1. La democracia en España padece
una severa crisis institucional. No hay más que ver la valoración que se tiene de
los políticos, jueces, obispos o banqueros. Basta echar una mirada a la
monarquía o las noticias sobre el soberanismo catalán para entender que la
democracia hacía aguas por todos los costados: desde luego por el
institucional, pero también por la base, ¿cómo, si no, entender que políticos
corruptos sean votados por mayorías absolutas?
El peligro de la crisis actual es
echar la culpa a las instituciones. Convendría entonces darse un paseo por El Inspector, la obra teatral de Gogol,
escrita hace casi doscientos años en la lejana Rusia, pero de plena actualidad
aquí. El argumento versa sobre el mundillo político en provincias, sacudido de
repente por el anuncio de un inspector enviado para valorar la situación. La
gracia del enredo está en que los políticos corruptos confunden al temido
inspector con un inocente perillán sorprendido por los halagos y favores con
los que el alcalde y su cohorte quieren comprarle. Se deja ir, aprovecha la
ocasión y se va colmado de gracias. Mientras los políticos se pavonean de cómo
se lo han ganado, reciben el aviso de que el inspector de verdad acaba de
llegar. Momento grandioso de la obra es cuando el alcalde se vuelve a los
espectadores que han estado riendo todo el tiempo, porque ellos sí sabían que
los políticos estaban poniendo los huevos en el cesto equivocado, y les espeta
a la cara "pero ¿de qué os reís? ¡os estáis riendo de vosotros
mismos!".
La risa sólo aflora cuando el que
ríe se siente un peldaño por encima del otro. El espectador ríe porque sabe que
los políticos son unos corruptos y tan cortitos que caen en el ridículo de
entregarse en cuerpo y alma al pícaro ingenuo que pasaba por allí. Podemos
reírnos de ellos o indignarnos contra ellos porque nosotros no somos así. Pero
el alcalde abochornado de El Inspector
se revuelve contra el público muerto de risa echándole en cara que no tienen
razones para la risa porque ellos, en sus butacas, son iguales a los personajes
que tienen delante. ¿Acaso no han sido ellos quienes les han elegido? Y ellos,
los políticos, no se esconden. Todos saben cómo son y les eligen por como son.
Esta corrupción por abajo es lo que proporciona a la crisis institucional una
gravedad excepcional.
2. El análisis de la crisis de la
democracia puede atacarse desde muchos flancos. Voy a recurrir a uno, a primera
vista más distanciado, pero que nos puede llevar al epicentro del problema. Me
refiero a la memoria.
Mi hipótesis de partida es que la
forma en que se hizo la transición de la dictadura al franquismo tiene mucho
que ver con lo que está ocurriendo. Escribía recientemente Slomo Ben Ami que
después de 1945 ha habido unos 500 casos de transiciones posconflicto cuya
mayor parte ha seguido la vía española. Había que elegir entre justicia u olvido
y se eligió la amnistía, es decir, el olvido. Por lo que respecta a la
transición española, el camino del olvido tuvo que ver con la debilidad de las
fuerzas democráticas del momento (aquello fue una transición vigilada, vigilada
por las fuerzas armadas), pero también con los intereses de los protagonistas:
ni Fraga ni Carrillo tenían interés en que se mirara hacia atrás porque
entonces podía aflorar el asunto de las responsabilidades de unos y otros. Sin
olvidar una cultura del olvido que dominaba en la época y no sólo en España: en
1975 en Alemania, sin ir más lejos, nadie hablaba de Auschwitz. Luego los
historiadores añadieron otra razón, a saber, que ya se había producido la
reconciliación al encontrarse codo a codo hijos de los vencedores y vencidos en
la oposición al franquismo, pero eso ni se decía entonces ni tiene en sí mucho
sentido ahora. Al fin y al cabo todos ellos, eran un puñado y sólo se
representaban a sí mismos pero no a la víctimas de su bando.
2.1. Ese modelo de transición
consiguió una llegada relativamente pacífica de la democracia(1) pero se pagó
caro.
En primer lugar, concebir un proceso
constituyente controlado. Para que no se fuera de las manos tenía que estar
controlado por las élites de los partidos que sabían lo que quería. Eso
significó, de hecho, que la constitución quedara en manos de una
"ponencia" o "padres de la Constitución" al abrigo de las
desmesuras de la opinión pública. Lo que de ahí salió fue un sistema
democrático organizado desde arriba se ve en la ley y en la ley de partidos que
prima a las cúspides de los partidos y en la ley electoral que privilegia a las
direcciones de los partidos (listas cerradas) y a los partidos mayoritarios
(ley d'Hont).
