10/11/21

Apuntes para una ética compasiva

             1. Es un tema que no se lleva o que tiene mala prensa entre los filósofos pero que a mí siempre me ha acompañado. Intenté una aproximación en el año 1988, en la revista Razón y Fe, titulado "Por una ética compasiva" y ahora aprovecho la ocasión que me brinda este curso del Centro de Estudios Judeo-Cristianos para seguir reflexionando sobre este particular.

            Dos de los filósofos que más simpatizan con el tema, Horkheimer y Adorno,  resumen así lo que se dice en filosofía: "La compasión es menos que una virtud: es una debilidad nacida del miedo y de la infelicidad". Spinoza, Kant, Sade o Nietzsche rivalizan en el descrédito de un sentimiento "que no se tiene en pie ante la filosofía" y que "no puede reclamar para sí la dignidad de la virtud" (Kant). No tiene ni entidad ni virtud.

            Para toda la Modernidad la compasión es sospechosa de flojera: frente a la justicia se pueden poner algunos parches pero no acabar con ella. Claro que a lo mejor hay otra consideración, harto diferente, tras ese desprecio por la compasión, dicen Horkheimer y Adorno. Pensemos que compasión rima con infelicidad. Y como toman la infelicidad como una vergüenza, no pueden aceptar la compasión, que el hombre sea compadecido. Lo que habría tras el desprecio de la compasión es una apología del poder. Es lo que pone de manifiesto el film Exodus. Sus protagonistas veían el mundo sub specie progressus. La mala prensa se entiende si recordamos que Bush presentó su estrambótica política como resultado de un "proyecto compasivo".

            Si, pese a todo, Horkheimer se decide a utilizar esa figura, pese a la mala prensa de que gozaba, es por algo que no escapó ni a Sade ni a Nietzsche: cuando la Ilustración encargó a la razón la organización del mundo y ésta no podía perderse en los detalles, en lo concreto. Eso era cosa de los sentimientos. Y fue la compasión la que se hizo cargo del sufrimiento que escapaba a la razón. Por tanto, quien sea sensible al sufrimiento, de las injusticias concretas, tendrá que ocuparse de la compasión.

             2. La compasión se dice de muchas maneras. Normalmente nos compadecemos del otro. El foco es el otro. Yo, por el contrario,  me voy a fijar en una compasión donde el centro es uno mismo. Y no hablo de autocompasión. Voy a hablar de la compasión como habla una leyenda religiosa, un relato que encontramos en el Evangelio de Lucas. Me refiero a la parábola bíblica de "El Buen Samaritano" (Lc. 10,30-37).

            Hace poco en un viaje a Turin me topé con un libro se Zagrebelsky, un magistrado jubilado, sobre "Judas". Pedía a sus lectores fijarse en este personaje, independientemente de la creencia de unos y otros, para reflexionar sobre los límites del mal, de la culpa y del perdón. Lo mismo pido yo a propósito del Buen Samaritano.

Este relato evangélico tiene la particularidad de pese a la sencillez de la historia, haber sido sistemáticamente boicoteado, tergiversado.

            Yo mismo tuve que llegar a él, después de haberlo mil veces, ayudado por un gran exégeta protestante, Joachim Jeremias, autor de un insuperable libro, Die Gleichnisse Jesu.

            Según este experto el contexto de la parábola es una polémica entre el predicador galileo, Jesús de Nazareth, y sus oponentes, a propósito del alcance de la ética. El galileo predicaba un buenismo que se casaba mal con el rigor talmúdico. Le preguntan entonces por al alcance de la moral: ¿hasta donde hay que ser bueno? ¿hay que ser bueno con los de casa, con los vecinos, con los de la raza, con los forasteros, con los enemigos?

            El predicador que, según dice José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica ("no sabemos si Jesús aprendió a leer y escribir", p. 55) podía ser de pocas letras pero no ignorante de las Escrituras que las conocía por haberlas escuchado y meditado, desplazó el problema cambiando el planteamiento: en lugar de discutir sobre el alcance de la moral, aclaremos algo previo: ¿cómo nos constituimos en sujetos morales? ¿en qué consiste ser bueno? ¿en obedecer a la ley, en seguir el dictado de la conciencia, en respetar las leyes de la ciudad?

