27/1/21

Bildu tiene un problema y nosotros, otro.

            Cada vez que Bildu respalda al Gobierno de Pedro Sánchez, sea absteniéndose sea sumando sus votos, la bronca en la bancada popular está asegurada, aunque no se entienda muy bien por qué. No puede ser porque sus votos no valgan ya que Javier Maroto, actual portavoz del PP en el Senado, se ufanaba de contar con ellos cuando era alcalde de Vitoria: “no me tiemblan las piernas”, decía “y ojalá se extendiese a otros foros”. Tampoco porque se hable con Bildu del acercamiento de los presos ya que nadie como el entonces Presidente Aznar se empeñó en ello, sin contar con que la ley está de su parte.

             Pero es verdad que tenemos un problema con Bildu que nada tiene que ver con la indiscutible validez de sus votos, puesto que es un partido legalizado, sino con el reconocimiento de sus responsabilidades por la complicidad con el terrorismo de ETA. No podemos olvidar que su núcleo fundacional es Sortu, un producto de Batasuna, brazo político de ETA.

             Las responsabilidades en cuestión tienen varios escalones. El primero y más visible, abstenerse de cualquier gesto que insinúe honra a los condenados por terrorismo. Aquellas muertes fueron crímenes que no merecen reconocimiento sino lamento. El mundo abertzale invalida el alcance de su renuncia a la violencia si festeja a etarras confesos cuando salen de la cárcel. El segundo escalón es ya un descenso a los propios adentros. Ahí puede hacer el descubrimiento de que, cuando se arrebata la vida del otro, uno queda deshumanizado. La responsabilidad en este caso consiste en hacerse cargo de las consecuencias de la violencia en uno mismo y en las ideologías que recurrieron al terror para hacerse valer. El terror contamina la humanidad del terrorista y al tiempo su universo ideológico. La tarea de rehacer la humanidad destruida incumbe al autor del crimen, pero el contagio ideológico afecta a sus herederos políticos. Bildu, heredera ideológica de ETA, tiene ahí un problema que no ha resuelto. Defiende, en efecto, una causa ideológica, el independentismo, cuya legitimación es más que dudosa.

             Aunque Bildu, en un escorzo estratégico, prime ahora los asuntos sociales sobre los identitarios, tiene que revisar, por responsabilidad histórica, la calidad democrática de su ideología independentista. No basta con decir que son otros porque han renunciado al recurso a la violencia como arma política. Es verdad que son de otra manera y todos nos sentimos aliviados al haber cambiado bombas por votos, pero para que sean otros, es decir, para que el cambio vaya en serio y no sea un aggiornamento coyuntural, Otegi y los suyos tienen que revisar hoy la relación entre independentismo y violencia. Hubo un tiempo en el que gente como él defendían y practicaban esa relación; hoy, ciertamente, no, pero ¿bastará dejar de matar para que la patria vasca –fórmula de sus ideales políticos- en cuyo nombre mataban, mute en ideal democrático? Esa patria ¿puede sostenerse a medio o largo plazo sin que en un momento, cuando sea propicio, “ejecute al otro”, es decir, se identifique con los de casa y declare al forastero extraño o enemigo? El siglo XX y lo que va del XXI nos están diciendo hasta donde pueden llegar los impulsos identitarios. Esta relación entre ideología identitaria –que alcanza a modalidades como el independentismo pero también a muchos nacionalismos y muchos populismos- y violencia, no es una ocurrencia malintencionada. Quizá ayude a entenderlo el hecho de que una mente tan poderosa como la de Hegel dedicó un capítulo de su Fenomenología del Espíritu a la relación entre “ilustración y terror”. A los revolucionarios aquellos no les cabía en la cabeza que alguien en su sano juicio pusiera reparos a unos ideales y a unas prácticas políticas, como las suyas, que la humanidad había estado esperando durante siglos. A quien no lo entendiera por las buenas había que enseñárselo con la guillotina. ¡La guillotina, una creación necesaria de la muy elogiada época de las Luces¡ Son unas páginas necesarias porque nos hacen ver lo interiorizado que tenemos el recurso a la violencia, con qué facilidad sacrificamos a los que son más débiles y a los que no son nuestros, con qué habilidad lo hemos justificado.

             Ahora bien, si eso ya ocurrió con la noble Ilustración ¿qué no estará ocurriendo con esa forma agonizante de Ilustración, que llamamos Romanticismo, y que es el caldo de cultivo de los modernos movimientos nacionalistas? No se trata de un falso problema, sino de una cuestión que debe ser planteada con el mayor rigor.

             La diferencia entre el independentismo vasco de antes y el de ahora estriba en la renuncia a la violencia. Ese cambio ha bastado para que Bildu sea reconocido legalmente como un partido democrático, con todos sus derechos. Pero el cambio sobre el recurso a medios violentos para defender sus ideas ¿no exigirá revisar la ideología en cuyo nombre se mataba? Si antes se mataba en su nombre es porque la patria vasca estaba por encima de todo. El cambio de Batasuna a Bildu debe significar que esa patria no está por encima de sino sometida a la voluntad de los ciudadanos. Esa voluntad es igual en todos, es decir, no está ligada ni a la sangre, ni a la tierra, ni a la lengua, ni a la cultura. La voluntad de los ciudadanos no tiene patria. Una renuncia consecuente a la violencia debería llevar consigo el fin del soberanismo.

             Bildu está confrontaba a un doble reto: por un lado, entender la catadura terrorista de su patriotismo anterior; por otro, deponer sus ideales independentistas en nombre de su renuncia a la violencia. En el fondo de uno y otro, la querencia de todo planteamiento identitario a la violencia (que va desde la exclusión política del otro, hasta su negación física, como ocurrió con el hitlerismo), una querencia que hace difícil armonizar soberanismo con democracia.

             Estos problemas de fondo quedan ensombrecidos por el tremendismo de quienes, desde la derecha, cuestionan gestos políticos de Bildu, plenamente justificados, frenando así un proceso autocrítico que tiene mucho recorrido porque la incapacidad actual de Bildu para asumir responsabilidades se extiende también a otros sectores de la sociedad vasca que fue cómplice, se calló o incluso se aprovechó de aquel terror.

 Reyes Mate (El Norte de Castilla, 20 de diciembre 2020)