En segundo lugar, con las leyes de amnistía
(15 de octubre de 1977) se cancela el concepto de responsabilidad histórica.
Gracias a esa ley salieron los presos políticos antifranquistas pero también
quedó lavada la culpa de todos los criminales franquistas de guerra, desde 1936
hasta 1976. Esa amnistía, que fue una autoamnistía, ha alimentado un supuesto
demoledor para la democracia. Me refiero al hecho, señalado por Francisco Gor(2),
de que, gracias a esta ley, los franquistas llegaron a pensar no que se les
borraban los crímenes sino que nunca los habían cometido. Interpretaron
paradójicamente esta autoamnistía como un certificado de inocencia, algo
absurdo pues no puede uno perdonarse de lo que no ha cometido.
En tercer lugar, se produjo una
ruptura que no era la que el antifranquismo quería (romper con la dictadura) sino
su contraria, a saber, respecto a la República. Al desterrar la memoria del
proceso constituyente, se negó toda relación entre democracia y república. La
consecuencia fue que no se quiso, no se pudo, hacer frente a los problemas
pendientes de la II República española. Estamos hablando de problemas que hoy
suenan mucho: el problema territorial que planteaba el encaje del País Vasco y
Cataluña; el tema de la laicidad que tiene por desafío el lugar del catolicismo
en una constitución laica; y, lógicamente, el tema de la monarquía que aunque
fuera sancionada por un referendum
vino de la mano del franquismo. Era desde luego la voluntad del dictador algo
que pesó decisivamente en el comportamiento de las fuerzas armadas en todo ese
proceso.
Estos temas que habían sido claves
durante la República se cerraron en falso y ahí están de nuevo, con muchas más
complicaciones.
En cuarto lugar, se descapitalizó la
riqueza e experiencia acumulada durante los tiempos de oposición al franquismo.
Esa oposición fue la ocasión para un despliegue de valores morales que fueron
echados a perder por las élites que protagonizaron la transición. Me refiero a
la generosidad y al sufrimiento de tantos militantes de base que entregaron a
la causa su tiempo, su dinero, sus ilusiones; de tantos cristianos y curas de
base que luchaban contra el nacionalsocialismo en nombre de unas ideas
políticas laicas; de tanto exiliados que esperaban activamente el final de la
dictadura no sólo para dar a conocer su relato del pasado sino sobre todo
aportar a la futura construcción de la ciudadanía su experiencia de exiliados.
Nada de esto contó en la transición.
Mejor dicho, nada de esto contó en las elecciones ya que no se entiende el
éxito del socialismo sin la memoria histórica de los votantes. Pero no contó en
la estrategia de sus dirigentes que devaluaron aquel capital diciendo que ahí
"había un exceso de moralidad o de ideología", que era preferible la
aconfesionalidad del Estado a la laicidad o que la transición tenían que protagonizarla
los de dentro y no los del exilio, lo que les sirvió de coartada para dejar
fuera de juego no a los exiliados sino al exilio.
3. Este modelo español de
transición, tan exitoso inicialmente, empieza a cuartearse a principios de los
noventa. Hubo dos causas que pesaron en ese cambio. Por un lado el desgaste de
los gobiernos socialistas, debido fundamentalmente a los casos de corrupción.
Ellos habían sido los grandes valederos del modelo al prestarle la legitimación
de quienes venían de la tradición republicana, la gran sacrificada. La otra
causa se refiere a la caída del muro de Berlín que no sólo supuso el fracaso
del comunismo y el final de la guerra fría, sino la aparición en Europa de la
cuestión nacional. Lo vimos en los países de la ex-Yugoslavia y también en los
de la ex-Unión Soviética. También se coló en Alemania al ver de la noche a la
mañana que la división del país se disolvía y resolvía como un azucarillo. La
Alemania de la posguerra que llevaba inscrita con la división la señal de la
derrota, volvía a ser la Alemania de siempre. Muchos alemanes lo expresaron en
su momento diciendo "wir sind ein Volk". Por fin volvemos a ser un
pueblo(3).
