1. Confieso un cierto cansancio a la
hora de hablar de memoria. Decimos todos tantas cosas que al final se nos
escapa lo esencial. Quisiera en esta ocasión no pasar de largo.
La memoria, para empezar, no es esencialmente
una categoría sentimental (acordarse de las víctimas), ni tampoco una categoría
rival de la historia, centrada en conocer el pasado. Yo diría que es una
categoría epistémica, más próxima al pensar (con lo que éste tiene de creación)
que del conocer una realidad dada.
2. Hubo memoria antes de Auschwitz,
es decir, desde el inicio de la filosofía y hasta podríamos hacer la historia
de los usos de la memoria. Pero “el deber de memoria”, que es lo que hoy nos
convoca, es un concepto ligado a
Auschwitz: es la propuesta o el mensaje que nos hacen los supervivientes para
que el pasado no se repita. Entendieron que la experiencia extrema que había
vivido no podía repetirse. Esa era su preocupación, con la particularidad de
que el antídoto que proponían para evitar la repetición de la barbarie, era la
memoria. De ahí el deber de recordar si queremos evitar la repetición de la
catástrofe.
3. Si nos fijamos bien en ese
concepto, tenemos que reconocer que mira hacia adelante pues se substancia en
el “nunca más”. No es pues un ajuste de cuentas con el pasado. De eso se
encarga la justicia (que mira atrás porque lo suyo es reparar el daño causado y
perseguir a los culpables).Este momento de la memoria (la justicia) es
fundamental, pero no basta. Si queremos ser fieles al significado de la memoria
tenemos que poner el acento es cambiar las condiciones para que el pasado no se
repita. Eso es mirar hacia adelante.
Ese cambio de condiciones afecta a
todos los agentes: en primer lugar a los verdugos. Si el fascismo no fuera
removido, no habría nada que hacer. Pero tampoco cambiaríamos las cosas si no
cambian los verdugos: hay que estar vigilantes para desmontar su discurso y,
sobre todo, para extraer de ellos las potencialidades de acción que ayuden al
cambio. Todos tenemos una responsabilidad hacia el verdugo: no sólo para
castigarle, y para combatir su ideología, sino para que cambie su valoración de
los hechos. Que entienda que matar a alguien por una razón política o
ideológica no es defender una idea sino cometer un crimen. Tienen que asumir
que fueron criminales y no defensores de civilización alguna.
El cambio también afecta a las
víctimas. Ellas bien saben que aquella experiencia les cambió la vida y su
visión del mundo: en los campos tomaron conciencia de la fragilidad de la
existencia, de la ambigüedad de los valores, de la inutilidad de muchas
explicaciones (“hay que reescribir todos los libros”, decía Etty Hillesum; o
“ahora sé que Platón mentía”, reconocía el filósofo polaco Tadeus Borowski).
Recomiendo para profundizar esta idea el relato Yosel Rakower se dirige a Dios. Este héroe del guetto de Varsovia,
antes de morir, ajustas sus cuentas con Dios. Su conmovedor diálogo con Yahvé
concluye con una decisión: “a partir de ahora creeré más en la Torah que en ti”,
una forma de decir que en Auschwitz muere una idea infantil de Dios y nace
otra, confrontada con la razón de un ser adulto.
Si la experiencia del campo cambió
tanto a las víctimas ¿por qué cambiaron tan poco los verdugos? ¿por qué hemos
cambiado tan poco los espectadores? No se mejora por el hecho de hablar sobre
la memoria, ni por hacer leyes sobre memoria histórica. Depende de cómo se
hable y qué se haga.
Afecta al pensamiento. Auschwitz fue
lo impensado que tuvo lugar, es decir, la prueba de que el ser humano es capaz
de hacer lo que no es capaz de pensar. Ese reconocimiento debería llevar
consigo una cura de humildad para el pensamiento. Si a partir de ahora queremos
pensar bien tenemos que partir de lo que hicimos, aunque no lo pensáramos. Eso
es el “deber de memoria” o el “nuevo imperativo categórico” que se resume en
una tesis: dejar hablar al sufrimiento es la condición de toda verdad. Acertaremos
más en asuntos de verdad si damos más importancia al sufrimiento que a la
lógica.
