que no sean unas relaciones conflictiva: la filosofía echaba en cara a la tragedia falta de rigor conceptual y la tragedia a la filosofía que no tuviera vida. Platón, sin ir  más lejos, pone a caldo a los “poetas” (que son los autores de las tragedias) porque presentan unos dioses que son cómplices del mal y porque nos ofrecen como modelos de vida a héroes que matan al padre o se casan con la madre. Eso no puede ser. Menos mal que Aristóteles arregla los desperfectos al decir que hay más verdad en la poesía que en la (ciencia) histórica. Aristóteles dice literalmente que: “la poesía es más verídica que la historia” en La Poética, cap. IV (¡lo que dirían nuestros historiadores que ya se molestan con la memoria histórica si encima les dice que hay más realidad en la memoria que en la historia!). Unas relaciones conflictivas, pues, pero necesarias ya que  sin filosofía la tragedia perdería pretensión de verdad, y, sin tragedia, la filosofía quedaría seca. Esa necesidad explica que la filosofía se pregunte una y otra vez por el origen (“Ursprung”) de la tragedia (es el caso de Nietzsche) o del drama barroco (caso de Benjamin)…entendiendo por origen no el comienzo de una historia sino el sentido de esa expresión artística, esto es, su relación con la verdad. Una larga historia que se consuma en Heidegger cuando decreta que la verdad no tiene que ver con el conocimiento filosófico sino con el acontecimiento artístico. Luego volveré sobre ello.

2. El teatro de Juan Mayorga se inscribe en este contexto filosófico. De él se dice que es “un teatro de ideas”… pero no de cualquier idea, sino de esas pocas ideas que son como las madres fáusticas de Benjamin: ideas madres que congregan los grandes asuntos de la existencia. Ideas como  libertad o verdad o representación. ¿Qué relación puede haber, por ejemplo, entre libertad y teatro? Juan Mayorga dice que él ve el mundo “sub specie theatri”, por eso cuando escribe un texto lo que busca es ”despertar el deseo de teatro” o ”provocar ese hecho social que es el teatro” (ib. 460). Mayorga lo ve todo “sub specie theatri” (el mundo como teatro, el theatrum mundi) porque el tema del teatro es el de la libertad. Y lo explica así: cada uno de nosotros encarnas varios personajes. El problema es entonces hasta qué punto somos autores-escritores o no de esos personajes. Seremos libres en la medida en que seamos autores; en la medida en que nos enfrentemos críticamente a los textos que leemos o que nos leen, incluidos los del propio Mayorga.

            Y junto a la libertad, la verdad, su compromiso con la verdad. De Juan se puede decir lo que dice Volodia en El Crítico “detectar lo inauténtico: desde niño tuve un olfato animal para eso. Un sexto sentido”. Y en otro lugar: “si hay un arte que tiene por misión decir la verdad, ese es el teatro” (ib.323): por su dimensión política, porque implica y compromete a la polis. Ahora bien, plantearse la verdad desde el teatro no es una opción fácil ni evidente, porque el teatro es mentira, es ficción ¿cómo distinguir la verdad de la ficción? Denunciar la teatralidad de la vida, como en Famélica, es un valioso gesto crítico, pero, si todo es teatro, no será fácil convencernos de la vitalidad, de la realidad, de la verdad del teatro. Entendemos que la vida o buena parte de la vida merezca ser tratada como una mentira, pero nos cuesta más descubrir vida o verdad en la mentira, en la ficción, en el teatro. ¿Cómo se entiende esto?  Juan dice que hay un “pacto teatral” entre la obra y el espectador (ib. 478), en virtud del cual acordamos que la verdad no pasa por la representación, que es un artificio (a nadie se le ocurriría abrigarse en pleno invierno moscovita con la capa de atrezzo de un personaje de Brecht pues se moriría de frío), sino por su capacidad de desocultamiento de la verdad: teatro es lo que les hace hacer el Comandante del campo a los deportados judíos en Himmelweg. La verdad teatral consiste en mostrar  lo que hay tras esas puertas rotuladas como colegio, sinagoga, teatro, Himmelweg: si en un gesto teatral osamos abrir esas puertas veremos que, tras esos rótulos convencionales, lo que hay es un camino al infierno, un gran decorado donde se sacrifica la vida que esos rótulos deberían amar, proteger y desarrollar. Esa tarea de desocultamiento explicaría el peso en su obra de figuras como el traductor o la práctica como adaptador, mediando entre dos tiempos; el arte como desplazamiento; el doble, el crítico  (ib.453). La elipse -que da título al libro pero que también es símbolo de toda su obra- describiría no sólo la relación entre dos momentos distintos u opuestos que se fecundan mutuamente, sino también ese enfrentamiento sin cuartel entro lo oculto y el claro como momentos de la verdad. Heidegger dice que el artista crea. Crear en alemán es “schöpfen” que originariamente significa “sacar del pozo”. La verdad consiste en traer a la luz, pero sin caer en la ingenuidad de que esa exposición, ese “claro del bosque”, sea algo si oculta a su vez la oscuridad de la que procede. El trabajo de búsqueda sigue: “la verdad nos huye” dice Benjamin y recuerda Mayorga, de ahí la necesidad de la reescritura.

