Gila Shalit era un recluta israelí
de 19 años que estuvo secuestrado cinco años, del 2006 al 2011, por extremistas
del grupo palestino Hamás. Su nombre ha saltado estos día a los medios de
comunicación porque asistió al partido de fútbol entre el Barcelona y Madrid.
Ir a ver un clásico de este fuste no es noticia, basta que haya entradas y uno
pueda pagársela. La presencia del ex-soldado Shalit en el Camp Nou lo fue, sin
embargo, porque el Barça cambió su vida durante el cautiverio.
Ocurrió, en efecto, que sus
secuestradores, también futboleros, le dejaron ver un encuentro de la
Champions. Por un momento se olvidaron de la realidad, dejaron correr los
sentimientos y se encontraron todos aplaudiendo a Messi, Iniesta, Xavi...
Confraternizaron en el amor a unos mismos colores. Luego vieron algún partido
más. Lo cierto es que, como él confiesa, "a partir de entonces las
relaciones cambiaron". Cuando fue liberado hace casi un año se hizo el
propósito de ver al Barça en directo. No era un ex-voto de agradecimiento, sino
el gusanillo de experimentar en vivo el poder futbolístico y sanador de los
blaugranas.
El cuento de hadas se interrumpe
porque grupos palestinos protestan por la presencia del israelí en el campo de
fútbol. Algunos periódicos explicitan el malestar palestino hablando de
"una invitación formal del FC Barcelona a un militar israelí involucrado
en la matanza de Gaza". No hay invitación, sino atención; tampoco fue
militar, sino recluta; y lo de la matanza de Gaza es una forma simplificada de
narrar unos lamentables hechos. El Barça trata entonces de apaciguar la
situación invitando a un jugador de fútbol palestino, Mahmud Sarsak, que había
sido encarcelado por las fuerzas israelís en nombre de una discutible
"detención administrativa", es decir, un encarcelamiento sin
imputación de cargos. Sarsak se niega aduciendo que no quiere compartir honores
"con un asesino y criminal como Shalit", y que eso sería algo así
como "una comparación entre la víctima y el verdugo". Y para acabar
de arreglarlo remacha que este caso "deporte y política están
unidos".
Pues habría que separarlos porque de
lo contrario tendríamos un mundo al revés. Un ser humano secuestrado durante
cinco años es una víctima, por muy soldado que fuera. La guerra tiene sus
reglas y el secuestro, como la tortura, no son admisibles. Ser víctima no tiene
nada que ver con la causa que se defiende. Hay causas justas empedradas de
seres inocentes sacrificados injustamente. Lo que convierte a un ser humano en
víctima es el simple hecho de causarle un grave daño inmerecido. Y nadie
merece, bajo ninguna condición, la tortura del secuestro, sea éste judío, moro
o cristiano. Si el joven israelí estuvo secuestrado la friolera de cinco años,
¿cómo se le puede llamar verdugo? Imaginemos a Ortega Lara, funcionario de
prisiones, secuestrado por ETA durante
casi un año y medio, que quisiera ir a ver un partido del Atletic de Bilbao
porque era un hincha fervoroso. ¿Qué diríamos si un grupo de nacionalistas
radicales se manifestaran en su contra porque no querían "encontrarse con
un verdugo"? Pensaríamos que estaban fuera de toda razón. El peligro de
politizar el fútbol es perder la razón, como le ocurrió a Don Quijote leyendo
libros de caballerías que era como el deporte de la época.
Shalit ha sido una víctima y Sarsak,
seguramente que también. Haberles visto juntos hubiera estado en consonancia
con el significado fraternizante del deporte. Nos dicen que en los últimos
años, el Barcelona se ha convertido en el equipo favorito de niños israelíes y
palestinos que porfían por llevar la camiseta de Messi. Lo que resulta
preocupante es que mientras el deporte ablanda a los carceleros de Shalit,
dejando entrar en su cautiverio una corriente de humanidad, la política, que
siempre juega de una manera u otra con el esquema amigo-enemigo, se dedique a
volar puentes.
El lenguaje del deporte es universal
como el de la música, mientras que el de la política es casero o castizo ya que
tiende a convertir al rival en enemigo y al otro, en extraño. El judío Shalit y
el palestino Sarsak podrían mirarse en la orquesta West-Eastern Divan, fundada
por Daniel Barenboim y Edward Said, judío el primero y árabe el segundo. Está
compuesta por músicos palestinos, israelís, sirios y libaneses. Han conseguido
convocar a un importante grupo de jóvenes músicos que, superando viejas heridas
y acerados enfrentamientos políticos, fomentan la convivencia y la concordia. El
fútbol podría seguir los pasos de la orquesta de música y ser como un tiempo
muerto en lugares de confrontación política o militar. Un tiempo en el que pudieran
fluir las corrientes subterráneas humanitarias que nos son comunes. La politización
del fútbol no es una buena noticia.
Reyes
Mate (El Periódico de Catalunya, 12 de octubre
2012)