28/6/24

Walter Benjamin y su Jorobadito

"A la memoria de Walter Benjamin (1982-1940), el amigo de toda una vida cuyo genio unió la penetración del metafísico, el talento exegético del crítico y la erudición del sabio. Muerto en Portbou (España) en el camino hacia la libertad". En esta dedicatoria de Gershom Scholem al amigo recién fallecido queda bien descrito el alcance de su genio polifacético que aquí vamos a intentar rastrear.

 1. Benjamin se sitúa filosóficamente en la órbita de la Teoría Crítica aunque esto no es decir mucho. Conocida es la humorada que contaba el Frankfurter Allgemeine Zeitung a propósito del interés mundial que provocó la Teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas. Un periódico norteamericano mandó a un reportero a Frankfurt a cubrir la información. Llegado al aeropuerto de la capital alemana pidió decidido al taxista que le llevara a la "Escuela de Frankfurt", a lo que el taxista replicó: "¿a cuál de ellas? que aquí hay muchas". Efectivamente hay varias. Se suele distinguir entre un círculo interno, formado por Horkheimer, Adorno, Polack, Tillich, Neumann, From o Marcuse, unidos en la preocupación de repensar el marxismo haciendo valer la mediación de las ciencias sociales, y un círculo externo, en el que estarían Benjamin o Bloch, más interesados en una teoría de la cultura. El ascenso del fascismo produjo una cierta convergencia pues todos se sintieron interpelados por el desafío de la nueva barbarie a la razón ilustrada.

            La ubicación de Benjamin en el margen de la Teoría Crítica no significa que fuera un autor marginal o actor secundario. Es verdad que cuando uno lee su correspondencia o la de Adorno observa que la precariedad de medios económicos distorsionó la realidad: los más pudientes, como Adorno o Horkheimer, se sentían con el derecho a corregirle la plana, haciendo gala de un cierta superioridad intelectual, pero que se diluye tras su muerte cuando lo que se hace valer son las ideas. Ahí ya se ve que el epicentro es Benjamin.

 2. Para entender el contexto que supuso para Benjamin la Teoría Crítica, conviene remontarse a la prehistoria de esta corriente filosófica que no es otra que el asimilacionismo, esto es, el no lugar del judío en la Ilustración. Si el judío quería ser moderno tenía que asimilar la cultura ilustrada y asimilarse al modo de ser standard de los modernos. El precio de la asimilación era la renuncia al ser judío. La Ilustración fue ciertamente celebrada como un gran avance en la historia de la racionalidad. Momento de madurez, decía Kant; llegada a su casa tras un largo periplo, sentenciaba Hegel. Es verdad que no hay que exagerar, que estamos, como decía aquél, "en tiempos ilustrados", esto es, en camino, y no en "tiempos de ilustración", lo que significaría tanto como haber consumado el proceso. El problema es que en ese territorio conquistado no hay lugar para el diferente. El gran mito ilustrado era el de la igualdad y eso tenía su mérito porque suponía, por ejemplo, que todos somos iguales ante la ley. Pero tenía una trampa: no soportaba la diferencia ni al diferente. Como el judío lo es para una Ilustración cuyo modelo es el ser humano poscristiano, aparece la “cuestión judía” que se refiere al difícil encaje de quien viniera de otra cultura distinta a la dominante en  Occidente. El judío ve la posibilidad de sustraerse al corsé poscristiano, inscribiéndose en proyectos universalistas (por eso abrazará fácilmente ideales revolucionarios que hablen de la humanidad como patria) pero tiene que renunciar a ser diferente. Laicidad, sí, pero sacrificando las raíces. El filósofo Moses Mendelssohn busca una mediación con su teoría de la doble militancia -comportarse hacia afuera como asimilados y, hacia adentro, como judíos- que no prospera ni en su familia porque es difícil ese equilibrio y, sobretodo,  porque los demás los seguirán viendo como judíos. Ilustrativo en este sentido es "El informe para una academia" de Kafka en el que los académicos de postín denuncian a uno de ellos porque, pese a toda su evolución, no puede ocultar sus orígenes (¡simiescos¡). Está apuntando a uno de origen judío. Por no hablar de los sueños de Freud poblados de miedos a ser descubierto como judío, lo que pondrían en peligro su carrera científica.

            La conclusión que entonces se impone es que el judío tiene que elegir entre ser moderno o ser judío. Es el precio de la asimilación y es una auténtica alternativa porque la modernidad en cuestión es post-cristiana, lo que conlleva la renuncia a las raíces judías. Lo tiene claro Max Weber en su teoría sobre el origen de la modernidad y del capitalismo que él ubica en el protestantismo ascético y lo tiene claro Hegel con su idea del Weltgeist que es centroeuropeo y protestante.

            Nada hubiera quebrantado el éxito de estas tesis de no haber sobrevenido esa gran crisis de la Modernidad que supuso la Primera Guerra Mundial. Franz Rosenzweig la expresó certeramente al decir que en esa guerra la Ilustración se consuma (se realiza) y se consume (se agota). Lo que ocurrió fue una tragedia ya que supuso la defunción de los grandes ideales que había alumbrado la propia Europa. Pero sólo tomamos medida de la tragedia si tenemos en cuenta que lo que ocurrió fue gestado por la propia modernidad, de ahí el acierto de Rosenzweig al hablar de consumación y consumición de la Modernidad. Se impone entonces la necesidad de re-pensar de nuevo el proyecto. Nacen así los dialécticos de la Ilustración que constatan, por un lado el fracaso de la Ilustración, pero no renuncian, por otro, a pensarla de nuevo.

 3. Aunque parezca un poco osado, bien se puede decir que el eje de esa operación va a ser el pensamiento de Walter Benjamin. Osado porque el buque insigne de este movimiento intelectual -me refiero al libro Dialéctica de la Ilustración- tiene por autores a Horkheimer y Adorno, pero estos sin Benjamin nunca hubieran escrito ese libro.

            Había nacido en Berlín en el año 1892 y moriría en el pueblo catalán de Portbou en 1940, con 48 años. En 1933 se exilia a Francia cuando llega Hitler al poder. El gobierno antisemita francés no necesita que Alemania invada a Francia para perseguir a los judíos en su territorio, por eso es internado en 1939 en un campo de concentración, Nevers, cerca de Paris. Entre el invierno de 1939 y la primavera de 1940 escribe sus notas “Sobre el concepto de historia”. En 1940 llegan los alemanes a Paris (con Karajan que divierte con su música a oficiales nazis y con un Jünger que hace caja traduciendo cartas del francés al alemán destinadas a prisioneros franceses en Alemania). Los amigos de Benjamin le suplican que emigre y lo hace huyendo de Paris hacia Lisboa "en el último tren con una camisa y un cepillo de dientes", según cuenta Arendt, y una pesada cartera. Para llegar a Lisboa había que salir clandestinamente de Francia y pasar ilegalmente por España pero aquí es detenido. Ante la perspectiva de ser devuelto a Francia y entregado a la Gestapo, decide suicidarse en la noche del 26 de septiembre de 1940.

