2/1/23

El fútbol, escuela de la vida

             La derrota de la selección española de fútbol en Catar ha sacado lo peor de nosotros, como esperado, pero también e inesperadamente, lo mejor. Lo peor ha sido el ancestral odio al moro que llevamos dentro. Nos ha ganado Marruecos, un país que en el imaginario español está asociado al atraso social, la enemistad política y el enfrentamiento religioso. Duele entonces doblemente la derrota: por ser vencidos y porque el ganador sea alguien considerado inferior. Este fatal sentimiento ha inundado las redes de tópicos ofensivos. Invocar a estas alturas al Cid Campeador o la Conquista de Granada, “para humillar al moro”, no es sólo hacer gala de mal perdedor sino de crasa ignorancia de la historia española. Como bien se dicen José Jiménez Lozano y Américo Castro en la Correspondencia no ha mucho publicada, esta España nuestra es un calco de la Hispania musulmana. Más les valdría a quien así desahoga vomitando tópicos preguntarse por qué España jugó tan mal y aprender de los que jugaron bien.

            Esa reacción era esperable porque los tópicos que la nutren están a la orden del día. Si uno lee entre líneas lo que respiran los comentarios a lo que ocurre en las fronteras de Ceuta y Melilla, podrá constatar lo inmisericorde de nuestros sentimientos respecto a los subsaharianos que se suben a las vallas y también respecto a los policías marroquíes a los que pagamos para que lo impidan.

             Lo que, sin embargo, ha sido toda una sorpresa, ha sido la reacción contraria. Hemos visto desfilar por muchas ciudades españolas a jóvenes de origen magrebí confraternizando con ciudadanos españoles que les felicitaban por el triunfo. En muchos casos son hijos de matrimonios mixtos que disfrutan por el triunfo del país del padre pero que estaban igualmente dispuestos a celebrar el del país de la madre en el caso de que España hubiera ganado. La mayoría de los jugadores de la selección de Marruecos tienen también nacionalidad española, francesa o belga.

             Deberíamos prestar atención a esta complejidad de sentimientos porque podrían ser un adelanto del futuro que deseamos. Se dice con razón que el mayor problema político en este momento es, junto al del cambio climático, el de las migraciones. Se calcula que son más de 60 millones de personas en el mundo los que anualmente vagan de un sitio a otro huyendo del hambre, la sequía o las guerras. Los países ricos no han encontrado otra forma de defenderse ante esta nueva versión de “la invasión de los bárbaros” que levantando muros para que no pasen, o creando campos de concentración para los que lo consigan. Eso a medio plazo es insostenible.

            La verdadera solución consiste en imaginar sociedades sin muros, es decir, mestizas. El ciudadano del futuro será una mezcla de diferentes identidades: vibrará con la cultura magrebí, porque la recibe del padre, y con la española que le transmite la madre. Amin Malouf, el escritor francolibanés, autor de un memorable libro titulado Identidades asesinas, sostiene la idea, basada en su propia experiencia, de que una identidad es asesina cuando es única porque entonces niega todas las demás. La Alemania nazi o la exYugoslavia son buenos ejemplos de adónde puede llevar un pueblo que decide un buen día ser sólo ario o serbio, en vez de reconocer que no hay purezas de sangre y que todos somos al tiempo muchas cosas.

             Precisamente porque el fútbol mueve pasiones, deberíamos valorar esos gestos de confraternización entre partidarios de vencedores y vencidos. Que el fútbol ofrezca lo que los políticos no dan, también tiene su miga. Los políticos son tan visibles que esperamos de ellos que marquen el camino, que impongan un estilo, es decir, que hagan pedagogía. Como no lo hacen, habrá que aprender del fútbol que es, para nuestro tiempo, algo más que un juego.

             Hace unos años compartí mesa y mantel en la ciudad brasileña de Recife con un fiscal brasileño y otro uruguayo. Nos reunía un trabajo sobre qué justicia aplicar a los dictadores de sus países ahora que Brasil y Uruguay habían llegado a la democracia. En pocos minutos se pasó del derecho y de la política al fútbol. Era inevitable, dada la nacionalidad de mis acompañantes, que saliera el maracanazo, aquel partido de fútbol entre el todopoderoso Brasil y el minúsculo Uruguay. Contra todo pronóstico el pez chico se comió al grande. Desde entonces aquel 16 de julio de 1950 es fiesta nacional en Uruguay y día de la vergüenza en Brasil. De aquel debate entre los dos eminentes juristas, retengo un detalle. A quien Brasil señaló como culpable fue a su portero, Moacir Barbosa, el único negro del equipo. Era un gran arquero pero era negro. En sus primeros momentos, el fútbol en América era cosa de blancos. Los negros no podían competir en sus ligas, pero eran tan buenos jugando que se acabó por aceptarlos con una condición: que se les podía dar patadas sin que fuera punible, mientras que a los blancos no se les podía tocar. Para compensar, los negros inventaron el arte del regateo, del dribling o gambeteo, que ha acabado siendo la substancia del fútbol.

             En el fútbol actual, el mayor circo del mundo que mueve como nadie dinero y poder, hay jugadores negros hasta en Alemania. El fútbol ha tomado la delantera a la política y a la sociedad. Pues bien, lo que pasó con la gente de color, podría ocurrir con el asunto de las identidades o nacionalidades. Los emigrantes nacionalizados se sienten al tiempo europeos y africanos; sienten como suyos los colores de la cultura del padre como los de la madre, es decir, del país del que vienen y de aquel en el que se encuentran. Son la gran esperanza del futuro porque cuando se tienen varias identidades en el fondo no se tiene ninguna... asesina. El mestizaje es el mejor antídoto contra el nacionalismo.

             Sería imperdonable que malográramos esa posibilidad, repitiendo lo que se le hizo al portero negro de Brasil. Entonces se le echaron las culpas porque era negro; ahora les podemos demonizar porque son moros. ¡Como si los brasileños pudieran ganar si sólo jugaran blancos! Tan cierto como que sin negros no hubieran podido ser cinco veces campeones del mundo, es que, sin esos otros, nosotros no saldremos adelante.

 Reyes Mate (El Norte de Castilla,18 de Diciembre 2022)