La ola nacionalista repercute en
España pero no tanto en los llamados nacionalismos periféricos cuanto en el nacionalismo
español. Fue la obra del nuevo presidente, José María Aznar, que puso fin al
reinado socialista de Felipe González que había durado más de trece años.
La exaltación españolista de Aznar,
sobre todo en el segundo período (1999-2004) despertó al nacionalismo catalán.
Cuando contra todo pronóstico triunfa el socialista Rodríguez Zapatero en el
2004, trata de corregir el nacionalismo españolista cabalgando el tigre del
nacionalismo catalán con la propuesta de un nuevo Estatut que no contenta ni a propios ni a extraños.
4. Como no pretendo contar la
historia de la democracia española sino reflexionar sobre el lugar en ella de
la memoria, lo que hay que decir es que el proyecto de olvido que preside la
transición política española se salda, a la altura de los tiempos en que nos
encontramos (a los casi 40 años de la muerte del dictador), con una pluralidad
de memorias.
Más allá de si es bueno o malo que
haya tantas, el problema es que son memorias desordenadas, en permanente
conflicto entre sí, sin jerarquías ni modo de enfrentarse a ellas.
Tenemos, por un lado, la memoria del
nacionalismo español y las de los nacionalismos vascos y catalanes. Unas y
otras se retroalimentan y necesitan. La del nacionalismo español es la del
"Santiago y cierra España" que se siente identificada con la
Restauración, La Contrarreforma, (eso que Aznar llama "liberalismo"),
heredera del franquismo y que solo tiene ojos para sus "mártires" y
las víctimas de ETA. La presencia de esa memoria explica el fracaso de la
propuesta que hicimos desde la Comisión de Expertos del Valle de los Caídos,
que era una propuesta de reconciliación, pero que exigía trascender los propios
límites. La memoria de los nacionalismos periféricos, al polarizarse en la
relación con la memoria anterior, aunque sea para negarla, corre el riesgo de
reproducir sus vicios: sólo interesa la memoria de agravios causados por el
nacionalismo español por eso sólo le importa, en el fondo, sus propias
víctimas.
Son diferentes, pero al tener en
común el principio de exclusión, acaban negándose. Al decir que el nacionalismo
es excluyente lo que quiero decir es que todo Estado-nación está construido
sobre el concepto de amigo-enemigo. El amigo es el de casa, el que habita la
misma tierra y tiene la misma sangre. El otro -que es el del otro
Estado-nación- es el enemigo. Todo pueblo que pretenda o posea un Estado-nación
no escapa al principio de la exclusión(4).
Habría que hablar también de una
tercera memoria, memoria sospechosa, entre "corchetes" (vigilada) y,
por eso, marginada, la memoria republicana, que tal y como recoge Antonio
García Santesmases, es laica, plural, federal, es decir, inclusiva. Sólo en
ella cabe el gesto de Azaña, en su discurso del 18 de julio del 1938, pidiendo "paz, piedad, perdón"(5). Les/nos
pedía que optemos por vivir en paz, pero no a cualquier precio, sino desde la
compasión y el perdón. La compasión nos invita a fijarnos en el sufrimiento
ajeno más que en el nuestro. Y también habla de perdón porque quien recurre a
la muerte para resolver un conflicto en una sociedad democrática, siembra el
mundo de sufrimiento y queda marcado. Tengamos en cuenta que Azaña reconoce a
los combatientes muertos de la
Guerra Civil la grandeza de héroes... Pues bien, incluso
esos, los héroes, son culpables y tienen que pedir perdón. Esa es la memoria de
la República
Si
hablamos de la memoria republicana no es para regalar los oídos de los que hoy
se sienten no monárquicos sino para reivindicar valores o dimensiones ausentes
de nuestra democracia, valores que trascienden el ser o no republicanos pero no
lo que debería ser la democracia.
4.1.Lo
que no puede ocultársenos, a estas alturas del discurso, es que el proyecto de
olvido con que se gestó la transición ha dado lugar a una pluralidad cacofónica
de memorias. El fracaso en ese sentido no puede ser más sonado. El problema que
en cualquier caso tenemos ante nosotros es cómo ordenarlas ¿pueden convivir
unas con otras? ¿se excluyen mutuamente? ¿hay manera de jerarquizarlas?