             Walter Benjamín, hoy considerado un autor de culto, pasó como de puntillas por la vida académica. No brilló como los grandes nombres de la Escuela de Frankfurt, tales como Horkheimer, Adorno, Tillich. Asumió someterse a sus dictados para publicar en la revista del Institut für Sozialforschung; encajó como pudo las humillaciones que le propinaron Horkheimer o Adorno con críticas infundadas a sus escritos; imploró la ayuda de becas que no llegaban; le rechazaron por confuso su trabajo de Habilitación es decir, interiorizó tanto su condición de perdedor que lo elevó a seña de identidad propia tal y como consta en el curriculum vitae que presentaba en las instancias oficiales: "Encontré en Dinamarca un techo provisional en casa de una familia amiga, la de Brecht. Sólo pude aceptar su generosa oferta por un breve tiempo. Por lo demás, carezco en absoluto de posibles. Sólo poseo una pequeña biblioteca de trabajo que ha encontrado cobijo en la casa de Brecht. Me he permitido exponer esta situación ante el comité de ayuda con la esperanza de que Vds. puedan aliviar mi situación actual. Quedo a su disposición para cualquier otra información. Atentamente, W.Benjamin". (curriculum presentado al Comité danés de ayuda, el 4 del 7 de 1934).

            La imagen existencial que transmite es la de una gran fragilidad: frágil físicamente, de ahí la desazón de quienes le acompañaban en la paso clandestino hacia Port Bou; frágil también intelectualmente: poca obra publicada, sin género definido, enredado en cuestiones fundantes sobre las que no disponía siempre de la erudición requerida, más pensador que conocedor. Todo apuntaba a un aficionado o “ensayista”, género que entre nosotros goza de cierto prestigio pero no en la Alemania de los grandes especialistas, también en el área de las ciencias del espíritu. Pero esa es una falsa impresión o imagen, porque lo que hay detrás de todo eso es la vocación de un intelectual radical. Por “intelectual” entiendo lo opuesto al erudito, al especialista, al filosofo de gabinete que escribe mirando a la pared en vez de hacerlo mirando a la calle. El quiere hablar libremente a sus contemporáneos, con conocimiento de causa, de los temas de su tiempo, para liberarles de ataduras muchas veces irreconocibles. Si a los demás les interesa el conocimiento, a él la verdad, una distinción fundamental en su obra. Por “radical” hay que entender lo que decía Marx“ alguien que va a las raíces y la raíz es el hombre”. Por eso su pensamiento es tan transgresor: desmonta historias canónicas, deshace tabús, cuestiona conocimientos intocables, en una palabra “cepilla la historia a contrapelo”. La verdad no circula a favor de la corriente sino remontándola, aguas arriba.

            Podríamos arriesgar algunas pinceladas de este intelectual radical. Lo primero que llama la atención es que lo arriesgó todo por su vocación de intelectual. Decía que “la verdad brilla en un momento de peligro” y él se expuso para entender su tiempo. Cuando ya se encuentra en Francia exiliado y aumenta el peligro nazi, los amigos le reconvienen para que venga con ellos a los EE.UU. Su respuesta es negativa: “todavía hay muchas batallas que librar en Europa”. Quería mirar de frente a la Gorgona, esa diosa antigua que pulverizaba a quien le plantara cara, para arrebatarle el secreto. Aguantó tanto que no pudo librarse de ella. Y sucumbió.

            Es muy consciente, en segundo lugar, del fracaso de su generación -“la más desgraciada de la historia” dice de ella- porque no supo atajar a tiempo el peligro del fascismo y del comunismo. Esa generación tuvo que asistir impotente al pacto entre Hitler y Stalin, lo que significaba de hecho el triunfo del totalitarismo. Pues bien, Benjamin, en lugar de sumergirse en la melancolía, busca, cuando era medianoche en la historia, razones para la esperanza, aún sabiendo que si la hay no será para ellos sino para nosotros. Toma de Kafka la idea según la cual la esperanza nos es dada por los desesperados. Los desesperados son la reserva de la esperanza. Una frase que puede ser brillante pero oscura si no se aclara. La explicación es que un desesperado es alguien que no se identifica con su suerte porque entiende que su desgracia no es algo natural, fruto del destino inevitable. El desesperado vive su situación desgraciada como una privación, una injusticia. Por eso la figura del desesperado es la de alguien que no se resigna a su suerte, ni entiende su situación como un destino fatal. Esa conciencia de la injusticia, esa memoria de las injusticias es el principio de la esperanza. Pero no será para su generación, apostilla Benjamin, sino para la siguiente.

            Fue, en tercer lugar, un pionero que rompió moldes. Entendió que la I Guerra Mundial suponía el fracaso del proyecto ilustrado y había que pensarlo de nuevo, teniendo en cuenta su fracaso. No tenía sentido repetir lo dicho. Era el momento de los creadores intelectualmente ambiciosos. En su Primera Tesis, la programática, se propone repensar el proyecto ilustrado cuestionando el punto de partida de la primera ilustración: la relación entre razón y religión. Como bien sabemos, la crítica ilustrada de la religión se resuelve en la idea de que la razón gobierna el mundo y que la religión es un asunto privado. Benjamin constata que ni el gobierno del mundo es racional ni la religión se ha quedado en las sacristías. Hay que revisar el punto de partida. Y eso lo concreta él, un seguidor del marxismo, proponiendo un pacto entre el materialismo histórico y el mesianismo y esto “en provecho de la política”. Los viejos del lugar pusieron el grito en el cielo: el judío Scholem decía que se entregaba al marxismo; y el comunista Brecht, que se perdía en el misticismo. Pero él sólo quería dar a la razón ilustrada una nueva oportunidad.

            Habría que tener en cuenta, en cuarto lugar, su modo de concebir la izquierda. Era un hombre de izquierdas muy singular. Para empezar, un crítico radical del progreso, santo y seña de la modernidad, porque distinguía bien entre el progreso técnico y el moral. Crítico también del comunismo, por traidor, y de la socialdemocracia, por abandonarse a la pereza de la historia. Un marxista ciertamente heterodoxo que tuvo la osadía de contradecir a Marx en un punto tan neurálgico como el sujeto de la revolución, que no era el Proletariat sino el Lumpen que significa trapero. Marx despreciaba al Lumpen porque los traperos eran unos parásitos andrajosos que no producían nada. Por esa misma razón cortejaba al Proletariat que, esos sí, hacían andar la rueda de la historia. Pensó en una revolución que reconociera al proletariado en la esfera política un peso similar al que tiene en el proceso de producción. Esto lo dijo Marx hace siglo y medio pero Benjamin no le sigue en esto porque el capitalismo ha cambiado desde entonces. El problema ya no es tanto la explotación cuanto el consumo. El centro de gravedad se ha desplazado de la fábrica al escaparate y ahí sí tiene algo que decir el trapero. Tres son las lecciones que podemos aprender de él. En primer lugar, que sólo valoramos lo desechable. Al trapero no se le oculta que para nuestra sociedad sólo vale lo que puede ser consumido. Y lo que es consumido tiene por destino la cloaca. El sistema funciona creando desechos que luego recicla para acabar siendo artículo de consumo. Nada hay que merezca ser admirado o conservado. Todos los valores tienen fecha de caducidad. Será por eso que la gastronomía se ha convertido en una religión o en el templo del arte y que se quiere comparar al cocinero Ferrán Adrià con Picasso. Un arte efímero en el que las obras son las sobras. Las sobras son una realidad del sistema y también su gran metáfora: sólo vale lo desechable. Convierte en basura todo lo que usa y que un momento antes ha sido festejado con todos los honores.

