12/7/22

Los abogados de ETA y la justicia restaurativa

            Desde los tiempos de Electra, la tragedia de Sófocles que identificaba justicia con castigo, entendemos que hacer justicia consiste en sancionar al culpable. El punto flaco de este planteamiento es que desatiende la reparación de los daños causados por el infractor, por eso decimos que, en esa forma de entender la justicia, las víctimas son invisibles. Eso ha empezado a cambiar gracias a otro modo de entender la justicia, mucho más atenta a los daños que la injusticia causa en la víctima, pero también en la sociedad y hasta en el propio agresor. Estamos pasando de una justicia punitiva a otra, restaurativa, que así se llama esta nueva doctrina, porque lo que pretende es, sin abandonar el castigo legal establecido, reparar o restaurar los daños causados.

             Fruto de esta justicia restaurativa son, por ejemplo, los encuentros entre víctimas y victimarios, en el País Vasco, en los que los autores de crímenes pueden reconocer ante las víctimas las sinrazones de su acción, lamentar lo hecho y esperar, sin pretensión alguna, la respuesta de la víctima. En muchos casos esos encuentros suponen un alivio para las víctimas y un impulso decisivo para aquellos victimarios que quieran alejarse de la violencia, del entorno violento, y abrirse a un tipo de existencia civilizada.

             La justicia restaurativa sólo puede funcionar si víctima y victimario dan un paso al frente: la víctima para liberarse de alguna manera de su pasado traumático y el victimario porque toma conciencia del daño que ha hecho y quiere alejarse de su pasado.

             Estos encuentros -que hasta ahora eran vistos con harta desconfianza por los sectores abertzales, presos incluidos, porque los implicados o habían roto con ETA o se mostraban arrepentidos- han empezado a interesar a presos etarras. Prueba de ello es un escrito de dos de sus abogados, titulado “Justicia restaurativa. 11 años del final de Eta. Perspectivas y dificultades”. Apuestan por esta vía porque, dicen, podía traer beneficios para “las víctimas, los infractores y la sociedad”. Aunque no aclaran mucho en qué beneficiaría a la víctima y a la sociedad, lo que llama la atención es cómo ven el papel del “infractor", que así llaman al autor del delito.

             Presentan al preso etarra como un actor que ha hecho sus deberes morales y cívicos: por un lado, al ser convicto, cumple con el requisito moral de reconocerse culpable; al tener, por otro, el crimen una motivación política, nadie puede cuestionarles ser independentistas, una ideología tan respetable como otra cualquiera. Bueno, pues, aunque estos encuentros restaurativos no puedan añadir nada nuevo a esta doble convicción, los abogados vascos presentan a sus clientes como generosamente dispuestos a ello para mejorar la situación de las víctimas (ahorrándolas, por ejemplo, la humillación que suponen las fiestas de recibimientos tras su excarcelación) y de la sociedad (renunciando a las armas). Eso es lo nuevo.

            Este documento, como tantos otros sobre el fin de ETA, se puede tomar en serio o como propaganda. Por si fuera en serio, convendría que sus autores, portavoces ahora de los presos como antes lo eran de la organización terrorista, tuvieran en cuenta dos requisitos de la justicia restaurativa que ninguna propaganda puede borrar: la primera es que, para que se puedan reparar o restaurar los daños de la acción criminal, hay que empezar haciendo un recuento de los mismos, porque es mucho lo que muere cuando se mata: daño a la víctimas porque se la quita la vida, lo más sagrado; daño a la sociedad porque se la fractura entre los que celebran el crimen y los que le lloran, por no hablar del envilecimiento que supuso para la sociedad vasca la multiplicación de chivatos, delatores, pusilánimes o traidores; daño al propio autor que al celebrar el tiro en la nuca como un acto heroico, renunciaba a las conquistas civilizatorias más humanitarias. El “infractor” del crimen sólo puede acercarse a la justicia restaurativa desde la conciencia de indigencia pues al quitar la vida de otro, él mismo se deshumaniza. No hay lugar en esta función para el tono altivo porque el criminal sólo puede “ayudar” a la víctima desde la conciencia de “ser ayudado” por ella. Hay en este escrito, como en otros firmados por sus afines, los sedicentes “Artesanos de la Paz”, un tono perdonavidas que se compadece mal con la realidad: por mucho que se empeñen en decir que el fin de ETA fue un regalo de los violentos, que cesaron las armas cuando ellos quisieron, que no hay vencedores ni vencidos, la realidad es bien otra.

             El segundo requisito afecta a otro de los tópicos que el texto repite machaconamente. Recuerda una y otra vez que estamos ante “delitos de motivación política” y eso, en su mentalidad, significa dos cosas: que no son vulgares delincuentes que atentan contra el sagrado derecho a la vida, sino ingenuos “infractores” de algún artículo del código civil, y, además, que lo hicieron por una buena causa pues estaban movidos por la noble motivación política de defender a su país de la opresión extranjera. Esta retórica puede valerles para la Herriko Taberna, pero carece de sentido en el contexto de una justicia restaurativa. Tienen que entender y explicarles a los presos que defienden, que la motivación política ni es excusa ni pinta nada en este asunto, porque en España cada cual puede tener las ideas políticas que quiera, incluso las más extrafalarias. El problema es el crimen como arma política. Eso es un problema moral, no político, porque atenta contra el imperativo moral que dice “considera al ser humano siempre como un fin y nunca como un medio”. Para poder hablar de justicia restaurativa, hay que empezar por el principio, a saber, tomar conciencia del daño causado y voluntad de reparar lo reparable. En el caso de la violencia terrorista la condición moral básica para acceder a este programa restaurador consiste en asumir que, asesinar a alguien por un motivo político, no es defender una idea, sino cometer un crimen. Si eso no se entiende –y se ve a que a los presos etarras les cuesta entenderlo- no es porque la idea sea oscura, sino porque su mente ha quedado oscurecida por el propio crimen. Bienvenidos los presos de ETA al campo de la justicia restaurativa, pero sus abogados, duchos en fabricar realidades con discursos inventados, no deberían equivocarles tanto.

 Reyes Mate (El Norte de Castilla, 3 de julio 2022)