Hay quien pregunta qué pinta un
Instituto de Filosofía en un Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
es decir, ¿qué se puede investigar en filosofía si todo está dicho? Se acaban
de reeditar las Investigaciones
Filosóficas de Wittgenstein donde el autor, pese al título, reconoce que la
filosofía no descubre nada: ni hechos ni nuevas verdades, nada con lo que
cambiar el mundo. Tan sólo aclarar qué decimos cuando hablamos. Como el
lenguaje dice poco, aunque pensemos que apunta lejos, lo propio de la filosofía
sería deshacer entuertos, aclarar malos usos del lenguaje, rebajar el alcance
de los significados. Es verdad que el conocimiento en filosofía es muy suyo. No
es sustitutivo, como en las ciencias naturales, donde lo nuevo sustituye a lo
viejo, sino acumulativo. En filosofía Ortega y Gasset puede convivir con
Aristóteles. Bueno, pues la respuesta a la pregunta de qué tiene que ver
investigación con filosofía es “José María González”. Es un modelo de investigador
en filosofía: él dispone de su propio laboratorio que no es un recinto acotado
sino las plazas, las azoteas, las palacios, las iglesias. Si investiga sobre el
sentido de los ángeles, por ejemplo, se echa a la calle para encontrar en el
vasto mundo el material para pregunta tan espiritual. También visitará
bibliotecas pero para fijarse en lo que los demás no reparan: en las imágenes
que se utilizan, en los grabados que reproducen. Con esos mimbres consigue
armar un discurso y explicar una idea con una imagen, lo que le ahorrará cien
palabras. Consigue desentrañar el sentido del “ángel de la historia” de
Benjamin viéndolo como una réplica del “ángel de la victoria” que preside la Siegessäule de Berlín y ayudará al
lector a entender por fin de qué habla Benjamin cuando relaciona el progreso con
cadáveres y escombros. Son los suyos libros de un filósofo y no sólo de un
erudito porque utiliza la simbología como instrumento de análisis de las ideas.
Este libro, La mirada de la justicia, está fabricado en la factoría “Pepe
González”. Hay que decir que no resulta fácil resumirle porque es un libro que
no sólo debe ser leído sino también mirado y eso es un ejercicio individual. Es
un libro que guarda una estrecha relación con el anterior, La diosa fortuna, porque ahí privilegiaba las metáforas sobre la
justicia y la justicia es el tema de este nuevo libro. En el nuevo estudia las
metáforas e imágenes a las que se ha recurrido para dar a entender la justicia.
El subtítulo aclara bien su intención: “ceguera,
venda en los ojos, velo de la ignorancia, visión y clarividencia en la estética
del derecho”.
Cuando se habla de justicia todos
nos imaginamos a una bella señora, con los ojos vendados, sosteniendo con una
mano una balanza y la espada con la otra. Lo que este libro nos revela es que
esa imagen no es la única, ni la primera, ni la que ha prevalecido. También,
que aunque la mayoría de los iconos son femeninos, no son los únicos. Los hay
masculinos: Cristo, el Arcángel San Miguel o Carlos V la han representado. Si
prevalecen las imágenes femeninas es por “una enfermedad de la lengua”: porque
las lenguas latinas permiten formar sustantivos abstractos en femenino que son
muy cómodos para designar determinadas situaciones: victoria, fama, justicia…
El libro es un recorrido por las
distintas representaciones de la justicia. En el principio era una
representación con los ojos bien abiertos. Ahí prevalece la idea de que “la
justicia tiene el poder de verlo todo y de traspasar con su mirada incluso los
más ocultos pensamientos de los hombres”. Esta idea encuentra múltiples
representaciones en Egipto, Grecia, Roma. Y pasa al cristianismo asociando
justicia a Juicio Final. La imagen se seculariza, sale de las iglesias,
llegando hasta presidir la República de Venecia, en el siglo XIV, que se
hermana con la Justicia. Justicia y Venecia son lo mismo. Y ahí la justicia
está con los ojos bien abiertos.
Pero llegó el momento en que hubo
que vendar sus ojos. La venda puede simbolizar la imparcialidad pero también
puede ser una forma de protestar por su ceguera dado que no se enteraba de nada.
La venda tiene algo de castigo. Y fue así como entró la imagen de la justicia
vendada en la historia. La primera representación sería un grabado de Durero
que aparece en el libro de Sebastián Brant
La Nave de los Necios. El primero que pone una venda en los ojos de la
justicia es un loco. Hay que leer el grabado como ilustración de un libro
dedicado a fustigar la justicia y sus prácticas: crítica a picapleitos que
abusan del recurso a la justicia y se eternizan en los tribunales sin resultado;
crítica a jueces corruptos no profesionales, a abogados incompetentes, a
juristas que convierten el derecho en un negocio. Se liga la venda con la
locura. La venda como metáfora de un mundo que se ha vuelto loco porque no hay
normas de las que fiarse y en el que nada se sostiene. El libro fue un
auténtico best-seller. La justicia que debería verlo todo, hasta los rincones
más hondos del alma, resulta que está ciega.