            La segunda lección es que el trapero se enfrenta a la crisis sin prisas. No le obsesiona convertir la situación en un problema abstracto, sino que observa todos los desastres que provoca la deuda. Toma nota de lo que significa despedir a alguien de su trabajo. La pobreza es traduce en estómagos vacíos de seres humanos, en humillación por no poder relacionarse con los demás, en frustración por tener que renunciar a los sueños de su vida. La sabiduría del trapero consiste en ver la fiesta desde la madrugada. Mientras los consumidores hacen la digestión, preparándose para una nueva comilona, y los camiones de la basura se llevan los desechos para que todo parezca limpio, él hace el recuento de los desastres que provocan las medidas que esos mismos privilegiados acaban de tomar. Al político ese recuento minucioso del empobrecimiento le desasosiega. Prefiere huir de la quema, reunirse con los asesores y trasformar la angustia existencial en ecuaciones abstractas que pueda manejar. Lo que le encanta es salir a la tribuna y llenar el espacio con frases prometedoras que no llenan el estómago ni alivian la angustia. El trapero no se deja engañar por tanta palabrería. Lo que sí hace es pinchar con su bastón cartones sueltos que han quedado en la calle. El pequeño zurcido en un abrigo de lujo altera el valor de la pieza en una proporción infinitamente superior a lo que representa la superficie zurcida. Es lo que hizo el pintor Antoni Tapies con el famoso calcetín roto. Lo sacó de la basura y lo colocó en un cuadro para dar a entender que el calcetín desechado altera la supuesta belleza del resto de la obra. El trapero se fija en el cosido y en el calcetín pero no para devaluar la belleza sino para dar a entender su valor. Sin esos trapos desechados no podemos hacernos una idea cabal de la vida.

            La tercera lección se refiere a la modestia de sus proclamas políticas. Marx llenó al proletariado de ínfulas revolucionarias que no han tenido lugar. Querían cambiar el mundo. El trapero es mucho más sobrio. Se apunta al "mesianismo pobre" que no quiere cambiar todo sino sólo hacer algunos ajustes. Le basta con que la política trace dos rayas rojas que nadie podría traspasar. Una, por abajo, marcando el límite de la pobreza que no se debería sobrepasar porque arrojaría al menos favorecido al infierno de la inhumanidad; y otra por arriba, señalando el límite de la riqueza que nadie debería sobrepasar porque le deshumanizaría.

            Hay quien se imagina al intelectual que era Benjamin como un trapero que al alba, malhumorado y somnoliento, se afana en pinchar con su bastón frases sueltas y trozos de discursos que echa en su carretilla para que no se pierdan del todo.

            Otro rasgo definitorio de su personalidad era el gusto por las malas compañías. Mostraba interés especial por el pensamiento conservador (Schmitt, Jünger, Sorel), convencido de que sus reacciones eran la mejor pista para calibrar el valor de sus propias opiniones. Valoraba una propuesta de izquierdas no por el entusiasmo que suscitaba entre los progresistas sino por la preocupación que causaba entre los conservadores. Esta libertad de espíritu le permitió tener muchos amigos entre sí incompatibles. No podía citarse al tiempo con Brecht y Scholem y eso no porque no tuvieran algo que decirse entre ellos, sino porque ya tenían previamente delimitado el alcance de sus ambiciones intelectuales.

            Podríamos resumir todos esos apuntes aplicándole una expresión suya, “avisador del fuego", que no es visionario ni un profeta sino un buen lector de su tiempo capaz de detectar la lógica de los tiempos que corren. ¿Qué fuego anticipó Benjamin? Habló de que el crimen sería un arma política (aunque lo que ocurrió fue el crimen contra la humanidad); anticipó los campos de concentración como lugares dentro del Estado donde ubicar a los parias de dentro y a los refugiados de fuera (aunque lo que sobrevino fue el campo de exterminio); vio que el progreso degeneraba en catástrofe. Nadie saludó como él la irrupción de la técnica, pero pronto descubre su ambigüedad, hasta el punto de relacionar progreso con fascismo; desinfló a tiempo el mito de la violencia revolucionaria porque reproducía la violencia que criticaba. Benjamin no era un Che Guevara porque proponía cambiar el signo de la revolución, de aceleración a interrupción: "Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia universal. Pero quizá sean las cosas de otra manera. Quizá consistan las revoluciones en el gesto, ejecutado por la humanidad que viaje en ese tren, de tirar del freno de emergencia"; nos hizo ver que los cambios técnicos se estaban llevando por delante las experiencias y sólo permitían vivencias, una pérdida peligrosa que equivale al suicidio de la humanidad.

 4. No nos podemos acercar a la personalidad intelectual de Walter Benjamin sin referirnos al perfil intelectual que de él dibujó Hanna Arendt que aunque no se sitúe en el mismo medio que él (ella venía de Heidegger y no del marxismo), consigue trazos muy ajustados a su personalidad. Se trataron poco pero lo suficiente para generar una gran empatía hasta el punto de que fuera Arendt la depositaria de la última versión de las Tesis. Tras su muerte, se entregó a la causa de salvar su patrimonio intelectual y darle a conocer, por eso se peleó con el frankfurtiano Adorno (pensaba que no hacía lo suficiente) adelantándose a los albaceas oficiales del amigo muerto (Adorno y Scholem) con la publicación en inglés del primer recueil de su obra.(1)

            Le describe así: "su erudición fue grande pero no era un erudito; sus temas comprendían textos y su interpretación, pero no era un filólogo; no le atraía mucho la religión pero sí la teología pero no era teólogo, era un escritor nato, pero su mayor ambición fue producir una obra que consistiera sólo en citas; fue el primer alemán que tradujo a Proust pero no era un traductor; escribió ensayos sobre escritores vivos y muertos, pero no era un crítico literario; escribió un libro sobre el barroco alemán, pero no era historiador. Pensaba en forma poética, pero no era poeta ni filósofo" (Arendt, 2001, 142). Un pensador inclasificable, dotado de una curiosidad sin límites, capaz de inventarse una escritura acorde con la complejidad de la realidad y lejos de los cánones establecidos. Por cierto, a Adorno esto de que no era filósofo le sacó de quicio, pero iba en ello su rivalidad con Arendt.

            Arendt describe la personalidad de WB a través de tres figuras. En primer lugar la del jorobadito. Benjamin era un gran creador de imágenes. Recordemos, por ejemplo, la del Ángel de la Historia, la del Trapero, la del Flâneur o ésta del Jorobadito. Es una figura tomada del imaginario infantil alemán (no del judío). El cuento "Das bucklichte Männlein" (El Jorobadito) lo encontramos en el Deutsches Kinderbuch. En esos relatos el hombrecillo jorobado aparecía por sorpresa causando un sin fin de pequeños desastres. No se dejaba ver pero le sentías porque con su entrañable torpeza conseguía que los objetos dejaban de estar en su sitio, que los platos danzaran o que las tazas se te escurrían entre los dedos y acabaran hechas añicos. Benjamin recuerda que su madre, en lugar de enojarse por su invitación al desorden, pedía al niño que él era que rogara por "el jorobadito" para "que no deje de visitarnos" y les contagiara así con sus torpezas y desgracias. Benjamin recuerda con cariño las palabras de la madre porque nuestro mundo ha dado la espalda a esos seres marginales y eso es grave ya que un orden social que no deje un hueco a las torpezas del jorobadito es sospechoso.