3. El teatro de Juan Mayorga goza de gran reconocimiento. No ha sido fácil, no le ha venido dado, pero lo ha logrado. Hay en él elementos que podrían explicarlo: toma en serio al espectador. Y “respetar a alguien empieza por esperar algo de él”. Mayorga espera y exige algo del espectador. Ese es un punto también que ha dado con la tecla de Aristóteles cuando recomienda que el teatro no aburra ni abrume: “intento que mi teatro sea al tiempo culto y popular, exigente sin ser elitista”; “que sea profundo y al mismo tiempo accesible al común” (ib. 487). Pero hay otro elemento en su teatro que va a contracorriente (y que por tanto debería dificultar su recepción), pero que deberá ser tenido muy en cuenta: Mayorga no quiere que la gente vaya al teatro a pasar un rato (aunque con él se lo pasa bien): quiere que el espectador haga una experiencia. Y eso no es fácil para la experiencia se necesita tiempo que es lo que no tenemos. Benjamin hablaba de la “dialéctica en suspenso” (Dialektik im Stillstand). Esa suspensión del ritmo es lo que le ocurre a Don Quijote en la cueva de Montesinos: el caballero manchego pasa dentro un rato, el tiempo de una función, e imagina que ha estado una eternidad porque ha experimentado otros mundos. El dramaturgo se plantea convertir cada función en una “cueva de Montesinos” para hacer una experiencia que desoriente al espectador hasta el punto de que salga y no sepa volver a su casa, a sus lugares conocidos, que cuestione sus certezas, que se lleve una pregunta para la que no hay respuesta. Decía Kafka que el artista da la hora por adelantado, esto es, se adelanta a los acontecimientos. Ocurrió a Mayorga y Cabestany con La Boda de Ana que adelantó lo que luego supimos (aunque en honor de la verdad hay que decir que se quedaron cortos. Vamos que adelantaron poco. Habría que retomar el asunto). Heidegger radicalizaría esta idea diciendo no que el arte “anticipe” el conocimiento de la verdad sino que la verdad acontece en el arte. No en la filosofía sino en el arte, lo que viene a decir que el arte no es mímesis o representación de una realidad dada sino que es el acontecimiento en que se nos revela la realidad.

            Estas ideas tan abstractas hemos tenido ocasión de comprobarlas en el Instituto de Filosofía al contacto con el teatro de Juan Mayorga: podemos dar fe los que le hemos conocido en los seminarios del proyecto “Filosofía después de Auschwitz” y, sobre todo, en su seminario sobre “Teatro y filosofía” impartido a lo largo de tres años. El filósofo tiende a pensar o escribir de cara a la pared (mirando a su biblioteca); el teatro, por el contrario, es política, “la más política de las artes”, porque convoca a un público para interactuar y esto convierte a la función teatral en un hecho actual, contemporáneo, singular. La presencia de Juan Mayorga nos ha planteado la actualidad de la filosofía. Su teatro debería ser un revulsivo para una filosofía que se muere en los despachos. Dice él que “si la filosofía fuera ( en vez de un diálogo con la pared) un examen comunitario sobre el uso de la palabras, una conversación en torno a unas pocas palabras, en torno a cómo esas palabras están atravesadas por la vida … entonces filosofía y teatro estarían muy próximos … Por eso digo que el teatro no debe aspirar a una filosofía que lo legitime, sino a una filosofía que lo prolongue” (ib. 322). Es una afirmación generosa y modesta por su parte porque quizá habría que decir no que el teatro es la prolongación de la filosofía sino que ésta, como todo pensar, acontece en la obra de arte. Sería entonces el teatro lo que diera que pensar a la filosofía.

Reyes Mate (Presentación del libro de Juan Mayorga, Elipses, en la librería Rafael Alberti, Madrid, 20 de diciembre 2016)