Podríamos pensar
que la única memoria inclusiva es la republicana. Ella, al substanciarse en la
propuesta de "paz, piedad, perdón", tendría la autoridad moral
suficiente para imponerse a las demás. Pero la República carece de ese crédito,
está lastrada por la autoridad de quien la venció y por el descrédito de una
doble derrota.
Tiene en su contra, en primer lugar,
la autoridad del vencedor. Hay una relación entre autoridad y triunfo. El
vencedor tiene siempre consigo la autoridad del proyecto que ha llegado a ser.
Puede que moralmente sea condenable pero semánticamente hay que decir que pesa
más, que significa más la parte vencedora que la vencida en el sentido de que
impregna la historia. El vencido deja un vacío, una ausencia, que será
moralmente significativa, pero que políticamente dependerá de otros, de quienes
recuerden y la valoren. Cuando hablamos del "franquismo sociológico"
para dar a entender una forma de ser que ha sobrevivido al dictador, estamos
reconociendo esa autoridad de lo fáctico sobre lo vencido. Esa resaca del
franquismo algo tiene que ver con el descrédito de la política entre los
españoles y el estado anémico, la apatía o cobardía de la sociedad civil.
En su contra tiene, en segundo
lugar, el descrédito de una doble derrota. La república fue vencida por Franco
y el fascismo. Para este y sus herederos la República es insignificante, no
puede ser un referente de nada. Es el enemigo vencido. Sólo tendría
significación en el caso de que estos demócratas establecieran una relación
entre democracia y república, algo que niegan de entrada pues ven la democracia
como el resultado de su propia decisión y no como el efecto de una memoria
republicana.
A ese descrédito habría que añadir,
en tercer lugar, el proveniente de haber sido derrotada cuando el fascismo fue
vencido. En ese crucial momento en el que la historia hacía justicia al
fascismo, borrándola del mapa político, los aliados prefirieron la dictadura a
la república.
Eso tuvo graves consecuencias: un
régimen dictatorial, el retraso de un país que con la República se había
modernizado poderosamente, la marginación de Europa, el empobrecimiento
económico al quedar fuera del Plan Marshall por no ser una democracia.
Se produce una extraña paradoja -o,
mejor, injusticia- a saber, que el único país en el que el enfrentamiento al
fascismo se tradujo en una guerra civil (no fue el caso de Alemania, ni de
Italia, ni de Francia), fue abandonado a su suerte cuando Hitler fue vencido.
Y, simultáneamente, que el país culpable del desastre, Alemania, fuera el más
beneficiado en la postguerra.
Para que la memoria republicana
tuviera peso en España, deberían echarnos una mano los países europeos y los
EE.UU. que tanto contribuyeron a desacreditarla.
4.2 ¿Por qué deberían hacerlo? ¿Por
qué Inglaterra, Francia o Alemania deberían interesarse por la República? ¿Por
qué ese pasado debería pesar en tomas de decisiones actuales si queda muy
lejos? Pues no necesariamente por mala conciencia, sino por una razón política:
porque existe la Unión Europea, que es un proyecto que, como dice Semprún,
nació en los campos de exterminio, es decir, es un proyecto ligado a las
responsabilidades derivadas de la II Guerra Mundial. Eso es un hecho que
Alemania lo ha tenido siempre presente, al menos durante los Willi Brandt,
Helmut Schmidt o Helmut Kohl. Recordemos la reacción de Kohl cuando se debatía
en Alemania la creación del euro. Muchos alemanes lo veían como una peligrosa
aventura que nada bueno prometía. Si disfrutaban ya de un sólido deutsche Mark ¿a qué ton renunciar a
ello? La respuesta del canciller no fue económica sino política o, si se
prefiere, moral: "prefiero una
Alemania europea a una Europa alemana".
Alemania asumió sus responsabilidades, no sólo
económicamente, pagando más, sino políticamente (entendiendo que no podía
traducir su poder económico en poder político) o, como dice Habermas,
renunciando al nacionalismo.
Es posible que eso esté cambiando.
Durante la presente crisis hemos visto a una Alemania actuando de acuerdo a su
poder económico y no a su responsabilidad histórica.