Pero los significados de esta
potente imagen no sólo eran críticos; también podían ser positivos y significar
la imparcialidad. Y la venda acabó imponiéndose poco después como símbolo
positivo de la igualdad de todos ante la ley: la misma imagen de Durero es
reutilizada cuatro años más tarde en la edición de las Obras de Horacio pero para significar al hombre justo. La venda en
los ojos ilustraría este verso del poeta: “al hombre justo ni el furor de los
demás que le piden que obre mal, ni el rostro amenazador del tirano, lo moverán
a abdicar de su entereza”.
Lo que pasa es que la ambigüedad subsiste.
La venda vale para exigir imparcialidad y también como denuncia de su ceguera.
Alguien propuso entonces un compromiso: vendada, sí, pero con una gasa
transparente para enterarse.
A partir de ese momento las imágenes
se mezclan. Hay representaciones de la justicia con un ojo, el derecho, vendado
para significar la parcialidad (¿no tituló Jiménez Villarejo su libro Justos, pero parciales?).
Con la Ilustración, siglo de la
luces, se prima la mirada abierta, la clarividencia, la justicia sin velo.
Desde la Revolución Francesa se hará difícil en Francia divisar
representaciones de la Justicia con los ojos vendados porque eso sería como
negarse a ver las cosas con la luz del nuevo día. La Déclaration des droits de l’homme et du citoyen está presidida
por un ojo solar enmarcado en el triángulo equilátero de la Trinidad. La venda,
en este contexto, no dice relación con la imparcialidad sino que pasa a ser un
símbolo de ceguera ante el derecho. Entre las imágenes que el autor analiza,
llama la atención una titulada “Prostituta con balanza”: la justicia como
prostituta que se vende al mejor postor (que suele ser alguien próximo al que
manda). Es una imagen osada, pero la lectura del libro obliga a preguntarnos ¿acaso
no ha estado siempre la justicia al servicio del poder? En el barroco la
justicia va coronada con un cetro presidido por un ojo solar dando a entender
algo que recoge Saavedra Fajardo en
Empresas Políticas y que se encuentra en los libros de educación para príncipes,
a saber, que el monarca, el poder, tiene que vigilar a la justicia. Saavedra
Fajardo recomendaba que las salas de juicio tuvieran una mirilla discreta desde
la que el rey pudiera ver a los jueces sin ser visto por ellos con el fin de
vigilar si la justicia que se impartía se hacía en su nombre, es decir, en su
provecho (de ahí la grandeza de Don Quijote cuando libera a los galeotes que
eran reos de su majestad. Con razón Sancho se echa las manos a la cabeza).
He dicho que el autor no es un
erudito, siéndolo, sino un filósofo. Me remito al final del libro donde
confronta sus imágenes con teóricos de la justicia. Cita a Rawls que coloca las
desigualdades del lado de la fortuna. Para el autor de referencia en asuntos de
justicia las desigualdades son frutos del nacimiento (patrimonio familiar), de
cualidades naturales, y de la fortuna (salud, encuentros fortuitos…) nada que
ver con la libertad y la responsabilidad. Las desigualdades no pueden ser
injusticias en origen. Rawls se inscribiría en esa antigua tradición de la
justicia con los ojos vendados que tanto significa voluntad de imparcialidad
como no querer enterarse de cómo se han originado esas desigualdades. Si Rawls
se empeña en decir que son cosas de la fortuna y no obra de la acción humana,
es que no quiere enterarse de lo evidente. Para expresar la ceguera del autor más
en boga, John Rawls, en el tema de la justicia, José María González propone la
imagen de un malabarista. Se refiere el autor a un grabado en la hoja de la
espada de Federico I, rey de Suecia, que representa una justicia ciega situada
de pie sobre la rueda de la Fortuna. Hay que ser malabarista, como Rawls, para
hacernos creer que las desigualdades sociales son sólo producto del azar sin
que haya ser humano al que pedirle responsabilidades. Para este tipo de teorías
tampoco le vendría mal la citada imagen de “La
Justicia y la prostituta”, una justicia fiel al dicho de Anatole France: “el
robo es un delito, pero el fruto del robo es sagrado”.
La lectura del libro resulta tan
sugerente que saltan las preguntas del pasado al presente, de la teoría a la
derecho. Por ejemplo, ¿cuál es la relación entre imagen y discurso? La imagen ¿reproduce
la concepción de la justicia del momento o sirve de crítica? ¿un elemento
crítico o justificativo? Es la pregunta por la relación de la verdad con el
arte y el discurso. Hay de todo, dice el autor. El Kant de La paz Perpetua desconfiaba de la imagen de la justicia vendada
como símbolo de la imparcialidad. Decía en efecto que “los jurisconsultos se
valen ordinariamente de la espada, no para alejar toda influencia extraña al
derecho, sino para arrojarla en la balanza, cuando esta no se inclina (donde
ellos quieren): vae victis”. O sea,
que para el jurista, según el filósofo, la justicia tiene poco de imparcialidad.
