Hace unas semanas Rafael Nadal
recogió sus bártulos de jugar a tenis y nos dijo adiós. “Necesito”, dijo,
“volver a casa. Tengo cosas mucho más importantes que el tenis que atender”. El
hombre que durante años nos ha acompañado hasta en la intimidad con una raqueta
de tenis, se iba del US Open porque tenía cosas que hacer mucho más importantes
que dar raquetazos a una bola.
A todo el mundo le ha ocurrido esto
de abandonar un partido de fútbol con los amigos porque algo serio ocurría en
su casa, pero que Rafael Nadal, el héroe tenista que nos ha redimido de tantos
sinsabores, nos deje porque en su vida hay algo más importante que jugar y
ganar, nos ha llenado de estupor.
Es verdad que le hemos visto en los
últimos años renqueante. A sus muchos trotes hay que añadir la edad. Aunque los
héroes míticos son inmortales, por los nuestros sí que pasa el tiempo. Hemos
sufrido con él la enfermedad de Müller Weiss que no le deja andar. Después de conseguir
aliviarle el dolor del pie, declinan los músculos pectorales. Su cuerpo empieza
a emitir señales de que está agotándose y de que ya no es aconsejable exprimirle
más. Pero Nadal no cejaba porque seguía ganando. Hasta que perdió con el
estadounidense Frances Tiafoe, doce años más joven que el manacorí, y entró en
razón. Ahora, sí, dijo “necesito volver a casa” donde le espera su mujer,
hospitalizada, a punto de dar a luz.
No parece que les resulte fácil a
los deportistas de élite despedirse a tiempo. En fútbol abundan los casos que
acaban mal. Alfredo Di Stefano, a quien el Madrid le debe todo, buscó refugio,
al final de su vida deportiva, en un club menor. A Butragueño y Raúl hubo que echarles
por la puerta de atrás porque no se enteraron de que su hora había pasado.
Pocos son los que se van a tiempo y menos si cuentan con un contrato que sigue
sumando dividendos, aunque sea al precio de arrastrar penosamente una carrera
que pudo ser gloriosa. Si a quien dispone de un trabajo gratificante ya le
cuesta jubilarse, ¡cuánto más a quien vive de los aplausos que le han tributado
desde su juventud hasta el momento de la retirada!
El caso de Nadal es uno más pero
también algo diferente por el valor simbólico que tiene todo lo que le atañe. Si
nos preguntamos por qué no se va, ahora que el cuerpo le dice basta, podemos
pensar que porque todavía puede estrujarle un poco más y colocar su palmarés
fuera del alcance de sus perseguidores. Pero habría que preguntarse entonces
por qué es tan importante tener las mejores marcas o ser el mejor de todos los
tiempos (de momento). Se entiende que alguien, deportista o no, quiera
triunfar, pero ¡este afán de luchar contra el tiempo y el cuerpo cuando ya
tiene todo¡ La única explicación es que este empeño no es asunto suyo. Quiero
decir que ser el número uno es un valor que hemos creado entre todos y del que
el propio Nadal no puede zafarse por las buenas. Cada cual ha puesto de lo suyo
para que la importancia del número uno crezca hasta el infinito. La
contribución del español de a pie ha sido inmaterial: ha invertido en Nadal
entusiasmo, seguidismo en las pantallas, escucha de radios o lecturas en
periódicos. La de los medios televisivos, más crematística, lógicamente, por
algo su imagen atrae tanta publicidad. Le han pagado mucho para poder vender
más. A las de las empresas de ropa, calzado y raquetas que sostienen todo el
circo de los torneos tenísticos, tampoco les puede hacer ninguna gracia que se
les escape la gallina de los huevos de oro.
Todos pues conjurados para que el
circo siga y nadie se vaya antes de tiempo. El ideal sería morir en la arena,
como los antiguos gladiadores, entregando su último suspiro al divertimento de
los unos y al negocio de los otros. La muerte sólo es rentable si se ofrece
como un espectáculo sacrificial.
Unos días después de la retirada
provisional de Nadal, anunciaba Roger Federer que lo dejaba definitivamente.
Con su abandono ha habido mucha comprensión porque tiene cinco años más que Nadal
y, sobre todo, porque ya no ganaba títulos. El elegante jugador suizo podrá
todavía pasear su clase por el mundo, en galas de exhibición, pero se le
considera amortizado.
Estos jugadores que han hecho una
fortuna gracias a la mitificación de su deporte (algo que sólo es posible si se
conjugan las frustraciones de la masa con el negocio de los empresarios),
deberían cuidarse para evitar que el mito los devore. Y el camino lo ha vuelto
a señalar Nadal al reivindicar su ser mortal. Quiere cuidar de su esposa y
ejercer de padre. Le deben de quedar lejos los tiempos en los que declaraba
desde lo alto del Olimpo: “no tengo previsto que la paternidad suponga ningún
cambio en mi vida profesional”. Pues parece que sí. Va a tener la suerte de que
su vida cambie pues como él mismo reconocía “es el momento de resetear. Han sido unos meses difíciles.
Toca empezar de nuevo, profesionalmente hablando”. Que no le importe perder puntos
en las pistas porque las preocupaciones de la casa le absorban energías. El
tiene el camino hecho y si ya no vienen títulos, sólo se van a frustrar sus
seguidores y patrocinadores. Entretanto él estará ganando la batalla de la
vida.
El jesuita José González Faus, que
es un hombre sabio, publicaba recientemente una carta llena de ternura a Carlos
Alcaraz, el nuevo ídolo tenístico. Tras señalarle que ganará mucho dinero
injustamente –no puede ser justo remunerar una determinada actividad con tantos
millones mientras otros trabajos no dan ni para vivir- le recuerda que esa
existencia cuasi mítica que le espera, es efímera. Pasará deprisa como le ha
ocurrido a Federer y Nadal y, al final, cuando eche cuentas, lo que le va a
quedar es su existencia como ser humano. Los mitos, aunque se nos presenten
como intemporales, son de lo más caduco, mientras que la existencia como ser
humano, aunque mortal, es de lo más resistente.
Si necesitamos mitos es porque los
humanos de a pie vivimos con grandes penurias. Los héroes deportistas deberían
saber que la solución no depende de sus triunfos, por eso no deberían hacernos
caso cuando esperamos que sigan. Podían tomar nota de los compañeros de Ulises
cuando pasaron entre las sirenas: se taparon los oídos para no oír sus cantos y
poder llegar a buen puerto.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 25 de
septiembre 2022)