La Iglesia católica dispone de
múltiples registros para dirigirse a sus fieles: desde el púlpito al
confesionario, desde el tono sapiencial al admonitorio. Como el menos usado es
el autocrítico, sorprende el texto del episcopado francés titulado Deconstruir el antijudaísmo cristiano,
que sí lo es. Se atreve con un tema tabú - el milenario antijudaísmo cristiano-
considerado desde antiguo altamente inflamable. Empieza diciendo que ya está
bien de que los cristianos “se sigan representando a los judíos siguiendo clichés
forjados por una agresividad secular”. Es un documento dirigido a los
cristianos de a pie explicando, en veinte breves y precisos capítulos, lo
infundado de esos prejuicios, tan eficaces por otro lado.
Los hay de dos tipos. Unos son
claramente agresivos, como tratarles de deicidas o pérfidos, dos motes que han
justificado todo tipo de atropellos. Con la precisión de un cirujano el texto
explica que quien condenó a muerte a Jesús fue el poder romano y que fueron
muchos más los judíos que defendieron a Jesús que los que le persiguieron. No
hay justificación histórica, aunque esos tópicos, repetidos incluso en la
liturgia del Viernes Santo hasta hace poco, han alimentado el odio de
generaciones de cristianos y han atizado innumerables episodios de persecución
y muerte. No se trata ahora de pedir de nuevo perdón por el pasado sino de
cambiar la forma presente de pensar de muchos cristianos.
Lo más novedoso del texto francés es
la denuncia del antijudaísmo camuflado en afirmaciones religiosas,
aparentemente inocuas. Por ejemplo, llamar a la Torá judía Antiguo Testamento y
a los Evangelios, Nuevo Testamento. Con ese juego lingüístico se mete de matute
la idea de que el judaísmo es algo viejo y caduco, superado por el cristianismo.
Esa interpretación es injusta y antisemita, dicen los obispos franceses, porque
Jesús siempre se sintió parte de la tradición judía, respetó la Ley y se
propuso su cumplimiento. El cristianismo, al presentarse como el Nuevo Israel,
en substitución del Israel histórico, corre el peligro de situarse en tierra de
nadie, al margen de la historia de salvación que Yahvé inauguró con el pueblo
de Israel. Los cristianos necesitan a los judíos como bien dijo aquel párroco
de Berlín, preguntado por Federico el Grande, que por qué tenía que creer en la
verdad del cristianismo: “los judíos, Majestad, los judíos”, respondió. La
eternidad del pueblo judío es el mejor aval de la historicidad del
cristianismo.
El cristianismo no ha inventado el
antijudaísmo pero sí ha alimentado el antisemitismo a lo largo de los siglos.
Ya en el siglo II algunos judíos cristianos pensaban que la Iglesia había
sustituido a la Sinagoga; luego en el Concilio de Nicea (325) se decide separar
la historia cristiana de la judía; los Cruzados, por su parte, celebran la
nobleza de su causa quemando sinagogas con judíos dentro. Por no hablar de las
expulsiones: primero en Inglaterra, luego en Francia y, un siglo después, en
España que instaura, sigue recordando el texto, “el antisemitismo racial” con
aquella obsesión del cristiano viejo “por la pureza de sangre” de la que tan
buena nota tomó el nazismo.
En esta historia de despropósitos el
Holocausto supuso un punto de inflexión: la indiferencia de los cristianos y la
tibieza del Vaticano incrementó una conciencia crítica posterior que hizo su
camino hasta llegar al Concilio Vaticano II que cambió la mirada de la Iglesia
sobre el judaísmo. Ya no hay teólogo católico que olvide que Jesús era judío,
un dato fundamental que pasó inadvertido durante siglos. Oficialmente las cosas
han ido cambiando, pero no la mentalidad de los cristianos, de ahí que los
obispos franceses hayan tomado la palabra.
El documento francés es algo más que
una catequesis para cristianos. No olvidemos que el antijudaísmo es el origen
de la xenofobia. En el odio al judío se fragua el rechazo al extranjero y al
diferente. Para Occidente, el judío, que viene de cualquier sitio, es como el
forastero en las películas del Oeste. Inquieta tanto que se le declara enemigo
del pueblo. Hitler explica en su libro, Mi
Lucha, que lo que le resulta insoportable del judío es que haya hecho del
nomadismo su modo de vida, es decir, que haya renunciado a tener tierra propia
(todavía no se había creado el Estado de Israel) y se haya convertido en
extranjero de por vida. Los extranjeros son detestables porque, dice, son
parásitos. Lo que Hitler decía del judío lo decimos ahora del emigrante y se
dijo en el pasado del que no era de los nuestros.
En un momento como el actual en el
que las extremas derechas de todo el mundo levantan fronteras contra los
emigrantes, persiguen al diferente y niegan los derechos de las minorías, esta
denuncia cristiana del antijudaísmo, es altamente significativa. Si a esa
derecha que se presenta como la defensa “de la civilización cristiana” o que
identifica el ser español con el ser católico, se le dice que esos tópicos
forman parte de una historia intolerante que la Iglesia lamenta porque supuso
la negación del prójimo (primero del judío, luego del morisco, del protestante,
del liberal, del rojo), tendrá que buscarse los avales ideológicos en caladeros
históricos inconfesables.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 9 de
julio 2023)