Preocupa la rapidez con la que la
extrema derecha se está haciendo presente. Un poderoso fantasma recorre Europa
pues va del lepenismo francés a los ultras alemanes, pasando por el italiano
Salvini, el Vox español, por no hablar de los integrismos que nos llegan del
Este en múltiples versiones. Un desarrollo tan espectacular no puede tener explicaciones
simplistas. Nos equivocaríamos si pensáramos que esto son -por lo que respecta
a España- restos del franquismo o, en Alemania e Italia, ramalazos del
fascismo. Una reciente novela francesa de Edouard Louis, titulada Didier Eribon. Retorno a Reims, ofrece
una clave inquietante. El protagonista, hijo de una familia obrera, “comunista
de toda la vida”, se pregunta cómo los suyos acaban votando extrema derecha. Si
la novela ha tenido tanto éxito es porque en el destino de esa familia progresista
se refleja el de otras muchas francesas, italianas o alemanas que han pasado de
un extremo a otro a través de un proceso que tampoco nos es ajeno aquí.
El mensaje que se nos manda a través
de esta historia es que todo este conglomerado de xenofobia social, integrismo
cultural y nacionalismo político del que se nutre la extrema derecha convoca a
nostálgicos del fascismo pero también a gente “de izquierdas”, es decir, se
nutre de cualquier pasado ideológico. Lo decisivo no es de dónde venga uno sino
qué le ha ocurrido en su trabajo y en su barrio. Esa experiencia vital es la
que determina el comportamiento actual.
La novela nos cuenta la historia de
esta familia comunista, asentada en un barrio obrero que fue confortable en su
momento. El tiempo brindó a algunos la oportunidad de promocionarse y se fueron.
Se van los que pueden y esos espacios vacíos van siendo ocupados por emigrantes
pobres o por pobres españoles cuya pobreza o desidia deteriora la vida del
barrio. El hacinamiento, el trapicheo y la suciedad hacen de aquel barrio,
otrora limpio y solidario, un gheto abandonado por sus antiguos
correligionarios pero abonado para que alguien venga y les diga que no hay
derecho que ellos, los de toda la vida, sean ahora los extraños porque la
administración se ocupa más de los moros, gitanos y drogadictos que de ellos.
Es la hora de la extrema derecha.
El punto clave de esta historia no
es el canto de sirena de estos oportunistas salvapatrias sino lo que pasa en
esos ghetos que tenemos al lado pero de los que no queremos saber nada. Como
algo hay que hacer, cumplimos la formalidad con ayudas asistencialistas que
sirven, en el mejor de los casos, para no morir de hambre pero no para vivir
dignamente.
Por eso tiene su mérito el informe
elaborado en Valladolid por el Grupo de Urbanismo y Convivencia de Santo
Toribio sobre lo que pasa dentro de uno de esos barrios marginales. Hablan
desde dentro y desde ahí van trazando un mapa preciso donde una casa minúscula,
por ejemplo, se desdobla en múltiples viviendas porque cada habitación es un
mundo. También descubrimos que las calles, otrora espacio público compartido,
es ahora una prolongación de la sala de estar o del dormitorio, como en las
novelas de Kafka. El viejo barrio se metamorfosea en un confuso espacio donde
se hacinan las personas, se mezclan los olores y las razas, mientras crece la
desesperanza de los viejos y se niega el futuro a los jóvenes. El mapa concluye
con una reflexión definitiva que Antonio Verdugo, el cura de la parroquia que
hace años decidió adentrarse en el gheto, formula así: “la política
asistencialista contribuye a perpetuar el problema”, por eso el informe propone
una actuación integral que pasa por frenar el abandono escolar, fomentar la
formación profesional, crear hábitos solidarios (que ellos cultivan jugando al
fútbol) y plantearse un urbanismo donde haya lugar para la vida privada y
también para la convivencia pública.
El enfoque de la novela francesa no
es el mismo que el del informe del gheto vallisoletano. Al autor francés le
interesa explicar cómo su familia comunista acaba siendo de extrema derecha. A
los de Santo Toribio les preocupa, sin embargo, el deterioro humanitario de la
gente. Este es en cualquier caso el punto central porque la extrema marginación
explica desde luego el cambio político del que habla la novela francesa.
Pero lo que se desprende del informe es que la deshumanización de la vida en
esos barrios marginales puede llevar a algo peor, a saber, a la obsolescencia
de la democracia. Si la política se desentiende de estos márgenes es porque ha
decidido que la democracia sólo cuenta para aquella parte de la ciudad que
empieza donde su barrio acaba. Estos seres marginales han captado que ellos no
cuentan para la democracia y la democracia para ellos. Esa desesperanza vital,
que tan bien recoge el informe, es lo que seguramente ahuyenta a los políticos.
Ahora bien, si la democracia no es para todos, nadie está a salvo de engrosar
las filas del abandono. Cualquiera puede ser centrifugado si así lo dicta la
razón de Estado. La marginación, como el desierto, avanza
rápido. Se ha empezado por abajo y empieza a alcanzar a las clases medias. La
grandeza de la democracia consiste en hacer política para todos y si cae en la
tentación de sacrificar a alguien por la razón que sea, cualquiera puede acabar
en el gheto.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 7 de octubre 2019).