Afecta a quien la invoque. La
memoria es peligrosa porque nos obliga a la autocrítica. No busca la empatía
con la víctima sino la complicidad que podamos tener con el victimario (¿qué
hubiera hecho yo en su lugar? Se preguntaba Primo Levi). Por eso no puede ser
utilizada como arma arrojadiza o con espíritu justiciero. Habría que tomar
ejemplo de Azaña cuando, pensando en nosotros, nos decía que miráramos el
pasado con un espíritu de “paz, perdón, piedad”. Y cuando hablaba de perdón no
se refería sólo al que tendrían que pedir los golpistas. Algo hicimos mal, se
decía, para que no hayamos sabido resolver las diferencias más que matándonos.
Un fracaso colectivo. Ese espíritu es el que debe de animar la invocación de la
memoria.
Afecta también a la construcción de
la historia incluyendo en ello la política, la ética, la estética, el derecho,
la educación. Centrémonos en la política, a modo de ejemplo. No podemos hacer
la política de la misma manera que antes, pero lo seguimos haciendo. Para los contemporáneos
de la catástrofe, el eje de la política era el progreso. Y algo vieron en el
progreso que les llevó a decir “progreso y fascismo coinciden”. Hoy nos parece
una exageración pues el progreso ha traído cosas buenas: la penicilina, por
ejemplo. Eso es evidente pero lo preocupante es la lógica del progreso, tan
implacable como el fascismo, pues no se detiene ante nada a la hora de
conseguir objetivos o beneficios.
Para quienes piensen que eso es una
exageración, que traduzcan progreso por crecimiento y fascismo por catástrofe.
Y que miren por la ventana. Verán que el cambio climático, señal de una
enfermedad grave del planeta, es el resultado de una estrategia de crecimiento,
versión económica del concepto de progreso. Hoy parece fuera de toda duda que
hay una relación entre crecimiento y catástrofe, por eso la política no puede
pivotar sobre el concepto “progreso”.
En otro punto Auschwitz nos manda
una advertencia política. Deberíamos revisar la idea tan nuestra, desde
Aristóteles, de que para ser humano hay que tener una polis. Esa complicidad entre humanidad y pertenencia ha alumbrado
todos los nacionalismos conocidos. Auschwitz es la estación final del
nacionalismo, la prueba de que el nacionalismo no sólo es, por definición,
excluyente sino que potencialmente es genocida. Habría que transitar de
Aristóteles a Abraham, ese personaje bíblico que para ser tiene que irse.
Frente a nacionalismo, diáspora.
4. La tarea de repensar la historia
para que la barbarie no se repita es un colosal esfuerzo creativo pues hay que
re-pensar todo, o, como decía Etty Hillesum, “hay que reescribir los libros”.
Yo creo que limitamos el alcance de
la memoria cuando la reducimos a la memoria de los nuestros o cuando pensamos
que el objetivo de la memoria es reforzar el sistema político actual, por muy
recomendable que sea.
La memoria es de las víctimas, de
todas las que sufrieron violencia al margen de su ideología o de la de los
verdugos. La memoria cuestiona la violencia y no avala ninguna ideología, sólo
plantea la necesidad de un sistema político sin víctimas.
Y su objetivo es crear las
condiciones para que pasado no se repita. No es por casualidad que la ética post
Auschwitz se resuelve en el concepto de responsabilidad absoluta hacia el otro.
Hacerse cargo de las víctimas, de los más débiles. Esa responsabilidad también tiene
que ejercerse sobre los verdugos. Esto no tiene que ver con impunidad sino con
la necesidad de que el futuro sólo se puede preparar si la acción es nueva, es
decir, no es reacción al pasado. Se vislumbra en este planeamiento la necesidad
de recuperar al victimario. Por eso hay que hablar de com-pasión, en el sentido
que le da Herman Cohen, o de perdón, tal y como lo entiende Hanna Arendt. Puede
chocar pero nada es más fiel al espíritu de la memoria que su voluntad de
superar el pasado. Como esta memoria no es ingenua se plantea el perdón como
una acción gratuita pero no gratis.
Sería deseable que a la hora de
llevar leyes como La Memoria Democrática a las aulas, fuera este espíritu
compasivo y no el justiciero el que dominara.
Reyes
Mate (Palabras dichas en la mesa redonda que tuvo lugar en Casa Sefarad el día
17 de enero 2023 con motivo de la inauguración de una Exposición sobre Mauthausen)