            Pero Arendt no se para ahí. Recurre a esa imagen para decirnos que Benjamin es como él. Se parecen en su mala suerte personal: lo pasó mal en vida y no encontró el apoyo que se merecía entre los responsables del famoso Institut für Sozialforschung. También, en su torpeza a la hora de buscarse un entorno académico que le potenciara. Se topó, dice ella, con “materialistas dialécticos” cuando a él lo que le iba no era la dialéctica sino el surrealismo. Para “capturar la realidad en sus fragmentos” el gran relato del marxismo era menos operativo que el intuicionismo surrealista (aquí Arendt pasa factura al marxismo por razones no sólo filosóficas). La mala suerte se cebó con su vida. Su muerte, en efecto, es la última jugarreta del enano jorobado, tan dado a las bromas pesadas. Dice Arendt: "un día antes y Benjamin hubiese pasado sin ningún problema; un día después y la gente de Marsella ya habría sabido que en ese momento era imposible pasar a través de España. Sólo en ese día en particular era posible la catástrofe" (ib., 157).

            La segunda imagen a la que recurre Arendt es la del exiliado. A Benjamin le tocó vivir el fascismo y eso se tradujo en exilio que no entendía como destierro ni transtierro. Ni vivía pendiente de volver a su tierra, ni pensaba que todo era cuestión de cambiar de territorio. Benjamin entendió el exilio como una forma de existencia, por eso asumió su situación de exiliado y transformó la ciudad en que se encontraba (París) en una vivienda: los edificios alineados en la calle se le representan como paredes interiores; París invita a andar y pensar; permite el vagabundeo que es la forma de existencia más natural del exiliado, es decir, permite la flânerie, algo que las demás ciudades impiden o persiguen; en París se sentía en comunión con pensadores afines, con Proust, Péguy ("ningún trabajo escrito me ha llegado tanto y me ha dado este sentido de comunión"); París era un buen observatorio que él no podía desaprovechar. Lo que hizo fue encaramarse "en lo alto del mástil" desde donde podía observarse mejor los tiempos tormentosos desde puerto seguro (ib.,161).

            Pero el exilio al que él se refería era el interior. El que hiciera de París su ciudad no significa que se liberara del exilio (no era un transterrado) porque lo llevaba dentro: exiliado pero no sólo del fascismo, sino de la propia familia y del mundo que le rodeaba. Para entender esto del exilio interior hay que tener en cuenta el conflicto de toda esta generación judía con sus padres asimilados. Les reprochaban su asimilacionismo y no haber tomado conciencia de la gravedad de “la cuestión judía”. Todos podían haber escrito la “Carta al Padre” de Kafka, reprochándole que no le hubiera transmitido su tradición. Muchos de estos jóvenes respondían a ese conflicto intergeneracional con una actitud de rebeldía que se traducía de hecho en compromiso sea con el sionismo o el comunismo (ib., 173), ambas posiciones contrarias al cómodo asimilacionismo de los padres. Pero tanto Benjamin como Kafka querían algo diferente: hacerse cargo de esa tradición y preguntarse qué podía significar ahora. En un mundo secularizado las tradiciones están desapareciendo y eso no es nada tranquilizador porque eso significa entregarse al presente y este presente "sólo merece ser destruido". ¿Se veía esta generación enfrentada a los padres precursora de una nueva época? La respuesta que da es que "lamentablemente, de ninguna manera. Estamos más bien en el umbral del Juicio Final", es decir, en el umbral de una catástrofe, de una caída, porque contemplaban su tiempo como "un campo minado de ruinas". Su superioridad consistía en la conciencia del peligro.

            La suya era una generación privada del bien más preciosos para una generación que empieza, a saber, la esperanza. Benjamin deseaba cultivarla "pero es dudoso saber si nosotros podemos aportar dicho regalo". Lo que tenía claro es que si ellos no lo conseguían, sobrevendría la catástrofe y tendrían que comparecer "ante el Juicio Final" (ib., 178). Sabían que responsabilidad, como generación, era aportar esperanza, aunque no fuera ya para ellos

            La tercera imagen que rescata Arendt del acerbo benjaminiano es la del pescador de perlas o coleccionador de citas. Esta generación siente, en efecto, que necesita el pasado, pero uno que no haya sido ya transferido y amortizado por el presente, sino uno "transmisible", es decir, uno que no haya sido ya transmitido pero que sea merecedor de la transmisión. A toda esa operación es a lo que Benjamin llama cita: un trozo del pasado que merece ser rescatado, que es portador de esperanza.

            Arendt dice de Benjamin que es un coleccionador de citas. Eso significa que hay que citar como un coleccionista, no como un investigador que busca descubrir algo nuevo, sino como alguien que tiene un tesoro muy especial. El coleccionista es un apasionado que no se mueve por el precio de las cosas coleccionadas, ni por su utilidad (por eso llega a decir que un buen coleccionista de libros no debería leer sus libros) sino "por deleite desinteresado", porque descubre lo que hay de bello en las cosas. Lo que hace el coleccionista es fijar su interés en las cosas más raras o insignificantes y rescatarlas, redimirlas de su insignificancia. Por eso, para él, lo que más vale es lo más invisible.

            No es lo mismo colección que tradición. No es lo mismo coleccionar que transmitir una tradición. De hecho son lo opuesto pues lo propio de la tradición es poner orden, jerarquizar y separar lo positivo de lo negativo, mientras que para el coleccionista lo más valioso es lo menos considerado y apreciado por los demás. La forma de pensar del coleccionista es subversiva porque desvaloriza lo típico, lo consagrado, en nombre de la fidelidad a la singularidad de la cosa.

            Se pregunta Arendt cuándo el coleccionador de libros, que era Benjamin, pasó a ser el coleccionador de citas que aparece en su discurso. No fue de la noche a la mañana. Ya en los años treinta iba siempre con su cuadernillo en el que anotaba esas “perlas”, tomadas de la vida ordinaria, que tanto gustaba leer a sus amistades. Anotaba desde sucesos hasta subidos pensamientos poéticos, que al juntarlos desencadenaban un pensamiento innovador. Recorta, por ejemplo, de un diario vienés una noticia que informaba de que la compañía de gas había cortado el suministro a los judíos porque eran una ruina ya que estos “lo utilizaban preferentemente para suicidarse”. La noticia hablaba de un corte de gas a judíos que no pagaban, una noticia de poco alcance, pero que en las manos de Benjamin cobra una dimensión espectacular porque lo que él subraya no es que dejaran de pagar por falta de recursos sino porque lo usaban para suicidarse. Que al periódico y a sus lectores interese más el impago que el suicidio es lo elocuente.