Mi objetivo aquí no es adentrarme en
la crisis europea sino recuperar la autoridad de la memoria republicana. Pues
bien, eso pasa por el reconocimiento por parte de los países líderes europeos
de su responsabilidad histórica -o ¿habría que hablar de deuda histórica?-
respecto a la República. Podemos decir que los países que han conformado la
Unión Europea tienen una deuda para con la República. Para entenderlo
comparemos el papel que han tenido De Gaulle y Largo Caballero en el devenir de
Europa: De Gaulle combatió al fascismo con un micrófono y un puñado de
Resistentes, pero lideró la re-construcción de Europa. Largo Caballero, Primer
Ministro durante la República, que luchó
junto a su pueblo en la Guerra Civil y que acabó en el Lager de Oranienburg, murió
en el abandono. Largo Caballero, es decir, la lucha, el sufrimiento causado por
vencer al fascismo que tuvo lugar en España no ha contado nada a la hora de
construir una Europa que quería ser la respuesta a las lógicas perversas que
llevaron a la destrucción de Europa.
No sé si es una coincidencia casual
el hecho de que en España cada vez más se estudie la guerra civil como el
prólogo de la II Guerra Mundial. No se trata tanto de restablecer una verdad
histórica (algo incuestionable) sino de reflexionar sobre la relación de la
Europa que sale de la II GM con España o, si se prefiere, de ponderar la
calidad de la construcción europea. Me parece ilustrativo a este respecto el
libro de Félix Santos(6), Españoles en la
Alemania nazi. Testimonio del III Reich entre 1933 y 1945. Este libro
consigue rescatar de una manera muy plástica esa relación de España con Europa
o, más exactamente, en qué sentido España era la encrucijada de la época. Lo
que sacamos en limpio es que, en contra de lo que decía Ortega y Gasset que
"España era el problema y Europa la solución", hubo un tiempo, el de
la República, en el que Europa era el problema y España formaba parte de la
solución. En este país el fascismo estaba bien representado: intelectuales como
Dionisio Ridruejo, Laín Entralgo, Antonio Tovar dan fe de ello. El entusiasmo
rozaba con lo ridículo. Hay que estar ciego para quedarse boquiabierto, como
escribía Tovar, "con los andares de Hitler". Una ceguera semejante,
en cualquier caso, a la de Martin Heidegger que respondía a las prudentes
recomendaciones de los amigos de que moderara su devoción a Hitler, "vean
las manos de Hitler y verán enseguida lo extraordinario"(7). Eran
fascistas que si no hicieron más daño fue porque no sabían, pero no porque
carecieran de voluntad. Había fascistas españoles en sintonía con los italianos
y alemanes, pero también clara conciencia crítica del alcance del fascismo. La
República sabía que lo que aquí se jugaba no era un cuartelazo más, sino esa
forma de barbarie llamada fascismo con lo que eso suponía de liquidar
conquistas civilizatorias seculares. "El hombre nuevo" estaba
construido sobre el concepto de raza, de renuncia a la libertad, de
sometimiento a la voluntad del Führer. Los escritos de Chaves Nogales dan fe de
ello. Escribe en 1933: "Hitler va positivamente a cumplir desde el poder
sus promesas de extirpación de los judíos. Conste que esta palabra extirpación
es suya" (Santos, 2013, 244). Dada la implicación de España en la lucha
antifascista y, por tanto, en la lucha por salvar la herencia europea.
La República sabía que aquí se
jugaba la suerte de Europa pero los países democráticos y posibles aliados
prefirieron, primero, contar con las simpatías del Fürher, y cuando este fue
vencido, con las de Franco. Les era más rentable. Ahora bien, es en ese momento
de derrota del fascismo cuando se consuma la marginación de España o la
expulsión de Europa: cuando los liberados de Buchenwald, como Semprún, o de Mathausen,
que eran miles, no pueden volver a su patria; tampoco Largo Caballero. El
Primer Ministro francés, Leon Blum, recluido en un palacete de Weimar, a cierta
distancia del Buchenwald, volvió con todos los honores. El antiguo Primer
Ministro acabaría siendo Presidente de la República.
5. Con lo dicho queda manifiesto que
la transición del olvido acabó en fracaso, esto es, en una pluralidad de
memorias que luchan por la hegemonía. La importancia que tiene la memoria
republicana para la comprensión de la crisis institucional y económica no
significa, empero, que sea ella la respuesta adecuada. Hay un elemento nuevo
que nos obliga a situarnos frente al pasado y por tanto frente a la memoria de
una manera diferente: el deber de memoria. Es una particularidad nuestra, de
los nacidos en estos tiempos marcados por la experiencia de la barbarie. El
deber de memoria no consiste sólo en acordarse de los judíos, sino en algo más.
