31/1/21

La fraternidad de Francisco, un valor cristiano subversivo

             Acaba de aparecer la última encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti, un alegato a favor de la fraternidad como virtud política. La encíclica es un género literario de difícil ubicación: es un discurso cristiano, sí, pero dirigido a toda  “persona de buena voluntad”. Puede conseguir, como en este caso, que irrite a creyentes conservadores y la aplaudan agnósticos aperturistas.

             No se puede decir que las encíclicas hayan cambiado el rumbo de la historia, entre otras razones porque los católicos no se sienten obligados a cambiar sus prácticas políticas o económicas por lo que diga el Papa, pero no han sido inútiles porque venían a reforzar determinados valores humanistas, también defendidos por otros líderes mundiales, religiosos o laicos, que han hecho camino. Pensemos en causas como la de los emigrantes, el hambre en el mundo, la pena de muerte o el recurso a la guerra. En estos temas la voz del Papa ha estado del lado bueno.

             Este tono humanista se mantiene en Fratelli Tutti y eso le ha valido más de un reproche por parte de los católicos conservadores. Las matizadas críticas del Papa a la propiedad privada, basadas en la doctrina más tradicional, les suena a herejía; las que dirige al neoliberalismo, a traición. Y la cita de Juan Crisóstomo -que interpreta la pobreza como un empobrecimiento injustificable que convierte a la riqueza en robo- como el acabose. Por mucho menos han acabado Sumos Pontífices en las mazmorras de Sant’Angello. Con todo, lo que más irritación puede causar son sus reflexiones sobre la emigración pues ahí da en la línea de flotación de la nueva derecha europea. Se identifica Europa con “occidente cristiano” y se levanta la bandera contra el emigrante negro o árabe. En Francia, Alemania, Holanda  y España se oye decir, cada vez más, que “ el Islam no forma parte de Europa". Los alemanes, por ejemplo, tienen un partido llamado Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente (PEGIDA) y otro, Alternativa para Alemania, que se han abierto paso vociferando que Occidente es cristiano, es decir, convirtiendo el cristianismo en una religión étnica de blancos antiislamistas (que tanto recuerdan al hitlerismo que era una religión étnica de arios antisemitas). También es verdad que hay una extrema derecha  que reivindica una tradición pagana o politeísta -como hacen P. Sloterdijk en Alemania y de Benoist en Francia- que declaran la guerra a planteamientos como los de Francisco porque consideran al cristianismo que él representa culpable de un rigor moral y de unas exigencias universalistas que provocan la infelicidad del ser humano, que no da para tanto.

             Con esto seguramente contaba el Papa Francisco. Mucho más interesantes son críticas como la de Massimo Cacciari, influyente filósofo italiano que fue alcalde de Venecia. El, un agnóstico progresista, echa de menos una voz propiamente cristiana. Celebra, claro, que el mundo católico se sume a los ideales ilustrados de igualdad-libertad-fraternidad, tan denostados en otro tiempo por la Iglesia católica, pero lo que este mundo necesita no es repetir lo que ya sabe sino oír algo nuevo, una novedad cuyo secreto tiene el cristianismo y que se substancia, según él, en palabras tan provocadoras como mesianismo, profetismo o apocalipsis. La Iglesia debería poner punto final a su esfuerzo por hacerse perdonar sus errores históricos y hacer valer su propia tradición no contra (como antaño) sino a favor del hombre y del mundo.

             No le falta la razón. Ha medrado en las últimas décadas un tipo de teología progre, en el mundo católico (que se corresponde con cierta teología liberal protestante) que buscaba audiencia en la sociedad moderna reproduciendo teológicamente lo que se decía filosóficamente. Esa teología unas veces se sometía acríticamente a los ideales ilustrados y otras, a los marxistas, consiguiendo el aplauso de unos y otros pero sin aportar nada más que críticas facilonas casi siempre clericales.

             Por eso es de agradecer que alguien, agnóstico y moderno, reivindique esa tradición cristiana porque espera de ella ideas y propuestas innovadoras. En lo que, a mi entender, se equivoca Cacciari es en afirmar que Fratelli Tutti no da ese paso y se queda en la música de las teologías liberales. La novedad de esta encíclica es que libera al cristianismo de un síndrome de dependencia respecto a planteamientos progresistas y habla sobre los temas que interesan a la humanidad con voz propia. Este texto no es un caso más de teología progre. Va a hablar de fraternidad, pero de la fraternidad se puede hablar de dos maneras: inspirándose en Robespierre o en la parábola del Buen Samaritano. Fue Robespierre, en efecto, quien dio un golpe de Estado porque veía que la Revolución Francesa reservaba los ideales de igualdad y libertad a los ricos. Para dejar claro que también alcanzaban a los pobres, buscó una tercera bandera: la de la fraternidad, una exigencia excesiva, incluso para los revolucionarios, que se prestaron a quitarla de en medio  tan pronto como pudieron. La mala fama que arrastra Robespierre en algo tiene que ver con esta pretensión suya de que los “sans culottes”, “el lumpen” (es decir, los traperos), también nacen iguales y libres. Quien se benefició de la aquel cambio revolucionario fue el burgués, es decir, el propietario, no el pobre.

