En política los opuestos, lejos de
repelerse, se retroalimentan. Le ocurrió al independentismo catalán con Mariano
Rajoy de Presidente, hace una década, y le ha pasado al Partido Popular con Bildu
en las últimas elecciones. Los dos han salido ganando. Si Bildu da tanto juego,
dentro y fuera del País Vasco, es porque simboliza algo capaz de movilizar
energías muy poderosas entre los votantes. Lo peligroso del asunto es que el
recurso de unos y otros al pasado violento se haga en función del respectivo
provecho político y no de la superación de ese pasado luctuoso.
Para empezar, el problema de Bildu
no es político sino moral. No es político porque es una organización
perfectamente legalizada que cumple los requisitos para el juego democrático.
Tiene pues todo el derecho a hablar, intervenir, pactar, aprobar o disentir.
Siempre serán mejor los votos que las bombas.
El problema de Bildu es moral en el
sentido de que de esta organización depende que una buena parte de la sociedad
vasca dé los pasos necesarios para que el pasado violento no se repita. Son
muchos vascos los que votan a una organización que rechaza hoy el recurso al
crimen como arma política, pero que no condena y sí aprueba el que lo fuera en
el pasado. Es inmoral esa actitud porque invita a pensar que si renuncia ahora
a la violencia es porque son más rentables los votos.
Bildu tiene, pues, un problema moral
pero los demás también pues todos tenemos que preguntarnos qué hacer con Bildu
para que la gente que le apoya cambie y se convierta en valor seguro parar la
paz. El uso que se ha hecho de Bildu en la campaña electoral va desde luego en
dirección contraria. Su demonización, por parte de los críticos, excitaba el
voto de los criticados, consiguiendo unos y otros que aumentaran las ganancias.
Se anteponía así el cálculo electoralista al deber moral de contribuir al
cambio de mentalidad de Bildu.
Y si alguien se pregunta por qué
todos, hasta sus críticos, tenemos que cargar con la responsabilidad de
contribuir a ese cambio, la respuesta es ésta: porque no podemos permitir que
todo el sufrimiento sobrevenido a la sociedad vasca haya sido en vano. Y sería
en vano si, por un lado, el encanallamiento civil que supuso el terrorismo
etarra siguiera ahí, camuflado, porque los afectados no han tenido el valor de
asumirlo; pero también si, por otro, desperdiciáramos la sabiduría que emana
del sufrimiento de las víctimas.
Esto puede parecer excesivo pero no
lo es si recordamos que la lección moral del Holocausto se ha resumido en este
sencillo enunciado: “dejar hablar al sufrimiento es la condición de toda
verdad”. Una sociedad cambia si se toma en serio el sufrimiento que la
atraviesa.
El votante de Bildu dice
identificarse con el pasado violento. Ahora bien, si se siente orgulloso de ese
pasado, tendrá que reconocer que es el orgullo de quien traicionó a amigos,
delató a vecinos y se acobardó ante el qué dirán. A ese encanallamiento real,
por mucho ropaje patriótico de que se revista, bien se le puede considerar un
proceso de deshumanización. Votando a Bildu no se cura esa deshumanización pues
siguen intactas en los votantes las mismas malditas querencias, puesto que no
han condenado su causa: el terror propagado por la organización de la que se
sienten herederos. Pero tampoco es seguro que el crítico de Bildu haya
enriquecido la vida política con la sabiduría de los que sufren. Más allá de
cuatro proclamas punitivas, no hay nada que dignifique la vida pública.
Siendo siempre el camino moral de
difícil acceso, hay que reconocer que no falta quien está dispuesto a abrir
brecha. Al margen de todo ese ruido mediático electoralista, una víctima, Sara
Buesa, hija del dirigente socialista, Fernando Buesa Blanco, asesinado por ETA
en el año 2000, levantaba suavemente la voz, en un coloquio público en San
Sebastián bajo el lema “Ética de la convivencia”, para pedir al conjunto de la
sociedad que cambie la mirada. En vez de la demonización de los unos y del
empecinamiento de los otros, “mirar de frente al sufrimiento”. Eso significa,
en primer lugar, reconocer que está ahí, como una atmósfera invisible que impregna
a la sociedad. Lo que me parece notable es que una víctima supere el
ensimismamiento y se sienta interpelada por el desastre social que ha provocado
el terrorismo o, como ella dice, la deshumanización no sólo entre los
victimarios sino en toda esa sociedad que lo apoyó. Sara Buesa no usa el
sufrimiento de la víctima como arma arrojadiza contra Bildu, sino como una
forma de conectar con el sufrimiento de los unos y la deshumanización de los
otros para preguntarse qué hacer a fin de que no se repita.
Esa actitud compasiva no sólo
conecta con el sufrimiento de cualquier víctima, también la del GAL, sino con
la deshumanización del violento. En ese gesto compasivo hay efectivamente una
propuesta de confianza en el victimario. No ve en el seguidor de Bildu sólo lo
que le liga al pasado, sino lo que puede dar de sí. Confía en que, quien
todavía hoy justifica la violencia pasada, reconozca que aquello fue un crimen
y que lo lamente. Sólo así puede liberar las energías humanitarias latentes
para ponerlas al servicio de una convivencia sin violencia. Hay una diferencia
entre el uso electoralista de la violencia y la mirada compasiva.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 18 de
junio 2023)