             3. El predicador galileo tenía una teoría que se resumía en una palabra: "prójimo", "ser prójimo". Y "¿quién es mi prójimo", pregunta el oponente que era un letrado. Una pregunta importante porque ser prójimo es como constituirse en sujeto moral. Se lo aclara Jesús con un relato: un hombre va de Jerusalem a Jericó. Le asaltan unas ladrones que le roban y le dejan malherido. Pasa por allí un intelectual ensimismado que no le hace caso; pasa un sacerdote sumido en profunda meditación y, tampoco. Llega luego un samaritano, mala gente esta de Samaría, que al verle descabalga, le cura, se lo lleva a la posada para que se reponga y se hace cargo de sus gastos. ¿Quién es el prójimo?

            Si al llegar aquí desconectamos de la parábola y preguntamos a cualquiera que quien es el prójimo dirá que el pobre, el necesitado, el mendigo, el chinito de Domund, es decir, el caído. Pero el prójimo no es el caído sino "quien tuvo compasión de él", es decir, el que se aproxima al caído. Ser bueno consiste en hacerse cargo del otro, en aproximarnos al necesitado.

            La compasión es un movimiento hacia el otro, efectivamente, pero por interés propio. Es la estrategia antropológica para constituirnos en sujetos humanos. No hay sujetos morales más que como respuesta a la demanda del necesitado.

            Habría que preguntarse por qué todos hemos identificado al prójimo con el otro desvalido, es decir por qué hemos pervertido el sentido originario. Seguramente porque el sentido que da Jesús al prójimo es insoportable por exigente.

             4. El relato del Buen Samaritano puede ser el relato fundante de una ética compasiva, pero hay que reconocer que ese relato ha tenido muchas complicidades. Hay momentos claves en la historia de la humanidad -en la historia que cuenta la construcción de la humanidad del ser humano- que apuntan en la misma dirección. Voy a recordar un par de ellos. En primer lugar, El Sermón de Montesinos. En septiembre de 1511 salieron del Monasterio de Santo Tomás de Avila un grupo de frailes dominicos, entre ellos Pedro de Córdoba y Antón Montesinos, rumbo a la Española. Iban con libros, cosa inusual entre frailes dominicos que tenían prohibido llevarse los libros de la biblioteca para que los de casa siempre los tuvieran a mano. Aquí excepcionalmente se van con libros porque había mucho que analizar. El saber de la época estaba muy circunscrito al Orbis Catholicus pero ahora había que interpretar el derecho, la antropología, la ciencia y la teología teniendo en cuenta a nuevos actores que no eran de las razas conocidas y que además no habían oído hablar del evangelio. Durante todo un año observan, estudian y llegan a la conclusión de que ha llegado la hora de hablar. Encargan a su mejor predicador, Montesinos, "que era aspérrimo en reprender vicios", que tome la palabra y diga lo que todos piensan. Y así lo hace: “¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?, ¿con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas?, ¿cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarles de sus enfermedades?”(1) “¿acaso no son hombres?”(2),  “¿no estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?”. Hoy la pregunta -"¿acaso no son hombres como nosotros?"- nos puede resultar ociosa o retórica, pero entonces no lo era. El español venía de una sociedad fuertemente jerarquizada: arriba el "cristiano viejo" y abajo "las sabandijas", i.e. esos seres inferiores que figuran en una esquina de Las Meninas (María Bárbola, el Nicolasillo Pertusato) y, en medio, judíos y sobretodo moriscos, esos despreciados "mudéjares" que comían carne de pollo y verduras, hortalizas y frutas, cosas de poco alimento.

