14/3/23

Inventar el futuro. Recordando los Acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos.

 1. Quiero felicitar a los organizadores por la iniciativa. Traer a un mismo foro a palestinos e israelíes ni es fácil ni es cómodo, pero es necesario. Este conflicto, en efecto, merece atención pública, pero también atención académica pues se sitúa en la encrucijada de grandes conceptos morales y políticos que afectan al modelo de civilización que queremos. Hay acontecimientos que no se pueden explicar ni resolver con los materiales disponibles sino que hay que inventarse otros.

             Ya ocurrió antes. Cuando la Ilustración quiso explicar o fundamentar el concepto moderno de tolerancia, convocó a un judío, a un musulmán y a un cristiano como si en sus tormentosas relaciones estuviera la clave de la modernidad. Hoy, ¿quién sabe?, quizá sea del seno de esta conflicto donde surja un nuevo modelo político de convivencia.

 2. Me acerco a esta mesa redonda con “temor y temblor” y no sólo porque sea consciente de que en este asunto yo tengo que aprender mucho más que enseñar, sino por el hecho de ser europeo. Para un europeo, este conflicto no puede ser visto como un problema de otros (de judíos o palestinos), sino nuestro: nosotros lo hemos creado. Tengamos en cuenta que durante siglos o milenios, el pueblo judío se instaló en la diáspora que se entendía como una forma de existencia política. A raíz del segundo exilio, en Babilonia, los pensadores judíos, como el profeta Ezequiel, llegaron a la conclusión que el modo propio de existencia política del pueblo judío no era el Estado sino la diáspora, es decir, un habitar pacíficamente en medio de los demás Estados.

             Pero la diáspora fracasó y no porque la fórmula fuera mala sino porque los demás pueblos no la aceptaron. Fracasó porque los pueblos europeos no lo permitimos (ni tampoco el cristianismo). Impacta lo que dice el historiador Raul Hilberg de la historia milenaria europea, jalonada por tres consignas, dirigidas a los judíos: la primera, formulada en el siglo IV decía “no podéis vivir entre nosotros como judíos” (tenéis que convertiros); la segunda, sellada en el siglo XV, “no podéis vivir entre nosotros”(tenéis que iros); la tercera, forjada por los nazis, “no podéis vivir” (tenéis que morir). Esa es nuestra historia.

             El sionismo es inexplicable sin esta historia, sin olvidar por supuesto los aires nacionalistas del romanticismo que afectaron a tantos pueblos que tenían identidad cultural pero no Estado propio. El pueblo judío bebió de esa fuente que también la de otros muchos pueblos del mundo.

             Lo que quiero decir es que un europeo no puede acercarse a este problema sin una gran dosis de autocrítica: no podemos erigirnos en jueces pero sí debemos implicarnos pues lo que ahí se juega nos alcanza a todos.

 3. Me pregunto si aquí no hay algo más que un problema entre judíos y palestinos. Vuelvo al caso de la tolerancia ilustrada. Recordemos uno de los textos canónicos de la fundamentación moderna de la convivencia entre ideas y creencias diferentes Me refiero al Natán el Sabio del filósofo y dramaturgo Efraim Lessing. Se quería cimentar racionalmente la tolerancia en la Europa moderna y no sólo discutir sobre las relaciones entre judíos, musulmanes y cristianos. Pero el autor tenía claro que la clave de la convivencia moderna se encontraba al interior de la relación entre judíos-musulmanes y cristianos. ¿Por qué? pues porque la guerra o la intolerancia que caracterizaba a Europa se debía a una estructura mental que compartían estas tres culturas y que era la causa de la discordia, a saber, que cada una de ellas pretendía tener la verdad en exclusiva. No les cabía en la cabeza que la verdad se pudiera compartir, ni que fuera histórica, ni que pudiéramos estar equivocados. Los ilustrados entendieron que mientras no se resolviera este dilema no habría paz entre los distintos pueblos, pero tampoco al interior de cada pueblo pues cualquier conflicto colocaría frente a frente a dos partes que sólo jugaban al todo o nada.

             Quiero llamar la atención que, en este asunto de la tolerancia en la moderna Europa, que es poscristiana, el protagonismo argumental corresponde al judío Natán y al musulmán Saladino. Así lo veía Lessing.

             Obligado es reconocer que la solución que propone el ilustrado Lessing por boca de Natán no basta hoy. No basta decir que somos, - antes que judíos, moros o cristianos- seres humanos, es decir, no podemos hacer abstracción de las diferencias, porque somos diferentes. No podemos hacer abstracción de la memoria. El reto teórico y práctico que tenemos delante es cómo convivir siendo diferentes, estando cargados de agravios, portando una mochila de injusticias y resentimientos. Repito que estas preguntas no valen sólo para judíos y palestinos. Valen también para cualquier sociedad que haya vivido profundos conflictos de convivencia.

