El peligro de los derrotados es
idealizar la causa por la que combatieron. Ha ocurrido en España con los
republicanos. Un film como el de Alejandro Amenábar, “Mientras dure la guerra”,
donde aparecen los claroscuros de la II República Española, contribuye a matizar las imágenes del pasado y a rebajar
las idealizaciones. Que muchos de los intelectuales que trajeron la República
se distanciaran de ella, por sus errores y torpezas, debería dar que pensar.
Otro tanto está ocurriendo en el
bando opuesto. El franquismo se aplicó en demonizar personas, además de
perseguir ideas, sin razón alguna. Una de ellas es Manuel Azaña, el que fuera
Presidente de la República.
Alcalá de Henares, el pueblo en el que nació, ha
propiciado unas interesantes reflexiones sobre su relación con la religión bajo
el título “Azaña y la heterodoxia”. Los obispos españoles no le perdonaron que
dijera, en un memorable discurso donde abordaba las relaciones entre el Estado
y la Iglesia, que “España había dejado de ser católica”. No era una frase original.
Había cardenales, como Vidal i Barraquer e Isidro Gomá, que lo habían dicho
antes, bien es verdad que con un sentido diferente. Los pastores de la Iglesia
lamentaban la pérdida del peso político y social que durante siglos la Iglesia
había tenido en España. Azaña, sin embargo, anunciaba que la República, cuya
constitución estaban precisamente debatiendo, sería laica. Cierto es que buena
parte de aquellos políticos profesaban una laicidad fuertemente anticlerical.
No era el caso de Azaña que tomó la palabra para tender puentes. Le parecía
que, por ejemplo, expulsar a todas las órdenes religiosas, tal y como querían
los más radicales, era “repugnante, ineficaz y que sólo encierra peligro”. No
entendía qué mal podían hacer esos conventos de monjas perdidos en los pueblos.
Azaña que tuvo formación cristiana y
cuyo paso por los agustinos de El Escorial marcó, como dice Giménez Caballero, “con
hierro de res brava, su alma para siempre”, distinguía perfectamente entre el
papel político de la Iglesia en un Estado moderno y el sentido de lo sagrado.
Su visión de la historia le enseñaba que el monopolio de la enseñanza por parte
de la Iglesia había sido “la puerta por donde se ha colado todo el atraso de la
sociedad española, y con él la tiranía, la dictadura y el despotismo”. No
estaba dispuesto en ese punto a hacer concesiones y por eso defendió la escuela
pública y prohibió a las órdenes religiosas el ejercicio de la enseñanza.
Resulta extraño que un liberal como él se opusiera a la libertad de enseñanza y
confiara en la escuela pública, una contradicción que sólo se explica si
recordamos que durante siglos la Iglesia, una institución privada, condenó sin
paliativos el liberalismo. Un católico no podía, bajo pecado mortal, ni defender
la libertad de enseñanza ni leer un periódico liberal (salvo las páginas de
economía).
Esta voluntad de construir un Estado
moderno, que tanto le caracteriza, no excluía un agudo sentido de lo sagrado. Con
treinta años asiste en la catedral parisina de Nôtre Dame a una celebración
litúrgica “sentado durante una hora en la base de una columna oyendo y viendo”.
Escribe que “si el culto católico desapareciera, los gobiernos deberían
subvencionar una catedral” y es partidario de que “el Escorial debiera
conservarse tal como está, con frailes y todo”. Nunca ridiculizó a nadie por la
práctica religiosa, por eso acompañaba a su devota mujer hasta el atrio de la
Iglesia.
Azaña ¿un heterodoxo? Depende de lo
que se entienda por ortodoxia. López Aranguren se definía heterodoxo o
disidente pero porque se sentía católico. Azaña dejó de ser católico por eso
más que disidente se sentía fuera. Pero quizá no del todo. De julio de 1938,
dos años después de iniciada la guerra civil, es aquel mensaje radiofónico que,
a modo de testamento, pedía a las generaciones siguientes de españoles que
escucharan la voz de los muertos “que ya sin odio ni rencor nos envían el
mensaje de paz, piedad perdón”. Habla de piedad y perdón, dos conceptos de
recia raigambre cristiana. Casi en esas mismas fechas, un curita de Alsasua,
Marino Ayerra, visita a su obispo, Marcelino Ormaechea, para pedirle que con el
evangelio en la mano condene los fusilamientos de feligreses católicos
republicanos por feligreses católicos falangistas. “Está Vd. dando demasiada
importancia al evangelio”, le dice el obispo. ”Le aconsejo silencio prudente y
temporal en abordar temas evangélicos como la caridad y el perdón”. Luego le
explica que esta es una guerra de buenos contra malos y lo que no puede
permitirse la Iglesia es impedir que ganen los buenos.
Si el obispo de Pamplona representa
la ortodoxia, Azaña es la heterodoxia. Lo que ya está menos claro es quien es
el que de verdad está dentro. El teólogo alemán Karl Rahner llegó a escribir
que “más de uno ha emigrado de la verdad del evangelio refugiándose en la
Iglesia; y no son pocos los que piensan que para ser fieles al evangelio tienen
que salir de la Iglesia”. Parece que ha llegado el momento de abandonar la
épica y aprender del pasado que la Iglesia de los unos y la República de los
otros merecen pasarles el cepillo a contrapelo.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 7 de
Diciembre 2019)