Es entender que la memoria es un grito o, mejor, el gesto
intelectual que sigue al grito. Me explico: cuando las víctimas son liberadas,
gritan "nunca más". Lo que han vivido no puede repetirse, para
evitarlo ellas tienen una propuesta que choca con la opinión de todos, incluso
de los Aliados que las liberan: el deber de memoria. No el plan Marshall, o la
constitución democrática para Alemania o más progreso. No: memoria. ¿Por qué?
porque han vivido algo inimaginable, impensable, algo que no está en los
libros, ni en la memoria de la humanidad. Eso tan monstruoso pero que ocurrió,
lo debemos tener siempre presente. No lo podemos olvidar.
Si
es tan importante su memoria, no podemos confiar que de ello se encarguen los
políticos, los economistas, los técnicos, los científicos. ¿Por qué? porque
antes de que ocurriera no se enteraron y después de que ocurriera no lo dan
excesiva importancia, en cualquier caso, no tanta como para erigirlo en deber
de memoria. ¿Acaso, nos dicen, no es este mundo mejor que el de ayer? ¿Y qué es
lo que le ha mejorado: la memoria o el progreso? Por eso no podemos fiarnos de
ellos, porque piensan que la respuesta a la victimación es el progreso, cuando
ha sido una de sus causas.
Sólo
nos podemos fiar de las víctimas, de sus testimonios, de su experiencia. Dicen
algo fundamental que todos sabemos pero que nadie se ha tomado en serio: que la
historia se ha construido sobre víctimas y que si queremos acabar con esa
lógica histórica hay que convencerse de que el sufrimiento debe ser la
condición de toda verdad. Deberíamos entonces repensar la política, la ética y
la estética como respuesta al sufrimiento. Adorno lanzó aquella pregunta de si
era posible hacer poesía después del horror de los campos de exterminio: ese
era el camino de la estética a la luz del deber de memoria. El de la ética
tendría que ser la respuesta al título del libro de Levi Si esto es un hombre. Y la política, la voluntad de justificarla
sobre otras bases distintas al progreso.
6.
Es imposible adentrarse en el estudio de la crisis institucional de la
democracia española sin preguntarse ¿qué se puede hacer?
No
hay recetas, sino un enorme vacío cultural que es el que nos convoca. Entre las
exigencias morales y lo que realmente pasa hay un abismo o, mejor, un vacío,
que explica la no traductibilidad de la moral a la política. Esa incomunicación
explica que ante las más clamorosas denuncias referidas a la corrupción, al
incumplimiento de las promesas o al descaro de los jueces en la impartición de
la justicia, no pase nada.
Por
eso hay que afanarse en conquistar ese espacio. Hay que dar importancia a la
cultura, a la formación. Luego vendrán las transformaciones de la realidad.
Para no quedarme colgado de ese vacío, apuntaré algunos capítulos de ese master
de formación cívica.
Habría
que revisar, en primer lugar, el modelo de político. Domina el que propuso
Mandeville, "vicios privados, virtudes públicas" y habría que
cambiarle por el aristotélico que habla del político virtuoso. Las buenas
prácticas políticas son el resultado de políticos virtuosos, entendiendo por
virtud política estas tres notas: que sepa del asunto; que haya demostrado
madurez en la toma de decisiones; y que haya demostrado que cuando toma una
decisión es capaz de resistir las presiones. Hoy añadiríamos una cuarta nota a
la virtud aristotélica que prime entre los criterios de decisión, la compasión.
Con estos criterios despediríamos al 90 % de los políticos españoles.
En
segundo lugar, revisar la constelación relativa a las identidades colectivas.