            La reacción de Diego Colón no se deja esperar: “¿de qué lado estaban estos frailes? ¿con ellos o con nosotros? ¿con la barbarie o con la cristiandad?”, se pregunta. La respuesta se la dan los frailes pero esta vez por escrito y firmada por todos: "estos son hombres como nosotros y si no lo reconocemos, somos nosotros los que tendremos que deponer el ser humano". Sabemos de esto por un cura encomendero, Bartolomé de Las Casas, quien al oírlas decidió “convertirse” y militar en esta pregunta. Esa pregunta de Antón Montesinos, que recogía la interpelación del indígena al occidental -¿acaso nosotros, seres de otra raza, religión y cultura, sometidos por la fuerza y tratados como animales, acaso nosotros no somos seres humanos como vosotros?- convulsionó el reino hasta el punto que cuarenta años después, en 1550, Carlos V propuso un gran debate nacional sobre los títulos de la conquista: la Controversia de Valladolid. El debate lo ganó Las Casas: había que considerar a aquellas gentes seres humanos como nosotros. Sólo que la historia dio la razón a Sepúlveda: había que tratarles como a esclavos y así se hizo. El segundo momento ocurrió antesdeayer, en Auschwitz. El relato que escribió Primo Levi de su estancia en el campo de Auschwitz-Monowiz, tiene por título "Si esto es un hombre". No era el título original. Primero se tituló "Sul fondo" ("En el abismo"), pero acabó tomando el título de las primeras  palabras del poema: Shema, "Si esto es un hombre". El poema pide "...considerar si es un hombre/quien trabaja en el fango/quien no conoce la paz/quien lucha por la mitad de un panecillo/quien muere por un sí o por un no...". Es la pregunta de Montesinos, la misma que nos dirige un superviviente al salir del campo. Nos pregunta si estos seres con aspecto deshumano ¿acaso no son hombres?

            El filósofo francés, Jean Luc Nancy, ha tipificado estas distintas preguntas bajo la figura de la Ecceitas (del latín “ecce”; recordemos el “Ecce homo”, dirigido a Jesús: "Si esto es un hombre"). La pregunta de Montesinos, como la de Levi, la del Servidor Doliente de Isaías o la del Nazareno son versiones del "Ecce homo": esa imagen representa al hombre humillado, reducido a una pregunta que el poder dirige a todos los demás ¿os parece que esto es más de lo que parece? ¿acaso esto puede ser un ser humano como nosotros que gozamos de buen aspecto?

            Es una pregunta que se dirige a nosotros mismos aunque parezca que lo que juzgamos es la humanidad del otro. De acuerdo con la parábola del Samaritano, es nuestra propia humanidad la que está en juego.

             5. Podría parecer que la última reflexión es una exageración, igual que toda esa ética compasiva que he ido sugiriendo: saltarse la ética kantiana y sustituirla por una lógica de la alteridad tan extrema como la samaritana, es un órdago difícil de sostener. Y, sin embargo, no parece que haya alternativa a este planteamiento para nuestra generación, para nuestro tiempo.

            5.1. Nuestro tiempo está marcado por “el deber de memoria” que tal y como he explicado en otros lugares significa repensar todo a la luz de la barbarie de los campos. En Auschwitz la humanidad hizo una experiencia que marca un antes y un después. Eso no tiene que ver con los judíos, ni con los muchos muertos, sino con esto otro: ocurrió lo impensable y ese es lo que da que pensar. Hay texto de Primo Levi que lo explica muy bien: “El acontecimiento, dice, es algo que trasciende la verdad y no sólo porque es inefable (inexpresable), o porque no es reducible a términos lógico-racionales. Hay algo más: el acontecimiento es, desde un determinado punto de vista, perfectamente inconmensurable. Es algo que no se identifica con la idea de verdad, al menos en la versión racionalista con la que la expresamos. Lo cierto es que, en un proceso normal, el testigo es llamado a declarar para hablar de un hecho y no de un acontecimiento. Nos encontramos ante tres realidades que quizá deberíamos separar: el acontecimiento, el hecho y la verdad"(3).

            Tenemos que repensar todo a partir de la experiencia de la barbarie: la política, la estética, el derecho, la religión y también la ética. Ernst Tugendhat, un filósofo alemán que se ha dedicado toda su vida a probar la calidad de las fundamentaciones de la ética,  ha llegado a la conclusión de que todas se basan en un prejuicio humanitario: en la igual dignidad de los seres humanos. Hay que buscar en el convencimiento generalizado de que todos los seres humanos son iguales en dignidad la explicación de por qué somos o debemos ser buenos. Ahora bien, lo que llama la atención en los testimonios de los supervivientes es que, para sobrevivir, había que colgar la dignidad a la entrada del campo. Abundan los testimonios en el sentido de que para sobrevivir había que echar mano de todos los argumentos, sin pararse a mirar su clasificación moral. Elie Wiesel precisa esta idea al decir que, en el Lager, lugar del ultraje y de la degradación moral, la dignidad era posible sólo hasta un determinado momento de sufrimiento a partir del cual era impensable. “Los santos son los que mueren antes del final" (Wiesel, E.,1961, Le Jour, Seuil, Paris, 57), dice. Se puede ser digno hasta cierto nivel de tortura, pero una vez superado ese umbral no hay dignidad, ni santidad, ni moralidad posible. Levi dice en esa entrevista: "no era aquel un lugar en el que valiera la moral de antes. Era un mundo bipartido, un mundo fracturado en dos, nosotros y los otros, y la moral corriente no valía ya"(4), "no había solidaridad...el encarcelamiento comporta un grado extremo de opresión, la solidaridad naufraga. Se imponen otros factores, la supervivencia personal".

