10/9/24

Apuntes de un inocente culpable sobre la justicia en los juzgados

             Sin justicia, dice San Agustín en La Ciudad de Dios, la sociedad sería un reino de piratas (magna latrocinia). Siglos después Francis Bacon recogería la misma idea en su premonitorio estudio Sobre la justicia universal, diciendo  “in societate civil aut lex aut vis valet”. Tenemos pues que la convivencia humana sólo es posible en una sociedad regida por la ley. Pero no cualquier norma es ley. Hay normas que tienen apariencia de ley pero son sólo fruto de la voluntad del más fuerte. Para ilustrarlo el obispo africano recuerda con cierta guasa aquella conversación de Alejandro Magno con un pirata de poca monta que ha capturado a orillas del mar. Tras reprocharle el desasosiego que provoca entre las buenas gentes con sus fechorías, el pirata respondió: “en el fondo tu y yo hacemos lo mismo. Sólo que a mí me tachan de ladrón por hacerlo con un pequeño navío, mientras que a ti te celebran como emperador por hacerlo con una gran escuadra”.

 1. Sin justicia, todo es violencia, pero para que haya justicia hace falta algo más que ausencia de violencia. San Agustín está planteando a su manera la relación entre derecho y justicia (en sentido moral). Y vistas así las cosas está claro que la respuesta del pirata tiene todo su sentido. Hoy, por ejemplo, una campaña como la de Alejandro Magno en Asia sería tratada de piratería (porque siempre ha sido una injusticia), mientras que la afición por lo ajeno del pirata, llevada a cabo en un tiempo previo al de la instauración de la propiedad privada, no tendría por qué ser considerada como un delito (porque todo sería común). Les leyes del derecho penal cambian, pero las injusticias, no.

             El derecho es una convención en el sentido de que una sociedad puede decidir calificar de delito unos determinados actos inmorales y no otros, que serían siendo malos pero no delitos. De esto hablaba Karl Jaspers en Alemania al acabar la guerra en su libro La cuestión de la culpa. Cuando se celebraba el Juicio de Nurenberg, mientras se substanciaban delitos de guerra cometidos por los grandes dirigentes nazis, el filósofo recordaba a sus compatriotas que eso sólo era una parte del problema. Si Alemania quería hacer justicia al pasado para poder empezar de nuevo, tenía que hacer frente a culpas morales y políticas que no eran delitos pero que pesaban como una losa sobre la conciencia alemana. Culpa moral era, por ejemplo, la indiferencia con la que la población aria vivió el genocidio de sus vecinos y compatriotas judíos, aunque no fuera un delito.

3/9/24

El Abrazo

             El Abrazo es el título de un cuadro del pintor Juan Genovés que figura en el Congreso de los Diputados en un lugar de honor porque representa bien el espíritu del consenso que presidió la transición. Ese consenso, por el que algunos suspiran hoy, suele asociarse a un tiempo bonacible y presto al entendimiento. Nada más lejos de la realidad. El Abrazo costó sangre y aquel consenso fue el resultado de un doloroso proceso crítico. No podemos pues hoy suspirar por la convivencia, ahorrándonos ese trabajo de revisión de las propias certezas. No se sale de la polarización reinante con un suspiro nostálgico sino con un talante autocrítico.

             Como quiera que lo que hace cuarenta años parecía evidente resulta hoy inconcebible, es de agradecer que una de esas voces del consenso de antaño se haga oír hogaño. Es una voz autorizada, a punto de extinguirse, que nos manda un mensaje en una botella para que nosotros, náufragos a la deriva, no perdamos el norte.