"¿Está bien donar órganos de
alguien que ha matado a otras personas?", "¿pasa algo por llevar
dentro de ti el órgano de una persona que ha matado a otro"? y "¿se
trasplanta el alma con el órgano?". Si estas preguntas salen al final de
una noche de copas, la cosa se comprende. Si las profiere el busto parlante de
Mariló Montero desde la solemnidad de un programa como "las mañanas de
TVE", hay que pellizcarse para asegurarse de que uno no está soñando
porque el cóctel de ciencia, ética y filosofía que ahí concurren es de aúpa. La
cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque esas torpes preguntas han
encontrado un extraordinario eco en prensa, radio y redes sociales. No es sólo
la impulsiva periodista la que anda preocupada con estas preguntas, sino la
sociedad de oyentes y videntes que se ha sentido expresada por ella y eso sí
merece atención.
Se pregunta, en primer lugar, si el
gesto moral de donar un órgano puede permitírselo un asesino. Sobreentiende la
pregunta que quien comete un asesinato se convierte en un ser asesino, es
decir, que sólo puede asesinar. Si fuera así, mejor no salir de casa porque de
nada valdrían las otras buenas acciones de ese ser humano y tampoco cabría la
esperanza de que cambiara. Por suerte somos más que una acción, aunque ésta sea
un crimen. En los encuentros que he tenido con ex-asesinos, como por ejemplo
los ex-etarras de Nanclares de Oca, me quedé sorprendido de la riqueza moral
que puede esconderse tras un reconocimiento de la culpa. Esos presos, confesos
y convictos de graves crímenes, ¿pueden ser reducidos a la condición de seres
criminales? Con esa regla de tres habría
entonces que expulsar del santoral a San Agustín. Es verdad que la Biblia habla,
a propósito del asesinato de Abel, de la "señal de Caín". Yahvé marca
al criminal con una señal pero no, como era usual, para que cualquiera pudiera
matarle, sino para que nadie le hiciera daño porque seguía confiando en él. La
periodista de Televisión Española puede estar tranquila: incluso el autor de un
crimen sigue siendo un sujeto humano y, por tanto, un sujeto moral. Y sus
órganos serán tan humanos como los de la propia periodista que se ha declarado
donante de órganos.
Luego asoma un segundo problema, a
saber, si se traspasa el alma con la víscera. La periodista sospecha que así es
y se pregunta si habría manera de confirmarlo científicamente. Hay que
reconocer que el lío es considerable porque se pide la confirmación científica
de algo como el alma que es una construcción filosófica o teológica. El alma no
se traspasa con el corazón porque pese a la poesía que la cultura occidental ha
colgado de ese órgano vital, es sólo una víscera corporal. Y si los filósofos antiguos
y los teólogos medievales hablaban de un alma humana como algo distinto al
cuerpo era para salvar la libertad del sujeto humano. Si el alma fuera una
emanación del cuerpo entonces estaría a merced de las sensaciones corporales y
no sería libre. Para poder serlo el alma humana tiene que venir "de
fuera", de fuera del cuerpo.
Eso no quita para que podamos hablar
de "memoria celular", tal y como hace la francesa Charlotte
Valendrey, actriz y autora de un sugerente libro, L'amour dans le sang, donde cuenta cómo al recibir un corazón por
trasplante "me cambiaron los gustos". Las células tienen memoria pero
no olvidemos que el negociado de la memoria no es el alma sino los sentidos. En
las tradiciones filosófico-teológicas que han modelado nuestra cultura y que
hablan de cuerpos y almas, el alma es la sede del intelecto y de la voluntad,
es decir gestiona los asuntos de la libertad y del raciocinio, mientras que la
memoria es un "sentido interno" que se encarga del gusto, del olfato,
de la visión y del oído. De eso puede haber "memoria celular" y de
eso puede hablarse científicamente.
Pero no del alma -y así llegamos a
la tercera pregunta- porque en la jerga filosófica o teológica occidental, el
alma es un principio explicativo tan inalcanzable a la ciencia como lo es la
libertad o el bien. Que Mariló Montero no espere de la ciencia respuesta a la
pregunta de si el alma se traspasa con el trasplante. La ciencia es muy
importante pero ni abarca toda la realidad ni es la única forma de racionalidad
que le cabe al ser humano. La existencia de la libertad, por ejemplo, no se
demuestra con el microscopio, pero existe. Sabemos de ella cuando se la niega o
persigue, sin necesidad de pasar por el laboratorio.
Vivimos en una sociedad que usa
términos sin tener ya conciencia de sus contenidos. Kafka vio en ello un
peligroso signo de nuestro tiempo porque cualquiera puede rellenarlos a su
arbitrio, perdiendo definitivamente un patrimonio cultural amasado durante
siglos. Quizá no estemos tan lejos pero todo se andará.
Reyes
Mate (El Periódico de Catalunya, 1 de
noviembre 2012)