            No tuvieron dignidad, pero ¿fueron inmorales? Para hacernos una idea de lo que significa un comportamiento moral en el campo, Levi recurre a la paradójica expresión de "suerte ética". Remitir al azar algo tan de la libertad como la moralidad, parece extraño. Pero así era. En el campo había que tener suerte para vivir, como dice Semprún. Pero Levi va más lejos. Para sobrevivir moralmente también hacía falta suerte. Dice Levi: “El sobrevivir sin haber renunciado a nada del mundo moral propio no ha sido concedido, si exceptuamos aquellos casos en los que la fortuna ha intervenido de una manera directa y poderosa, más que a poquísimos individuos superiores, de la madera de los mártires y de los santos” (Levi, P., 1987, Si esto es un hombre, El Aleph, Barcelona, 98-99). Notemos está extraña referencia a la "fortuna" porque está planteando algo tan paradójico como "la suerte moral".

            ¿Qué significa exactamente eso de la “suerte moral”? El reconocimiento de su rareza y esto dentro y fuera del campo. Lorenzo fue la suerte de Levi, pero personajes tan humanos como Lorenzo hubo pocos en Auschwitz. No podemos relacionar la moralidad con una propiedad que siempre está ahí, como connatural a la condición humana, y que sólo espera ser activada. Este es el esquema de las teorías modernas de la moral, cuando dicen basar la moralidad en la dignidad con la que todo ser humano viene al mundo. Tenemos que entender la moralidad,  la dignidad o incluso la humanidad, más bien  como punto de llegada que de partida. Una conquista.

            No somos quien para preguntarnos por la dignidad de los deportados cuya inmensa mayoría superó el umbral de humanidad posible al que se refería Wiesel.

            Pero sí por la de los que estaban fuera: la nuestra y la de los verdugos. Pensemos en Otto Dietrich zur Linde, el oficial nazi protagonista del Deutsches Requiem de Borges. Para ser verdugo tenía que matar la compasión que pudiera surgir en su corazón. Por eso tuvo que matar a Jersulem, el anciano y bondadoso poeta que respiraba bondad e inocencia. Tenía que matarle para matar la compasión que brilló por un instante en su corazón nazi. Esa ética sólo puede consistir en responder a la pregunta de Levi “si esto es un hombre”; a la de Montesinos “¿no son estos acaso hombres”? La ética consistiría entonces en responder de la inhumanidad que se nos pone delante. La actitud ética a la altura del campo consiste en hacerse cargo de la inhumanidad del otro. En el campo nace la ética de la alteridad o de la compasión y se clausura la ética de la buena conciencia.

            Un joven Habermas desvela en un escrito sobre Marcuse (publicado en 1968) una conversación que mantuvo con este poco antes de cumplir los ochenta años sobre "la base normativa de la teoría crítica". La conversación debió quedar en tablas porque en el siguiente encuentro, dos años después, un Marcuse ya moribundo le revela el secreto que buscaban: "¿ves? ahora sé en qué se fundan nuestros juicios valorativos más elementales: en la compasión, en nuestro sentimiento por el sufrimiento de los otros" (Habermas, 1975, Perfiles filosófico-políticos, Taurus, Madrid, 296).

Reyes Mate (Intervención en el Centro de Amistad Judeo-Cristiano, Madrid, octubre 2016)


NOTAS

(1) B. de Las Casas Historia de las Indias, Obras Escogidas II, 175, BAE, Madrid.

(2) Beuchot resume los rasgos de la antropología subyacente: unidad específica de toda la humanidad, libertad del hombre, sociabilidad y religiosidad. M. Beuchot,1994, Los fundamentos de los derechos humanos en Bartolomé de Las Casas, Anthropos, Barcelona, 33 y ss.

(3) Intervista a Primo Levi, ex deportato. A cura de Anna Bravo e Federico Cereja, 2010, Einaudi, Torino, xxiii.

(4) Ibid., xxi.