             El relato del Buen Samaritano también habla de fraternidad pero en un sentido muy diferente. Ese relato, uno de los más sorprendentes de la literatura mundial, es también uno de los más manipulados quizá porque en su literalidad resulta insoportable. El contexto del relato es una polémica entre Jesús de Nazareth, y sus oponentes, letrados judíos, sobre el alcance de la ética, es decir, cómo alcanzar la felicidad. Jesús predicaba un buenismo que casaba mal con el rigor talmúdico. Le piden que precise hasta donde hay que ser bueno: ¿con los de casa, con los vecinos, con los de la raza, con los forasteros, con los enemigos? Jesús no les responde directamente sino que desplaza el planteamiento: en lugar de discutir sobre el alcance de la ética, aclaremos, les viene a decir, algo previo:¿cómo nos constituimos en sujetos morales? ¿en qué consiste ser bueno? ¿en obedecer a la ley, en seguir el dictado de la conciencia, en respetar las leyes de la ciudad, en ser judío?

             El predicador de Galilea tenía una teoría que se resumía en una palabra: "prójimo", "ser prójimo". Y ¿quién es mí prójimo", pregunta el oponente que era, él sí, un letrado. Se lo aclara con un relato: Un hombre va de Jerusalem a Jericó. Le asaltan unos ladrones que le roban y le dejan malherido. Pasa por allí un intelectual ensimismado que no le hace caso; pasa un sacerdote sumido en profunda meditación y, tampoco. Llega luego un samaritano, mala gente ésta de Samaría, que al verle descabalga, le cura, se lo lleva a la posada para que se reponga y se hace cargo de sus gastos. Ser bueno consiste en hacerse prójimo, es decir, en aproximarse al caído. No pone el acento en la buena obra sino en el hecho de que gracias a la buena obra nosotros nos hacemos buenos, es decir, prójimos. La compasión nos convierte en seres humanos. No nacemos sujetos morales sino que lo tenemos que conquistar haciéndonos cargo del otro necesitado.

             El que aquí gana es el que da. Lo que hace insoportable este relato es que para devenir sujeto moral haya que hacerse cargo del otro, que en eso consiste ser prójimo. Precisamente por eso los propios cristianos han tenido que deformar el relato durante siglos llamando prójimo al caído. De esta manera la compasión samaritana quedaba privada de su originalidad: el prójimo sería ahora el pobre desgraciado que espera nuestras limosnas. No necesitamos hacernos prójimo, como pide el relato. Al contrario, se trata de ayudarle, de darle de lo que nos sobra. Fratelli Tutti recupera, por el contrario, el sentido subversivo originario del relato evangélico.

             Ahora podemos apreciar la diferencia entre Jesús y Robespierre: para este la fraternidad es un asunto de justicia distributiva (los bienes revolucionarios deben llegar a todos); para aquél, es la forma de que uno alcance la dignidad de ser humano. La fraternidad o la compasión no es una materia optativa sino el punto de partida de una nueva humanidad. Y esa es la palanca desconocida que Francisco rescata del cristianismo para ponerla en manos de la gente de buena voluntad. Lo original de este escrito es que, a diferencia de otros líderes mundiales, no apela a buenos sentimientos para dar una respuesta humanitaria a la pobreza, la emigración o las guerras. El objetivo no es que los más afortunados sean más solidarios sino que todos entendamos, también los que dan, que gracias a ese gesto compasivo alcanzamos la dignidad humana, sea porque nunca la hemos tenido o porque la habíamos perdido con una vida de espaldas a los demás.

             La compasión samaritana es un rasgo inconfundible de la originalidad del cristianismo, pero son pensadores judíos quienes seguramente más consecuentemente la han recibido y desarrollado con sus teorías sobre la alteridad. Es lo que guía la filosofía de Emmanuel Levinas, en Francia, o de Herman Cohen, en Alemania. Levinas llega a decir no sólo que tengo que hacerme cargo del otro sino que “soy responsable del otro incluso cuando comete crímenes, incluso cuando otros hombres cometen crímenes. Es, para mi, lo esencial de la conciencia judía. Pero creo que es también lo esencial de la conciencia humana: todos los hombres son responsables unos de otros, y, citando a Dostoievski, o más que todos los demás". También Hermann Cohen se pregunta “si acaso existo yo como sujeto moral antes de que me convierta en prójimo”, es decir, antes de que me aproxime al necesitado. En estos pensadores, el principio alteridad despide al de autonomía ilustrada. Y esa es la grandeza de esta encíclica. No lo tiene fácil Francisco. Reconoce en un momento que muchos, católicos o no, se negarán a seguirle porque no aceptan su lógica, su enfoque y, añade, “si no se intenta entrar en esa lógica, mis palabras sonarán a fantasía”. Lo grave del asunto es que su lógica, que es la compasión samaritana, es la del fundador del cristianismo, extraña a los propios cristianos. Por eso no cabe hacerse ilusiones sobre la eficacia del texto papal. Hay una viñeta de El Roto donde aparece un predicador en un campanario gritando “El Papa ha dicho que el capitalismo es malo ¿y ahora que va a pasar?” Y nos muestra un pueblo muerto para decir que no pasa nada. No hay por qué compartir tanto pesimismo. La historia avanza cuando aparecen ideas poderosas que señalan una dirección. Esta de la fraternidad es una de ellas, sea en la versión de Robespierre o, más aún, en la de Francisco.

 Reyes Mate (revista Poliedro, nr 3 (2020) Universidad de San Isidro, Argentina, 329-334)