            El coleccionador de citas es un pescador de perlas y corales. Lo que tienen en común es rescatar del pasado -en este caso: del fondo del mar- materiales de desecho que se transforman en perlas y corales. Esto ¿qué significa? que en las profundidades del mar se hunde y se disuelve aquello que una vez tuvo vida; en esas profundidades algunas cosas "sufren una transformación marina", cristalizando en nuevas formas que aguantan las embestidas de los elementos, esperando al pescador de perlas que un día venga y las lleve al mundo de los vivos, como "fragmentos de pensamiento", como algo "rico y extraño". Esas perlas y corales son, en realidad, "fragmentos de pensamiento" o también esos “fenómenos originarios” que nutren la posibilidad de novedad en la historia.

 5. Solemos distinguir en Benjamin tres momentos (2): en primer lugar, el momento teológico que encontramos en los escritos Del lenguaje en general (1916) y La tarea del traductor (1921). Ahí resuena la concepción judía de la historia: ésta concibe la historia como el cumplimiento del proyecto ideal inscrito en la creación. No se trata de restauración del origen cuanto de la realización, a través de los avatares del tiempo, de todas las virtualidades utópicas inscritas en el programa original de la aventura humana. Luego vendría el momento estético, tan bien expresado en su obra Orígenes del drama barroco alemán. En el prefacio desarrolla una teoría del conocimiento que tiene como trasfondo la visión de un lenguaje primordial de la humanidad que sería como el paisaje original de la verdad. Ese lenguaje, como el Paraíso, es un momento perdido al que nos podemos acercar mediante un proceso de traducción de unas lenguas a otras. Finalmente, el paradigma político, representado por Las Tesis sobre el concepto de historia. Benjamin lee la historia desde el marxismo y desde su tradición judía. El eje es una concepción mesiánica del tiempo que se niega a considerar el pasado o el presente como combustible del futuro. Futuro hay si se interrumpe la lógica de los tiempos que corren.

             Ya que no hay espacio para un desarrollo detallado del conjunto, vamos a centrarnos en este último escrito para ver cómo funciona la lógica benjaminiana.

            Como acabo de decir, las Tesis sobre el concepto de historia, fue su último escrito, no destinado a la publicación pues consideraba que podría "falsos entusiasmos", es decir, que se le malinterpretara. Hay que tomarlas pues prudentemente como un borrador. El llamarlas Tesis puede parecer excesivo pues se trata de una veintena de fragmentos ciertamente bien estructurados pero que no tienen el tono apodíptico o solemne de lo que solemos entender por tesis. Veamos cómo se vertebran:

            Tenemos, en primer lugar, un bloque programático compuesto por la Tesis Iª y la IIª.

            En segundo lugar, vendría un grupo de ellas donde expondría su concepto de historia. Serían las Tesis III, IV, V, VI, a las que habría que agregar la XIII donde aclara que el sujeto de la historia no es el proletariado sino el lumpen.

            El escrito en su conjunto es claramente polémico de ahí el tono crítico de este tercer bloque. Ahí tenemos dos Tesis dedicadas a rebatir el historicismo (VII y VIII) y otra al progreso (IX). En este mismo grupo habría que incluir su crítica a la izquierda: a la comunista por traición (X), a la socialdemocracia por conformista (XI), y al progreso por dogmático (XII).

            En un escrito sobre la historia el concepto de tiempo es fundamental. A la tarea de explicar su concepción mesiánica del tiempo dedica las Tesis XIV (tiempo mesiánico); la XV, al tiempo pleno como interrupción; la XVI explica la oposición entre la lógica mesiánica y la lógica de la historia); la XVII es, según sus propias palabras, un resumen de todo el escrito; la XVII a , que fue la “descubierta” por Agamben, desarrolla la idea de que la modernidad es emancipación de la religión y, también, religión secularizada (aspectos que completan la Tesis I). Finalmente la XVIII que cuenta lo que aporta la memoria a la política (cura de humildad pues ya no habla de redención, sino, más modestamente, de astillas mesiánica).

            Como decía, por razones de espacio, me voy a centrar en la Primera de las Tesis que es programática en el sentido de que da el tono y convoca los elementos fundamentales de la lógica benjaminiana.

            El cuento de la partida de ajedrez en el que pactan las jugadas un muñeco mecánico y el jorobadito plantea una alianza entre “el materialismo histórico y la teología”. Es una alianza vacilante: tan pronto dice que es la teología la que mueve los hilos como que la teología tiene que ponerse al servicio del materialismo histórico. ¿Qué nos quiere decir Benjamin? Nos quiere llevar al punto de partida de la crisis de la modernidad para poder re-pensar todo de nuevo. Y el punto de partida de la Ilustración consistió en definir la relación entre razón y religión. Por eso hay que volver al punto de partida -la crítica de la religión- para repensar la racionalidad de nuevo. La ilustración ha fracasado porque el reparto de papeles entre la razón (responsable del orden en el mundo) y la religión (asunto privado) no se sostiene. Para empezar no ha tenido lugar una racionalidad emancipada de la religión; aquélla planteaba una privatización de la religión y así gestionar racionalmente el mundo: pues ni lo uno ni lo otro. Como dice Max Weber, los dioses han vuelto y esto porque la razón no ha conseguido organizar racionalmente la existencia: la razón es fuerte en la consecución de metas pero no sabe donde ponerlas, de ahí el politeísmo de los valores (esto es, la arbitrariedad de cada cual a la hora de definir los objetivos de la visa, la razón de la existencia). El fracaso de la Ilustración no es un asunto meramente académico: ahí está la Primera Guerra Mundial en la que se consume y consuma la razón moderna.

            Para repensar, pues, la razón hay que revisar su relación con la religión, piensa Benjamin porque, como buen marxista, entiende que la crítica de la religión es la condición de toda crítica y, como buen hegeliano, sabe que es en la religión donde se han refugiado los grandes asuntos del ser humano (aunque sean gestionados de un modo irracional).

            Para entender el sentido de esta tesis programática hay que analizar lo que significan “materialismo histórico” y “ teología”. Nada es lo que parece. El materialismo histórico es un concepto extraño pues reúne dos términos antitéticos: “Materialismus” (algo objetivo) y ”Geschichte” (que remite a subjetividad). En esto del marxismo Benjamin es autorreferencial. No entenderíamos el concepto consultando un diccionario marxista clásico. Para él el centro del concepto es el término “historia”. Para clarificar su alcance hay que mirar en dos direcciones: críticamente hacia el idealismo ya que Benjamin lo que se plantea es una lectura materialista y no idealista de la historia; y hacia la memoria, teniendo en cuenta que Benjamin piensa la historia de una manera nueva, a saber, como memoria. Por lo que respecta a la lectura materialista de la historia hay que reconocer que la dependencia de Marx es grande. Marx polemiza con la lectura idealista de Hegel (frente a la tesis hegeliana de la historia como “progreso en la conciencia de libertad”, la tesis marxiana según la cual no es la conciencia la que determina la realidad sino la realidad a la conciencia) y también cuestiona el sentido materialista de Feuerbach (este acierta al decir que las circunstancias hacen al hombre pero se equivoca al no ver que el hombre cambia las circunstancias i.e. no descubre que la realidad es práctica, (Tätigkeit). Benjamin sigue a Marx. Reconoce con él que: “la historia es la única ciencia verdadera”. Claro que hay ciencias de la naturaleza pero la naturaleza no puede ser pensada al margen de la actividad humana, de la praxis. De ahí que su idea de historia como ciencia nada tiene que ver con el sentido positivista de historia-ciencia que manejan los historiadores. Contra ellos va una carga de profundidad: “En la pretensión de mostrar las cosas como realmente han sido se esconde el narcótico más potente del siglo XX” (Benjamin, GS V/2). El mayor narcótico del siglo XX, la historia como ciencia positiva. Todo esto toma de Marx pero ampliándolo porque la realidad no es sólo lo fáctico, es decir, la realidad no es sólo lo hecho (el hecho), lo que ha llegado a ser, sino también lo que no ha llegado a ser, lo no logrado, lo por hacer. Para Benjamin, como enseguida veremos, de la realidad también forman parte los no-hechos.

