5/12/19

El desgarro de una voz mansa


           Primo Levi, el judío italiano de origen sefardí que sobrevivió al campo de exterminio, hubiera cumplido ahora cien años de no haberse suicidado con 67.

            Testigos del holocausto hay muchos pero ninguno como él en precisión y profundidad, de ahí su insuperable credibilidad. Huía de todo exceso retórico y de toda explotación emocional porque entendía que el papel del testigo es suministrar información al interlocutor teniendo en cuenta sus capacidades de comprensión. Se abstenía de juzgar porque él era testigo, no juez y "los jueces sois vosotros", decía a sus lectores u oyentes.


            No se sentía con capacidad de juzgar porque no sabía qué hubiera hecho él si hubiera estado en las circunstancias de los verdugos. Y, sobre todo, porque estaba de acuerdo con el Dostoievski de Los Hermanos Karamavoz cuando decía, por boca del santón Zosima, que si todos, también los jueces, hubiéramos obrado bien, no habríamos dado lugar a la delincuencia de los demás. Levi ni se sentía juez ni quería empatía con su desgracia. Prefería que el interlocutor se preguntara por lo que le pudiera unir al verdugo y que hiciera el esfuerzo de romper esa complicidad.

            Bajo esa capa de moderación era mucho lo que decía de sí mismo y mucho lo que exigía a los demás. Para empezar, nada de victimismo. Los supervivientes no eran ni santos ni héroes: "nos salvamos los peores", decía. La heroicidad o la dignidad sólo son posible mantenerlas "si no se rebasa un grado determinado de tortura". Y en los campos ese umbral fue sistemática superado. Por eso, prosigue, en Auschwitz murió un tipo de moral, que es el nuestro, y nació otro. Murió la ética de la buena conciencia según la cual ser bueno consistiría en seguir los dictados de la conciencia. Buena conciencia tenían los nazis y eran seres perversos. Levi tuvo el arrojo de proclamar la muerte de esa moral burguesa y anunciar el nacimiento de otra nueva que es la que queda indicada en el título de su gran obra testimonial Si esto es un hombre. Ser bueno consistirá en hacerse cargo de ese otro que se nos presenta con un rostro desfigurado y deshumanizado por las lacras de la miseria. La ética no sale de uno ni tiene que ver con buenos sentimientos. Es, por el contrario, la respuesta a una pregunta que nos hace el que sufre. No nacemos seres humanos ni dotados de una dignidad inalienable. La humanidad y la dignidad se conquistan, más bien, respondiendo a la pregunta del otro. Evidentemente nadie le hizo caso. Ni en la aulas de filosofía moral donde se sigue predicando la ética de siempre, ni en la vida política que trata al pobre, sobre todo si es negro o moro, como un intruso al que le damos con la puerta en las narices.

            Le espantaba la ligereza con la que nosotros manejamos las piezas con las que se construye un campo: "basta, decía, considerar al diferente como un enemigo. Y, claro, con el enemigo hay que acabar". Así se fabrica una fábrica de muerte. Lo que entonces pasa es lo que él quiso contarnos con poco éxito.

Reyes Mate (El Periódico de Catalunya, 26 de Octubre 2019)