 4. Esta mesa redonda tiene por título “aciertos y errores de los acuerdos desde un enfoque multidisciplinar”. Ya dije en su momento a los organizadores que no me sentían autorizado para decir nada, aunque ellos benévolamente me replicaron que cabían unas consideraciones sobre el papel de la memoria en el abordaje de estos conflictos. Es una recomendación amable pero envenenada porque, a primera vista, la memoria juega en contra del objetivo de este simposio (el diálogo, la paz o como quiera llamarse). La memoria es un obstáculo porque aviva el odio. Recuerdo un encuentro en Jerusalem hace unos años para hablar del exilio. Hablamos de todos los exilios y memorias (argentinas, uruguayas, españolas…), pero no de las que tenían que ver con las relacionadas con el lugar en que nos encontrábamos. Hay memorias tan dolorosas y conflictivas que mejor no convocarlas. Recordemos lo que decía Nietzsche de la memoria: si pegamos fuego al pasado, todo se convierte en cenizas, menos una parte que sobrevive como dolor. Eso es la memoria.

             Pesa tanto la memoria en contra de la paz que un intelectual tan reconocido como Slomo Ben Ami, ha establecido la tesis de que la paz es olvido. Lo repite constantemente. Afirma haber examinado más de quinientos casos de transiciones de la dictadura a la libertad, y que todos siguen el patrón de la transición española: paz por olvido. Ahora bien como sacrificar la memoria es sacrificar el derecho a la justicia de muchas víctimas por eso añade que los palestinos tienen que decir a cuánta justicia están dispuestos a renunciar si quieren la paz.

 5. Lo que hoy sabemos es que, a pesar de estas opiniones, el olvido no es el único modelo. Cada vez la memoria es más determinante. Pensemos en los Acuerdos de Oslo que estamos conmemorando: Arafat y Rabin se dan la mano prometiéndose tener en cuenta el sufrimiento del otro. Ahí no hay olvido. Es un gesto que recuerda lo que Manuel Azaña tenía in mente en su tantas veces citado discurso del 18 de julio de 1938. Se está dirigiendo a los españoles del futuro, a nosotros, para recomendarnos una tarea. Nos pide que pensemos en los muertos y aprendamos la lección: “esos hombres han caído por un ideal grandioso y ahora que ya no tienen odio ni rencor, nos envían el mensaje de la patria que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón". El perdón no es olvido. La memoria es justicia, sí, pero también algo más que justicia, a saber, nunca más. Y para eso todos tenemos que movernos porque si no la historia seguirá su curso implacable, de repetición. Ahora bien, para que se realice el nunca más, la ansiada interrupción de la lógica letal, hay que convocar “la piedad” (que consiste en pensar en los sufrimientos del otro) y el perdón. Todo un Presidente de la República Española, hoy tan idealizada, se reconoce culpable por no haber sabido resolver los problemas de convivencia más que con una guerra. Por eso pide perdón

             ¿Qué puedo añadir yo a este impulso de la memoria? Quizá tan sólo, invocar el espíritu de la diáspora, tan sensible, por un lado, al otro, al extranjero y, por otro, en las antípodas de la sacralización de la tierra o del Estado o de los nacionalismos. Todos los nacionalismos, de cualquier signo que sean, sacralizan la tierra. Frente a ellos se levanta un discurso, tan bien representado por Franz Rosenzweig, que matiza diciendo “todos tenemos una casa”, pero todos “somos más que la casa”. La tierra verdadera no es la que pisamos sino la prometida. Quién sabe si la respuesta al conflicto que nos ocupa es la invención de una nueva figura política que recupera la universalidad propia del monoteísmo, como diría Hermann Cohen, que comparten judíos, cristianos y musulmanes. Para un proyecto como éste, esta es una buena perspectiva.

             Esta mañana la Profesora Isabel Durán, Decana de la Facultad de Filología de esta Universidad, decía que esta Facultad era como la Torre de Babel. Al oírla me he acordado del comentario que hace George Steiner de este célebre relato bíblico. El se felicita por el fracaso porque así nos hemos librado de la lengua única. Si aquella esforzada gente abandonó el proyecto de asaltar el cielo fue porque no se entendían. Se impuso sobre la tentación del monolingüismo, la pluralidad de lenguas. Con un añadido, a resultas del fracaso se produce la dispersión y la ocupación del mundo. En ese preciso momento se alumbra la idea de universalidad junto a la de pluralidad. Tenemos las ideas pero estamos a la espera de que germinen en un proyecto político que conviertan al mundo en la casa de todos. Quién sabe, repito, si este no es el fruto secreto del conflicto que nos convoca.

 Reyes Mate (Palabras pronunciadas en la mesa redonda “Aciertos y errores de los acuerdos desde un enfoque multidisciplinar” con motivo de la Conmemoración de los Acuerdos de Oslo. Universidad Complutense de Madrid, 8 de febrero 2023)