Es de
ley acometer el nuevo año con espíritu innovador y eso consiste al menos en evitar
repetir errores de bulto e incorporar a la agenda personal alguna novedad que
nos saque de la rutina. Los buenos propósitos duran poco, es verdad, pero eso tampoco
nos angustia demasiado ya que la rutina
tiene su encanto y eso de la novedad es un bien que además de escaso es
confuso.
El
modelo de novedad más a mano es el de la moda. Es una novedad efímera, fugaz,
que se disuelve al manifestarse. Se hace vieja en el momento mismo de su
aparición, de ahí que los modistos hagan coincidir el momento de la
presentación de una colección con la preparación de la siguiente. Esa novedad
no tiene historia ni futuro pues vive de instantes que no comprometen a nada.
Esta novedad, aunque sea un invento de la moda, se la han apropiado los
políticos. Cuando hacen una promesa no piensan en su cumplimiento sino en la
eficacia (electoral) del momento. Los ciudadanos de a pie también la hemos
comprado. Vivimos al día por eso cuando nos prometemos en algo, como al inicio
del nuevo año, desistimos pronto porque la lucha por la supervivencia consume
casi todas las energías de innovación.
Hay otro
tipo de novedad, el del agua del manantial. El manantial está ahí desde tiempo
inmemorial, pero el agua fresca y cristalina fluye por primera vez ante nuestra
presencia. La novedad que representa esa agua tiene relación con el pasado,
pero es una novedad creativa porque no repite, no se repite, sino que hace
presente agua nueva, por estrenar.
El
secreto de esa novedad es el pasado, pero no cualquier pasado. Hace unos días
el Secretario General del PSOE respondía a la ocurrencia del Presidente de
Gobierno con aquello de que la crisis era cosa del pasado. El líder socialista
quiso enmendarle la plana diciendo que sólo cabría hablar de superación de la
crisis “cuando se logren los niveles de empleo de antes de la crisis”.
Bueno,
pues esa evocación del pasado por parte del socialista
–pero que el popular suscribiría- es
un claro ejemplo de cómo el pasado, en determinados casos, en vez de significar
novedad, futuro o esperanza, es una losa que sólo puede augurar nuevas
catástrofes. No se puede discutir lo que la afirmación del líder socialista
tiene de bienintencionada: desea perder de vista la miseria de los últimos años
y aspira a una mejora generalizada de la situación. Pero esa buena intención
está cargada de malos presagios porque “de aquellos polvos estos lodos”. Aquel
modelo de empleo trajo estas desgracias con lo que la nostalgia por los buenos
viejos tiempos en lugar de ser portadora de esperanza lo es de desesperanza.
Ese pasado es mejor que no vuelva.
Claro
que para que hoy haya esperanza hay que tener en cuenta el pasado, pero otro pasado muy distinto del que los políticos
quisieran rescatar. ¿Qué cual? El de los que han perdido el empleo; el de todos
aquellos que han quedado en el camino; el pasado de tantos jóvenes que
abandonaron los estudios seducidos por los sueldos que se cobraban en la
construcción poniendo ladrillos o azulejos. En una palabra, el pasado oculto por
la luz engañosa y letal de un momento histórico celebrado por muchos dirigentes
como milagroso. Construir el presente teniendo en cuenta a todos esos
perdedores es lo único que nos permitiría no repetir la historia.
Pero eso
no está ocurriendo. Por parte del Gobierno y de la oposición el ideal es volver
al tiempo anterior a la crisis, con lo que todo lo ocurrido habrá sido en
balde. Por supuesto que los políticos, del signo que sean, quieren ahorrar el
sufrimiento del paro y sus secuelas a todos los que lo han padecido. A lo que
no están dispuestos es a dar significación política a ese sufrimiento. Si lo
dieran tendrían que revisar el sistema de producción económica y de gestión
política que han producido la crisis. Y a eso no quieren llegar. Lo lamentan
pero prefieren no pensar mucho en ello. Lo ven como una catástrofe natural, un
accidente o desviación del rumbo que hay que corregir, pero nunca lo verán como
un problema cuya solución dependa del sufrimiento causado. Para la salida de la
crisis, el sufrimiento es literalmente insignificante, carente de significado.
Hubo un momento, al principio de la crisis, en el que
algunos políticos tuvieron el valor de reconocer que había que repensar a fondo
el sistema económico. Obama, en los EE.UU., y Almunia, en Europa, hablaron de
“refundar el capitalismo”. De aquello no queda nada con la diferencia de que
entonces, en el 2007, desconocíamos el alcance del desastre y ahora, siete años
después, tenemos un mapa muy detallado de las bajas producidas. Pudo más el
miedo a lo que se nos venía encima que el sufrimiento causado por lo que ha
tenido lugar.
Esta
novedad fontanal, la que se alimenta de un pasado que viene de lejos pero que
pugna por hacerse un sitio en el presente, es la que necesitamos. Lo que ocurre
es que esta forma de encarar el tiempo nos resulta muy extraña. Nos queda más
cerca la novedad de la moda. La distancia de nuestra mentalidad respecto a la
novedad fontanal es la misma que media entre nuestra mentalidad secularizada y
el tiempo litúrgico.
El tiempo
bíblico se nutre de un acontecimiento del pasado. Las fiestas litúrgicas recuerdan
un pasado salvífico del pasado que puede ser actualizado si lo convoca hoy
alguien que experimente la necesidad de salvación o liberación. Se recuerda la
liberación de una esclavitud pasada para liberarse de nuevas formas de
opresión. Ese pasado liberador, sin embargo, a nosotros no nos dice nada porque
en nuestro tiempo quien libera es el que tiene el poder y no quien experimenta
la opresión. Tampoco nosotros damos importancia al sufrimiento por eso
esperamos de los poderes económicos que nos resuelvan la situación. Es lo que
están haciendo intentando recuperar los viejos tiempos, sólo buenos para
algunos.
Reyes Mate (El
Norte de Castilla, 3 de enero 2015)