            Pero hemos dicho que el concepto benjaminiano de historia (de esa historia a la que se refiere el materialismo marxista) es impensable sin su remisión al de memoria. Significativo es que el texto sobre la memoria se titule “sobre concepto de historia". Es verdad que el epicentro es la memoria. En los primeros borradores sobre estas tesis ya decía que “el problema de la memoria (y del olvido) es lo que me va a ocupar en el futuro" (Benjamin, I/ 3, 1226). Esto es así aunque apenas aparezca la palabra “memoria”. Lo primero que hay que decir es que esta nueva concepción de la historia qua memoria tiene impronta teológica. Veamos cómo. En el final de Infancia en Berlin aparece “Das bucklichte Männlein”,(el Jorobadito) como símbolo de la memoria. Pues bien ese mismo Jorobadito reaparece en la primera de las Tesis pero representando a la teología. No es casual esta complicidad entre memoria y teología si tenemos en cuenta el sustrato judío que alimenta su filosofía. Hay, además, un momento mesiánico en la idea de que “el pasado tiene una pretensión a la felicidad y a la redención”. Lo mesiánico de la memoria consiste en reconocer en ella la capacidad de actualizar experiencias pasadas de felicidad, esto es, exigencias de felicidad insatisfechas. En todo este proceso, la idea de redención es liberada de su connotaciones religiosas ya que la redención en cuestión no es algo exógeno sino un deseo de felicidad que late en la misma realidad. Está escondido en el presente como un elemento subversivo que puede ser activado por la memoria “en un momento de peligro”. Esa potencialidad del presente está compuesto de pasado, de momentos frustrados del pasado, es decir, forma parte de la realidad. No es transcendente en el sentido habitual de la teología pero sí lo es en el sentido (filosófico) de reivindicar una dimensión que trasciende lo dado.

            La Tesis que comentamos se plantea una alianza entre el materialismo histórico y la teología. Lo que Walter Benjamin entiende por “teología” es algo muy suyo: es lo que la tradición mesiánica (teología) deja en la historia (filosofía). Esa huella nada tiene que ver con religión. Esa distinción entre teología y religión es capital (y por eso dirá, por ejemplo, del capitalismo que es religión pero no teología). De la teología dirá que es “fea y jorobada” para dar a entender que sólo puede aparecer en público si ha pasado la prueba de la crítica (ilustrada) de la religión. ¿A qué se refiere realmente? Benjamin está pensando en esa tradición a la que se refería Kafka en su Carta al Padre compuesta de Biblia, Talmud y Kabbala cuyos ecos le llegan a través de su amigo Gershom Scholem, sin olvidar los destellos del Nuevo Pensamiento que emanan de la Estrellla de la Redención, de Franz Rosenzweig. No es una “fides quaerens intellectum”, como lo es la cristiana, sino un “secante empapado de tinta”, es decir, una cultura, una Bildung, empapada de judaísmo. Pues bien, un dialéctico de la ilustración (marbete de estos intelectuales, conscientes del fracaso de la Ilustración, pero que no quieren renunciar a ella en nombre de ninguna posmodernidad) tiene que manejar todas esas posibilidades semánticas que le ofrecen “la teología” y “el materialismo histórico”.

 6. Lo que procedería ahora es mostrar detalladamente cómo funciona esa nueva racionalidad dibujada en la Tesis programática. Sin mayores pretensiones podríamos preguntarnos, por ejemplo, cómo entender la justicia desde la alianza entre esas dos tradiciones. Habría que descartar cualquier teoría de la justicia que no tenga en cuenta la memoria de la injusticia (rechazo pues de las justicias deliberativas o discursivas). En todo este discurso la razón es anamnética y no discursiva. Tendría que ser por tanto una justicia anamnética, es decir, una justicia que relacione la justicia presente con la injusticia sobre la que está construido el presente. Hegel nos recuerda que el precio del progreso (nuestro presente) son las víctimas de la historia que, en su filosofía de la historia, quedan invisibilizadas, esto es, privadas de significación propia: son tratadas únicamente como el precio del progreso. En el caso de que el presente del progreso amortizara el sentido de las víctimas, como afirma la filosofía hegeliana de la historia, entonces la historia se seguiría construyendo sobre víctimas.

            Por tanto, si hablamos de justicia tendríamos que romper la lógica sobre la que está construida la historia. Habría que traer al presente el pasado; habría que reconocer la vigencia de la injusticia pasada (contra la teoría de la amortización del progreso). Puede ser ilustrativo a este respecto el debate entre Camus y Sartre apropósito del Hombre Rebelde. Sartre no entiende que a Camus le preocupe más la injusticia sobre un niño inocente que los sufrimientos de la clase obrera. Camus le responde que si se acepta por lógica de la historia el sacrificio de un solo inocente, se acabarán legitimando los crímenes de Stalin. Para romper la lógica progresista de la historia hay que reconocer el carácter innegociable de la justicia debida a la víctima.

            Otro tanto habría que decir a propósito del tiempo. Benjamin juega en la Tesis con un binomio que tiene distintas expresiones: tiempo vacío versus tiempo pleno; tiempo continuo versus interrupción del tiempo; tiempo como progreso versus tiempo mesiánico. Aunque cada término tenga su propia significación creo que sin forzar podríamos englobarlos todos en el binomio tiempo apocalíptico versus tiempo gnóstico. En el principio era el tiempo apocalíptico. En el pensamiento judío el tiempo comienza con el gesto de la libertad que tiene lugar, como dice Jacob Taubes “el octavo día de la creación”(3). Lo significativo del mito es que ese gesto de libertad es una transgresión que acarrea todos los males al mundo. Ahí comienza una historia que es como una elipse con dos polos: el primer Adán, responsable del sufrimiento en el mundo, y el segundo Adán, que traerá la respuesta. Es visión originaria de la historia está soportada por un tiempo apocalíptico, es decir, un tiempo finito, limitado; un tiempo mesiánico (justicia absoluta aquí y ahora); un tiempo escatológico (obliga a anticipar el final). El cristianismo hereda esa tradición y la concreta en la figura de la Parusía que no tuvo lugar. Fue un fracaso. La respuesta a ese fracaso se da ya en el siglo II por un discípulo de Pablo, Marción, y consiste en el tiempo gnóstico que aunque fue declarado herético acabo conformando el cristianismo. Este tiempo no tiene final (el final es catastrófico); coloca la salvación fuera del tiempo (se vacía al mundo de salvación y a la salvación de mundo) y se concreta en la figura del progreso (que es lo opuesto a la Parusía). Ese tiempo se transforma en ideología del progreso.

