11/11/16

Unidos por el fútbol, desunidos por la política

            Gila Shalit era un recluta israelí de 19 años que estuvo secuestrado cinco años, del 2006 al 2011, por extremistas del grupo palestino Hamás. Su nombre ha saltado estos día a los medios de comunicación porque asistió al partido de fútbol entre el Barcelona y Madrid. Ir a ver un clásico de este fuste no es noticia, basta que haya entradas y uno pueda pagársela. La presencia del ex-soldado Shalit en el Camp Nou lo fue, sin embargo, porque el Barça cambió su vida durante el cautiverio.

            Ocurrió, en efecto, que sus secuestradores, también futboleros, le dejaron ver un encuentro de la Champions. Por un momento se olvidaron de la realidad, dejaron correr los sentimientos y se encontraron todos aplaudiendo a Messi, Iniesta, Xavi... Confraternizaron en el amor a unos mismos colores. Luego vieron algún partido más. Lo cierto es que, como él confiesa, "a partir de entonces las relaciones cambiaron". Cuando fue liberado hace casi un año se hizo el propósito de ver al Barça en directo. No era un ex-voto de agradecimiento, sino el gusanillo de experimentar en vivo el poder futbolístico y sanador de los blaugranas.


            El cuento de hadas se interrumpe porque grupos palestinos protestan por la presencia del israelí en el campo de fútbol. Algunos periódicos explicitan el malestar palestino hablando de "una invitación formal del FC Barcelona a un militar israelí involucrado en la matanza de Gaza". No hay invitación, sino atención; tampoco fue militar, sino recluta; y lo de la matanza de Gaza es una forma simplificada de narrar unos lamentables hechos. El Barça trata entonces de apaciguar la situación invitando a un jugador de fútbol palestino, Mahmud Sarsak, que había sido encarcelado por las fuerzas israelís en nombre de una discutible "detención administrativa", es decir, un encarcelamiento sin imputación de cargos. Sarsak se niega aduciendo que no quiere compartir honores "con un asesino y criminal como Shalit", y que eso sería algo así como "una comparación entre la víctima y el verdugo". Y para acabar de arreglarlo remacha que este caso "deporte y política están unidos".

            Pues habría que separarlos porque de lo contrario tendríamos un mundo al revés. Un ser humano secuestrado durante cinco años es una víctima, por muy soldado que fuera. La guerra tiene sus reglas y el secuestro, como la tortura, no son admisibles. Ser víctima no tiene nada que ver con la causa que se defiende. Hay causas justas empedradas de seres inocentes sacrificados injustamente. Lo que convierte a un ser humano en víctima es el simple hecho de causarle un grave daño inmerecido. Y nadie merece, bajo ninguna condición, la tortura del secuestro, sea éste judío, moro o cristiano. Si el joven israelí estuvo secuestrado la friolera de cinco años, ¿cómo se le puede llamar verdugo? Imaginemos a Ortega Lara, funcionario de prisiones, secuestrado  por ETA durante casi un año y medio, que quisiera ir a ver un partido del Atletic de Bilbao porque era un hincha fervoroso. ¿Qué diríamos si un grupo de nacionalistas radicales se manifestaran en su contra porque no querían "encontrarse con un verdugo"? Pensaríamos que estaban fuera de toda razón. El peligro de politizar el fútbol es perder la razón, como le ocurrió a Don Quijote leyendo libros de caballerías que era como el deporte de la época.

            Shalit ha sido una víctima y Sarsak, seguramente que también. Haberles visto juntos hubiera estado en consonancia con el significado fraternizante del deporte. Nos dicen que en los últimos años, el Barcelona se ha convertido en el equipo favorito de niños israelíes y palestinos que porfían por llevar la camiseta de Messi. Lo que resulta preocupante es que mientras el deporte ablanda a los carceleros de Shalit, dejando entrar en su cautiverio una corriente de humanidad, la política, que siempre juega de una manera u otra con el esquema amigo-enemigo, se dedique a volar puentes.

            El lenguaje del deporte es universal como el de la música, mientras que el de la política es casero o castizo ya que tiende a convertir al rival en enemigo y al otro, en extraño. El judío Shalit y el palestino Sarsak podrían mirarse en la orquesta West-Eastern Divan, fundada por Daniel Barenboim y Edward Said, judío el primero y árabe el segundo. Está compuesta por músicos palestinos, israelís, sirios y libaneses. Han conseguido convocar a un importante grupo de jóvenes músicos que, superando viejas heridas y acerados enfrentamientos políticos, fomentan la convivencia y la concordia. El fútbol podría seguir los pasos de la orquesta de música y ser como un tiempo muerto en lugares de confrontación política o militar. Un tiempo en el que pudieran fluir las corrientes subterráneas humanitarias que nos son comunes. La politización del fútbol no es una buena noticia.


Reyes Mate (El Periódico de Catalunya, 12 de octubre 2012)