Habría que desconfiar de esa imagen a no ser, dice él, que el jurista fuera
“filósofo o moralista “ en cuyo caso se preocuparía más de mejorar las leyes
que utilizarla en provecho de sus clientes. Aquí el filósofo barre para casa,
con una idea del gremio filosófico que no se corresponda por desgracia con la
realidad.
El filósofo invita a desconfiar de
esas imágenes tan clásicas que presiden los palacios de justicia. Claro que hay
casos en los que los iconos van por delante de las teorías y de las prácticas,
por ejemplo, el cuadro de Paolo Veronese “La
justicia y la Paz”. Digo que va por delante porque lo que hoy como ayer se
lleva es sacrificar la justicia a la paz. Tampoco está mal el corrosivo vitral
en el Palacio de Justicia de Santiago de Chile. Pinta a la “justicia militar” con un casco enorme
que no le deja ver nada y con la espada en un platillo para que nadie dude de
cómo funciona la justicia en el ejército. Sorprende que este vitral haya
sobrevivido a la barbarie de la dictadura pinochetista.
Y, hoy ¿se siguen produciendo nuevas
imágenes o repetimos las de siempre? La justicia sigue dando que hablar y
también que pintar. Notables son las viñetas de El Roto. En una dibuja un mendigo que dice “a veces con un poco de
suerte es posible encontrar algo de justicia en la basura”; o a un juez muy
puesto sentenciando que “estaremos vigilantes para que los robos se ajusten a
la normativa”. Y, recientemente, nos hacía sonreír con un magistrado que
respondía a la alarma social provocaba por la sentencia sobre el caso Noos con
este principio: “la justicia es igual para todos, las sentencias, no”.
La corrupción generaliza alimenta la
actualidad con decisiones judiciales más bien incomprensibles. De ese absurdo
saca partido el ingenio de los artistas. El cómico Buenafuente sacaba punta a
una de esas sentencias entrevistando en su programa de humor ni más ni menos
que a la Justicia . Iba ésta vestida
de blanco con su balanza en la mano izquierda y una copa de ginebra en la
derecha. El showman le preguntó: “oiga, ¿Vd. es ciega, verdad?”. Y la justicia
le contestó: "sólo cuando bebo. Este fin de semana, con lo de Urdangarín y
la infanta, he cogido una cogorza sólo comparable a la que agarré cuando
absolví a Francisco Camps”. Buenafuente podría haber citado aquí un verso de
Mandeville de su poema “El Panal Rumoroso o La Redención de los bribones” donde
dice: "y la misma justicia, célebre
por su equidad/ Aunque ciega, no carecía de tacto/ Su mano izquierda, que debía
sostener la balanza/ A menudo la dejaba caer, sobornada con oro”. Como
escribía Eduardo Galeano: “la justicia es como las serpientes, sólo muerde a
los descalzos”.
Este recorrido por la historia
representativa de la justicia está cargado de actualidad. No me refiero sólo al
tema de la justicia, siempre actual, aunque no sea más que por la actualidad de
la corrupción o de la injusticia; me refiero sobre todo a las prácticas de la
justicia, a la ambigüedad del manejo de la justicia en una sociedad moderna. Por
un lado, está su autoridad que nadie discute (sin justicia no hay democracia).
Y, por otro lado, la permanente tentación del poder a manipularla. Pasa con las
prácticas de la justicia lo mismo que con la lucha contra el narcotráfico: los
malos siempre están un paso por delante. Si nos la representamos con los ojos
abiertos, enseguida aparecen los que utilizan la visión para mirar sólo por lo
suyo; si entonces la vendamos los ojos para que no tenga miramientos para con
nadie, aparece alguien que consigue que la justicia ni se entere de lo que
pasa. Quienes más se empeñan en impedir a la justicia su desempeño son los
representantes del poder. El problema de la justicia no está tanto del lado de
los delincuentes como del lado de los que debieran velar por ella. Juegan con
ventaja pues saben que lo más decisivo de la ley es que decida y de eso ellos
se encargan, pero tanto empeño en que falle en su favor puede acabar con su
frágil autoridad. Este libro es una prueba de que el problema viene de lejos y
eso prueba que la justicia en una sociedad es asunto harto difícil. Lo que los
políticos deberían saber es que no engañan a nadie cuando dicen respetar la ley
porque lo que ya sabemos es que , aunque así sea, se quedan con las sentencias.
Reyes
Mate (Reseña del libro de J.M González, 2016, La mirada de la justicia, Antonio Machado, Madrid, publicada en la
Revista Sistema, nr 247, Julio 2017)