            Cada tiempo genera un modelo específico de filosofía de la historia. Hoy nos encontramos ante un dilema: o filosofía de la historia como progreso o como interrupción. La primera lleva a la catástrofe porque opera sobre supuestos falsos (que hay tiempo, imparable, irresistible y salvífico) y porque el progreso es la negación del tiempo (en vez de novedad lo que hay es repetición).

            La historia como interrupción es otra historia. No pedimos a la historia que nos salve sino que no nos lleve a la catástrofe, por algo en la Tesis XVIII Benjamin no habla de Mesías sino, más modestamente, de astillas mesiánicas. No esperamos de la historia que nos salve sino que entendamos que tenemos que intervenir interrumpiendo su lógica letal. Lo que nos plantea Benjamin en sus Tesis es que si queremos que los cambios cotidianos -por ejemplo, en política- sean eficaces hay que ubicarlos en un ambicioso cambio cultural cuyo eje es el tiempo. Y aquí los caminos se bifurcan: o un tiempo/progreso o un tiempo/mesiánico. (4)

 7. ¿Es Walter Benjamin nuestro contemporáneo? No lo fue en su tiempo. Alguien que se había propuesto "cepillar la historia a contrapelo" tenía que ir a contracorriente. Fue un personaje intempestivo. Ahora bien, si lo que queremos preguntar es si entendió su tiempo y tuvo una palabra para él, hay que decir que fue un hombre de su tiempo. Pero ¿cómo congeniar esos dos momentos de presencia y ausencia? La sociología del conocimiento ha elaborado la figura del acontemporáneo (la del outsider o forastero), esto es, la de alguien que no es de ahí, que viene de lejos, pero que, gracias a esa distancia, puede leer el presente con mayor lucidez que los que forman parte de él. Georg Simmel, en su Sociología. Estudios sobre las formas de socialización analiza la figura del extranjero que "llega hoy y se queda mañana". Es un emigrante que entra en contacto con un grupo local o nacional ya constituido. No pertenecía antes al círculo y nunca pertenecerá del todo. De él toma mucho y aporta algo que el grupo nunca tendría. Hay una identificación parcial. Está como enfrente y fuera. Su tendencia a la percepción objetiva surge del hecho de no encontrarse ligado por ninguna consideración que pudiera ser "un prejuicio para la percepción, comprensión y estimación de los objetivos". La presencia y la distancia le proporcionan una mirada distanciada extrañamente penetrante. Al no sentirse parte del grupo tiene frente a todas las manifestaciones grupales la actitud peculiar de lo "objetivo", que no es meramente desvío y falta de interés, sino que constituye una mezcla sui generis "de lejanía y proximidad, de indiferencia e interés". Años más tarde, otro extranjero, Karl Mannheim, desarrollaba la misma idea bajo la figura de la "freischwebende Intelligenz" (inteligencia que se mueve libremente). Inteligencias libres, liberadas de todo dogmatismo, dispuestas a obedecer la realidad por encima de cualquier compromiso con la tribu intelectual dominante. El forastero dispone de la perspectiva más desprendida e impersonal. Y, de entre ellos, es el intelectual quien más lejos puede llevar esa amplitud de miras. Tanto G. Simmel como K. Mannheim eran judíos y este dato no es irrelevante para el tema de la marginalidad. En ese momento está vivo dentro de los pensadores judíos el dilema que ya hemos visto entre asimilación o mantenerse en judío. El ser judío connota marginalidad. No me refiero a la marginación a que le han sometido los demás pueblos con sus expulsiones y persecuciones, sino a la que se deriva del hecho de no tener Estado ni historia. El tiempo del judío no es la historia de los demás pueblos. Eso les hace estar al margen y esa marginalidad brinda un punto de vista cargado de universalidad.

            Benjamin tiene la actualidad del acontemporáneo. No puede pasar de moda quien nunca lo estuvo. No se presta a repetir lo dicho. No hay manera de encajarle en una escuela o tribu. Pero siempre podremos contar con él. Como el jorobadito de su infancia él se hará presente cada vez que haya una voz perdida que pida no ya una respuesta sino ser escuchada.

POSTDATA

Una vez acabado este texto sale a la luz la última obra de José María González. titulada, Walter Benjamin: de la diosa Niké al Ángel de la Historia. Aunque Benjamin y su mundo es un tema recurrente en la obra del autor, hay que decir enseguida que la mirada que proyecta José María González sobre el pensador judío no es una más. Dice casi de pasada:

que en la amplia nómina de intérpretes benjaminianos ha pasado desapercibida la conjunción entre texto e imagen. Grave error hermenéutico porque Benjamin es un Bilderdenker, un pensador en imágenes. Ya Franz Rosenzweig distinguió entre una  forma idealista, conceptual y abstracta que había dominado la filosofía occidental “von Jonien bis Jena” y que él comprimió en la fórmula denkenderDenker, y otra forma de pensar, nueva y con sentido del tiempo, propia del Sprachdenker. Oponía así al pensador-pensante un pensador-hablante para señalar que son más importantes los relatos que las ideas. Benjamin, que se sitúa en la órbita de Rosenzweig, da una vuelta de tuerca, presentándose como un pensador en imágenes, anunciando así no sólo que va a tener en cuenta el tiempo, como los hablantes, sino también lo que le trasciende, como el oikon de los griegos. José María González es quien llama la atención sobre este particular que va a resultar decisivo.

            No veo mejor forma de contribuir al homenaje del presente Festschrift dedicado a José María González que subrayando su hallazgo hermenéutico, a saber, la importancia capital del modo de mirar propio de un Bilderdenker. Aclara bien, en primer lugar, la centralidad en Benjamin de la teología política. Este concepto es clave en él como lo es en Carl Schmitt. La racionalidad moderna es impensable sin sus matrices teológicas. Ambos lo saben pero lo entienden de manera opuesta: en Schmitt hay una utilización teológica de la política mientras que en Benjamin, una lectura política de la teología. La primera era conservadora porque la teología debe estar al servicio del poder; la segunda, revolucionaria, porque la política debe ser cuestionada por las exigencias redentoras de la teología. Pero uno y otro, al igual que ya lo hicieran Hegel y Weber, tenían muy en cuenta el papel de la teología en la historia de la racionalidad y de la política.

            Lo que llama la atención en el caso de Benjamin es que esa historia no la lee en los libros sino en las imágenes que ha generado la historia. Las imágenes de Berlín son como un libro abierto en el que queda explicada teológicamente la historia de Alemania desde 1814, fecha de la derrota de Napoleón, hasta 1918, fecha de la derrota de Alemania. En ese tiempo Berlín se puebla de monumentos que ilustran la historia desde el punto de vista de los vencedores. Lo que resulta revelador de la investigación que lleva a cabo el autor, siguiendo el rastro de Benjamin por Berlín y París, es la secuencia simbólica que va de la diosa Fortuna, a la diosa Nike, hasta descansar en los Ángeles de la Victoria. Una secuencia que quiere dejar patente quién es el nuevo pueblo elegido: quién aúna la suerte del afortunado (Fortuna), la legitimidad del vencedor  (Nike) y la gracia divina (Ángel).

