19/11/23

Raquel llora a sus hijos

             Raquel representa, en boca del profeta Jeremías, a todas las madres que lloran a sus hijos muertos a lo largo y ancho de Israel. Es un llanto antiguo pero avivado el pasado 7 de octubre con el ataque que lanzó desde Gaza el grupo terrorista Hamas, que supuso la muerte de miles de inocentes, la destrucción de hogares, el secuestro de niños y jóvenes, y, sobre todo, la expansión del miedo a lo largo y ancho del Estado israelí. Al ataque sin precedentes de Hamas ha respondido Israel con una operación militar masiva que multiplicará sin duda el daño recibido.

             Como era de esperar la opinión pública mundial ha respondido con vehemencia. Las hay de todos los colores, desde las más extremas que sólo señalan el derecho de Israel a defenderse del terrorismo de Hamas a cualquier precio o, por el contrario, el derecho de Hamas a recurrir al terror para luchar contra la ocupación de Gaza, hasta las más matizadas que condenan sin paliativos el terrorismo de Hamas y reconocen el derecho de Israel a defenderse, pero respetando las normas del Derecho Internacional Humanitario. En tierra de nadie quedan algunas opiniones, como las de las dirigentes de Podemos, que condenan la reacción de Israel pero no la acción terrorista de Hamas que es la que desencadena el actual conflicto. Un grupo de reconocidos intelectuales israelíes, David Grossman entre ellos, lamentaba en un escrito que toda esa progresía fuera tan frívolamente benevolente “con una organización teocrática y represiva que se opone vehementemente al intento de fomentar la paz y la igualdad en Oriente Próximo”.

             Pocas causas conmueven tanto como las del pueblo judío, sin duda alguna porque de alguna manera “todos somos judíos”, en el sentido de que muchos otros pueblos, sobre todo en Occidente, han cruzado sus destino con el de los judíos. Tan cierto como que su presencia ha enriquecido a los demás pueblos (piensen los españoles en los mejores escritores del Siglo de Oro y, los alemanes, en sus premios Nobel), indiscutible es el desasosiego que provocaba su sola presencia. Es como si su consecuente monoteísmo dejara al descubierto la dudosa calidad de los dioses, fetiches o convenciones, de los otros pueblos.

             La tragedia del pueblo judío consiste en que queriendo vivir pacíficamente entre los demás pueblos, en diáspora, fue obligado a luchar por una tierra propia porque los demás no les querían en la suya. Ese es el origen del sionismo que les llevó a construir un Estado propio, luchando por una tierra, Palestina, en la que había gente.

             Esta mirada histórica contiene una lección que ningún europeo puede olvidar a la hora de enjuiciar lo que está pasando en Gaza: nosotros hemos creado el problema palestino. No podemos, por tanto, situarnos ante toda esa violencia como si fuéramos jueces imparciales. Somos parte del problema, por eso resulta incomprensible, por no decir ridículo, ver a políticos o políticas indignados, condenando a unos y absolviendo a otros, como si estuvieran investidos de una autoridad superior. Deberíamos tentarnos la ropa antes de juzgar. Solo podemos ser críticos si somos autocríticos. Los europeos no podemos desligar Gaza de una historia antisemita milenaria que nos interpela. Quien quiera pedir cuentas tiene que empezar por darlas y, por lo que respecta a España, dar cuenta de un antijudaísmo secularmente protagonizado por la casta del cristiano viejo, ahora heredado por la nueva izquierda. Las aljamas de Gerona, Valencia, Zamora o Toledo guardan en su memoria atropellos -que recuerdan al de Gaza, pero sin que mediara provocación alguna- de nuestros abuelos que no parecen suscitar responsabilidad alguna en sus nietos.

             Si queremos contribuir a la consecución de la paz e igualdad en el Oriente Próximo, en vez de echar leña al fuego con opiniones incendiarias, lo que parece aconsejable es, en primer lugar, condenar el terrorismo agresor y reconocer el derecho del agredido a defenderse. En segundo lugar, ponerse a favor del Derecho Internacional Humanitario que tiene sus preceptos: deber de ayudar a la población civil, de distinguir entre beligerantes y población civil para dejar claro que las armas sólo podrán dirigirse “contra objetivos militares” y no contra escuelas y hospitales; y, finalmente, proporción en la reacción pues en la guerra no vale todo. En tercer lugar, deberíamos seguir la estela de tantos judíos y árabes empeñados sobre el terreno en avanzar hacia la paz. Sus juicios son mucho más ponderados que los de nuestros voceros indignados. En el citado artículo dicen los firmantes israelíes que “no hay contradicción entre oponerse firmemente a la ocupación de los territorios palestinos por parte de Israel y condenar inequívoca los brutales actos de Hamas contra civiles inocentes”. Memorables son también las palabras de Daniel Barenboim, director de una orquesta con músicos judíos y árabes: “este es un conflicto profundamente humano entre dos pueblos que han conocido el sufrimiento y la persecución”. Para desmontar tanto odio acumulado, más eficaz que el debate ideológico es la empatía con el sufrimiento del que sufre sea nuestro o suyo. Si queremos atacar las causas del sufrimiento, hay que conjurarse en aliviar y acoger el sufrimiento causado, en lugar de juzgar y condenar. Es lo que se dijeron el judío Rabin y el palestino Arafat cuando casi lo consiguen.

 Reyes Mate (El Norte de Castilla, 22 de octubre 2023)