Teresa
Sánchez Ahumada fue en vida un equívoco y lo continúa siendo. Aunque nadie como
ella fustigara a la España de la honra y las apariencias, la nobleza se
disputaba su presencia; y, siendo nieta
de un marrano toledano, condenado por la Inquisición , ha sido celebrada como la santa de
la raza. ¿Qué ha pasado con esta singular mujer que produjo y produce
entusiasmos donde debería generar rechazo y es rechazada cuando se manifiesta
como realmente fue?
Otro
momento del equívoco lo encontramos en su propia escritura. Nadie ha sabido
como ella contar de una forma tan natural lo extraordinario que vivió. Con razón
ha sido festejada como una de las grandes escritoras en lengua castellana. Pero
lo elocuente son las tachaduras de sus censores o sus silencios. El confesor rayó
con rabia un escrito de ayuda para sus monjas en la que Teresa recordaba que
Jesús “favoreció a las mujeres con mucha piedad, pero que el mundo nos tiene
acorraladas hasta el punto de que no hay virtud de mujer que no tengan por
sospechosa”. Ella quería ser “harto más que una mujer” porque se rebelaba
contra el papel que la sociedad y la iglesia la tenían reservada.
Y luego
estaba lo que su escritura callaba o sólo daba a entender. Cuando el dolor
físico arreciaba o se sentía extenuada tras alguna incursión mística,
hablaba con una “lengua en pedazos”, rota e incapaz de articular la
experiencia vivida. La lengua se convertía entonces en grito que, como la
famosa ronquera de Fray Luis de León,
denunciaba sin vocalizar la hipocresía de los unos, la falsedad de los
otros o el sufrimiento propio. Juan Mayorga ha captado bien en su pieza teatral
La lengua en pedazos esa dimensión
oculta, por eso hace decir al inquisidor que la persigue, ducho en sonsacar lo
que sus víctimas más celosamente velaban:
“vuestras palabras esconden más que dicen". Y eso él no lo podía tolerar.
Lo inquietante es lo que la palabra esconde. Lo peligroso para el orden
establecido es que haya alguien que piense que no todo es apariencia,
porque entonces algo hay que escapa al
poder, que es libre y puede ser un peligro.
Pese a
su fama en vida, muere desamparada. La despiden fríamente del convento de
Valladolid, que ella fundara, y no la reciben mejor en Alba de Tormes donde
llega moribunda. Todos intuyen, sin embargo, tras su muerte
que su cuerpo es un tesoro o, mejor, un gran negocio y por eso quieren
apropiársela. Los teólogos que la mandaban a fregar, la consagran como doctora;
los nobles que la calumniaban por burladora, la veneran como santa; los
antisemitas la convierten en santa de la raza; los clérigos que censuraron o
quemaron su comentario al Cantar de los
Cantares, por indecente, la celebran como escritora insigne. Sigue el
equívoco. El más sincero fue el fiscal inquisitorial, Alonso de la Fuente , que la persiguió
hasta la tumba, tratando de condenar la edición de sus obras, emprendida por
Fray Luis de León. No se le ocurrió otro argumento para su definitiva
descalificación que reconocer
paladinamente la calidad de su escritura. “Es tan sobresaliente su obra,
decía, que no puede ser obra de mujer sino de ángel”. Como si la obra de Teresa
sólo pudiera ser grande al precio de afirmar que no es suya. Ese ha sido su
destino.
Reyes Mate (El
Periódico de Catalunya, 13 de abril 2015)