Estamos en tiempos posnacionales. Helmut Dubiel avanza la innovadora idea de que “estamos pasando de una forma de legitimación
colectiva basada en la tradición –es decir, en el culto al patriotismo, a los
grandes hombres y gestas- a otra, mucho más democrática, que integra la memoria
de las injusticias sobre la que está construido nuestro presente”(8). La
identidad colectiva no vendría entonces de la parte triunfante de nuestra historia
sino que serían " más bien las culpas compartidas en común a lo largo de
su historia las que han creado en los seres humanos un sentido existencial de
pertenencia determinado por sentimientos de culpa reprimidos”. Lo que quiere
decir es que el secreto del vínculo común no sería la sangre, ni siquiera
estaría basado en la libre elección de sus miembros "sino en la complicidad
silenciosa”, esto es, en esos excluidos que todos tendríamos como base oculta
de lo que somos o queremos ser. Se entiende ahora la
propuesta inicial de que la memoria
obliga a repensar los conceptos de ciudadanía y de nacionalidad porque rompe
las fronteras espaciales y temporales que los amparan. No podemos
plantearnos el tema de los nacionalismos sin tener en cuenta sus brutales
resultados en el siglo XX y la violencia sobre la que se han construido. Lo que
se nos está diciendo es que las generaciones siguientes, nosotros, no podemos plantearnos
el tema de la cuestión nacional sin tener en cuenta la experiencia de la
barbarie. Esto explica que haya un vínculo que une Auschwitz con esta Catalunya
que hoy habla de soberanismo. Esto nada tiene que ver con el insulto, frecuente
por cierto, que tacha a los nacionalistas de nazis. Eso, además de una
injusticia, es una frivolidad. El punto de conexión entre independencia y
barbarie es otro y consiste en reconocer que, en virtud del deber de memoria,
vivimos tiempos posnacionales. No podemos plantear el tema del soberanismo como
si la barbarie nazi no hubiera ocurrido. La única manera consecuente de
plantear el problema de la identidad colectiva es haciéndonos cargo de lo
excluido por ese proceso. Sólo así conseguiremos que la identidad resultante no
sea de nuevo excluyente.
Otro campo que revisar es el de la
ciudadanía tan ceñida a la tierra y a la sangre. eso explicaría en no lugar del
emigrante. Auschwitz es la estación terminal de la apoteosis de la tierra y de
la sangre. Habría que pensar la ciudadanía de suerte que los derechos
ciudadanos transcendieran la voluntad de los Estados. La experiencia del
exiliado -de aquel que siendo de dentro ha sido privado de sus derechos en su
propia tierra- es rica de posibilidades. El exilio como forma de existencia,
tan fundamentalmente pensada por la diáspora judía, abre el camino a una
concepción universalista de la ciudadanía.
Cualquier campo, teórico o práctico,
es decisivo en esa batalla por el espacio que media entre el deber moral y la
realidad práctica. De momento y desde tiempo inmemorial está en manos de los
que con tanto éxito predican que no hay alternativa, que otro mundo no es
posible. Tienen razón pero no porque no sea posible sino porque ellos lo han
imposibilitado.
Reyes
Mate (Conferencia en el V Simposio Internacional "Memoria y Narración.
Influencias nacionales y contextos locales", organizado por la línea de
investigación del IF del CSIC "Jusmanacu",
Madrid, 12 de noviembre 2013).
NOTAS
1.
Solemos asociar transición española a proceso pacífico, pero basta evocar
nombres como Montejurra, Vitoria o Atocha, para tomar conciencia de que no fue
así.
2.
El autor habla de un "equívoco o malentendido", que formula así:
"que los franquistas no se sintieron realmente concernidos por una norma
que suponía aceptar, de alguna manera, que de su lado también se habían
cometido crímenes por los que, por otra parte, ni se les pasó por la cabeza que
alguien se atreviese a pedirles responsabilidades". En "Amnistía como
coartada", en El País, 9 de
noviembre del 2013.
3.
A este lema respondieron los alemanes más conscientes con un "wir sind das
Volk", que les sirvió de poco.
4.
Donde mejor se aprecia el principio de la exclusión es en los límites que
plantea cada Estado al ejercicio de los derechos humanos de los que no son de
ese Estado.
5.
Decía Azaña: "Es obligación moral
sacar de la musa del escarmiento el mayor bien posible. Y cuando la antorcha
pase a otras generaciones, piensen en los muertos y escuchen su lección: esos
hombres han caído por un ideal grandioso y ahora que ya no tienen odio ni
rencor, nos envían el mensaje de la patria que dice a todos sus hijos: paz,
piedad, perdón".
6.
Félix Santos, 2012, Españoles en la
Alemania nazi. Testimonio del III Reich entre 1933 y 1945, Endymion, Madrid.
7.
Lo cuenta Karl Jaspers, 1990, Notas sobre
Heidegger, Mondadori, Madrid, 105.
8.
Helmut Dubiel, “La culpa política” en Revista Internacional de Filosofía Política,
14, (diciembre de 1999), 1-14.