            Rosenzweig dio con una clave teórica que Benjamin experimentó vitalmente. Decía Rosenzweig que el cristianismo pervirtió la figura bíblica de pueblo elegido politizándole y generalizándole. Politizándole: inicialmente tenía un alcance religioso pero el cristianismo dio al pueblo elegido el poder de liderar el mundo. Y, generalizándolo: pueblo elegido podría ser cualquiera si era capaz de imponerse a los demás. Ese siglo es el momento alemán (como otros fueran de Francia o España) y lo que hicieron sus gobernantes fue ilustrar con los símbolos de la victoria -que acabaron metabolizándose en ángeles-ese carácter de elegido del pueblo alemán. La teología política no la inventó Benjamin ni Schmitt: estaba en la calle.

            Lo que hace Benjamin es rescata el concepto de teología política, secuestrado por una tradición cristiana que pasa por Hegel y Bismark, y devolverle a sus orígenes judíos. Lo hace transformando al ángel de la victoria (un trasunto de la Nike griega) en el ángel de los vencidos (del que habla en la Tesis Novena). Me parece magistral la investigación que el autor lleva a cabo en el capítulo III, titulado “Walter Benjamin: Ángel de la Victoria y Ángel de la Historia”. No se podrá hablar de estos temas sin tener en cuenta el minucioso recorrido que hace el autor por la Siegesäule, una gigantesca columna, ubicada actualmente en el centro del parque Tiergarten de Berlín, erigida para celebrar las victorias prusianas sobre daneses, austríacos y franceses. Esa columna es como la fragua de Vulcano en la que Benjamin forja con los viejos materiales la nueva interpretación.

            Benjamin cuenta en Infancia en Berlín cómo la visita escolar al citado monumento se convertía en una clase de adoctrinamiento patriótico. Con cada visita se actualizaba "el día de Sedán", es decir, la fecha del triunfo de los ejércitos prusianos sobre los franceses (2 de septiembre de 1873). Los profesores cincelaban esos sentimientos nacionalistas con las explicaciones que extraían de los relieves en mármol que circundan, a diferentes niveles, la famosa columna. Allí quedaba claro quiénes eran los vencedores y quiénes los vencidos. Al joven Benjamin aquello no pareció convencerle a juzgar por su comentario. Le parecían tan desgraciados los héroes como los derrotados. No veía superioridad en el triunfo. Si le llevaron allí para que como buen alemán gozara con "la Gracia que rodeaba la figura esplendorosa de la Victoria" que coronaba la columna en forma de ángel, la verdad es que, se vino a casa con la sensación de haber "visitado el infierno",  justamente lo contrario de lo previsto.

            Esa temprana percepción de la victoria y de la derrota abre un camino que no está aún escrito. Benjamin podía encontrar  en círculos cercanos críticas al culto de la personalidad, también la ambiciosa "Ideologiekritik" del marxismo que ponía en solfa el discurso de los vencedores, incluso las denuncias proféticas a la divinización del poder. Pero lo que se juega en la metamorfosis del ángel de la victoria en ángel de la historia es otra cosa. No se trata ya de deconstruir el discurso del vencedor teniendo en cuenta la mirada de los vencidos, sino de descubrir en la experiencia del vencido un potencial redentor para el conjunto de la historia.

            Ese es el salto que sólo un Bilderdenker pueda dar. Para hacernos una idea de lo que está en juego habría que tener en cuenta tanto la tradición judía de la prohibición de imágenes como la cristiana que, gracias a su teología de la encarnación, las permite. La imagen nunca podrá alcanzar ni por tanto sustituir a lo representado, pero la representación es posible siempre y cuando remita a lo irrepresentable. En esa doble tradición se mueve Benjamin bajo el moto "per visibilia ad invisibilia". Lo que Benjamin descubre en esa remisión no es el substrato transcendental de lo aparente (no es la figura de Dios tras las huellas mundanas de su divinidad) sino el precio de la historia. La parte oculta de la realidad es una Leidensgeschichte.

            Lo que es evidente es que hay todo un camino por recorrer entre la temprana intuición del joven Benjamin y la teoría de la historia que subyace en el escrito Sobre el concepto de historia. Ese itinerario consiste en pasar del sentido moral del sufrimiento a su dimensión epistémica. Por supuesto que tiene una significación moral. El descubrimiento de las víctimas de la historia, en efecto, denuncia la injusticia que acompaña a la felicidad de los vencedores que no pueden ser felices más que oprimiendo a los más débiles. Pero la gran aportación benjaminiana consiste en desvelar su significación epistémica: como si la mirada desde abajo proporcionara la perspectiva más completa de la realidad. Y ello es así porque la perspectiva desde los vencedores, que es la que ha dominado, es substancialmente superficial. La superficie, en efecto, es lo aparente, lo que se muestra, lo que ha llegado a ser. Todas esas expresiones son formas de nombrar a los hechos (pretérito perfecto del verbo hacer) que es lo que interesa al conocimiento canónico y sobre todo a la ciencia pues ya decía Aristóteles que sólo sobre las hechos hay ciencia.

            Pues bien, la afirmación de un valor epistémico del sufrimiento lo que quiere decir es que la “invisibilia” forma parte de la realidad y que, por tanto, si no se la tiene en cuenta, el conocimiento, por muy envarado de ciencia que se presente, será incompleto.

            Para dar el salto de lo visible a lo invisible hay que estar entrenado en un arte que no es del orden conceptual sino de la representación. Esa capacidad, que es la propia del Bilderdenker, no se improvisa. Se ha conformado y transmitido fundamentalmente a través de la crítica literaria y de la crítica artística. Gracias a la investigación de José María González podemos reconstruir el itinerario que siguió Benjamin para resignificar la historia de los vencedores en historia de los vencidos con la particularidad de que no se trata de un mero cambio de perspectivas sino de conquista de un punto de vista realmente universal y potencialmente redentor. Es una aportación intelectual de gran alcance.

Reyes Mate (Contribución al libro, editado por F. Colom González, 2020, Ensayos sobre filosofía, literatura y sociología en homenaje a J. Mª. González García, Universidad de Deusto, Bilbao, 61-83, (ISBN 978-84-1325-119-69)

NOTAS

(1) Arendt, H., 2001, Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona, (traducción de Claudia Ferrari).

(2) Moses, S., 1992, L’Ange de l’Histoire, Seuil, Paris, 95-185.

(3) Taubes, J., 2007, Del culto a la cultura, Katz, Madrid, 359.

(4) Para un desarrollo de este punto, cfr. Mate, Reyes, 2018, El tiempo, tribunal de la historia, Trotta, Madrid

BIBLIOGRAFÍA

. Arendt, H., 2001, Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona, (traducción de Claudia Ferrari).

. Benjamin, W., 1972 ss, GesammelteSchriften, Suhrkamp, Frankfurt

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. Mate, R., 2006, Medianoche en la historia. Comentario a las tesis de Walter Benjamin Sobre el concepto de historia, Trotta, Madrid

. Mate, R., 2018, El tiempo, tribunal de la historia, Trotta, Madrid

. Moses, S., 1992, L’Ange de l’Histoire, Seuil, Paris, 95-185

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. Scholem, G., 1998, Las grandes tendencias de la mística judía, FCE, México

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