Pero no faltaron españoles que iban
con los ojos bien abiertos, como esa comunidad de dominicos que en 1510 salió
del Monasterio de Santo Tomás de Ávila, con Pedro de Córdova al frente. Eran
cuatro, entre ellos Antón Montesino, a los que pronto se sumaron otros
provenientes del Convento de San Esteban de Salamanca, hasta completar una
comunidad de quince frailes, el número autorizado por la Corona.
Historiadores, como Miguel Ángel
Medina o Pedro Tomé, han llamado la atención sobre un detalle singular: viajaban con libros, algo
excepcional porque los libros debían quedar en los conventos para uso de todos,
pero justificable en este caso porque había mucho que estudiar en el nuevo
destino. El saber de la época estaba muy circunscrito al Orbis Catholicus. Ahora, sin embargo, había que interpretar el
derecho, la antropología, la ciencia y la teología teniendo en cuenta a nuevos
actores que no eran de las razas conocidas, que
no habían oído hablar del evangelio y que se ubicaban allende los finisterrae ya cartografiados. Había que
ir con libros y cuando estos corrían peligro de naufragio, como ocurrió en
Campeche a la expedición de Las Casas con 46 dominicos de San Esteban en 1544,
los frailes ponían tanto empeño en salvar a los hombres como a los libros.
Durante todo un año observan en la
calle, estudian en los libros y rezan en sus oficios, llegando a la conclusión
de que había que hablar. Fieles a su lema -"contemplata aliis
tradere"- tenían que pasar de la meditación a la denuncia, del
conocimiento a la palabra. Encargan entonces a su mejor predicador, Montesino,
"que era aspérrimo en reprender vicios", que tome la palabra y diga
lo que todos piensan. Y así lo hace. Ante las autoridades del reino Montesino
denuncia la violencia de los conquistadores y plantea una pregunta de
consecuencias incalculables: "Estos ¿no son hombres?”
Hoy la pregunta -¿acaso no son
hombres como nosotros?- nos puede resultar ociosa o retórica, pero entonces no
lo era. El español venía de una sociedad fuertemente jerarquizada: arriba el
"cristiano viejo" y abajo esos seres inferiores que figuran en una
esquina de las Meninas (la
María Bárbola , el Nicolasillo Pertusato) y, en medio esos
despreciados "mudéjares" que comían carne de pollo y verduras,
hortalizas y frutas, cosas de poco alimento. Como dice Jiménez Lozano, los conquistadores
proyectaron sobre los indios la misma mirada que en España tenían sobre los
seres inferiores. El eclesiástico de formación aristotélica vio en ellos al
"esclavo", un ser privado del alma racional; el hidalgo los vio como
casta vil y despreciable; el señor, como bufones o sabandijas o siervos; el
soldado, como enemigos; los mercaderes, como mercancía.
Sólo estos frailes vieron en ellos
hombres como nosotros. Un escándalo y una novedad ya que dominaba la idea de
que los indios no eran personas. "Sólo un fraile dominico siente lo
contrario", decía un cronista que aún no se había enterado del carácter
coral de la voz de Montesino. Si este
incidente ha pasado a ser un acontecimiento ha sido gracias al testimonio de
Bartolomé de Las Casas. Hasta él, a la sazón un cura encomendero, llegó la
noticia de la pregunta, una pregunta que le transformó hasta el punto de que
toda su larga y azarosa vida no fue más que una interminable meditación sobre
su sentido.
2. Desde la ilustración asociamos "el proyecto hombre",
esto es, el ser humanos y no animales a tres preguntas: ¿qué debemos hacer?
¿qué podemos conocer? ¿qué nos cabe esperar? Preguntas sobre el ser moral,
sobre el alcance de la razón y sobre el sentido de la vida. Conquistaremos la
dignidad de ser humano si somos capaces de dar una respuesta razonable, desde
nosotros mismos, a esas preguntas.
La pregunta de Montesinos es de otro calibre. Es la
pregunta que la humanidad se la plantea en momentos de peligro, cuando la
amenaza no se refiere sólo al despliegue del proyecto humano, sino a su
posibilidad. Es una pregunta que viene de lejos y no ha cesado de resonar.
Resonó, por ejemplo, con fuerza el siglo pasado en los
campos de exterminio. Con esa misma pregunta Primo Levi da título al testimonio
de su experiencia en Auschwitz. El libro se llama "Si esto es un
hombre". Nos pregunta si esos deportados torturados, humillados y
expulsados por los nazis de la condición humana, no son acaso hombres. Pero también
se hizo antes. Nos la hizo el "servidor doliente" de Isaías, ese ser
cuyo rostro "tan desfigurado estaba que no parecía ser de hombre (52.13).
Ese también nos preguntaba si, pese a carecer "de hermosura que atraiga
las miradas", es un hombre digno de ese nombre. La Biblia avanza dos
respuestas: la del hombre que le condena porque tiene lo que se merece, como
dirían los amigos de Job, convencidos de que "nunca sufrió el
inocente", como si el sufrimiento fuera la consecuencia de la culpa; la de
Yahvé que ve en el sufrimiento del servidor humillado el resultado de su
vocación compasiva, concediendo al sufrimiento del otro humillado una indiscutible
y misteriosa autoridad moral.
Un filósofo francés, Jean Luc Nancy, emparenta estas
preguntas con el Ecce Homo de los
evangelios y habla de la ecceitas
como substancia de una ética a la altura de los tiempos. Pilatos pregunta a los que acusan a Jesús de sedición
si con esa pinta el predicador galileo puede ser un peligro. Pero más allá de
la intención de Pilatos, el Ecce Homo es
la figura histórica que no sólo pregunta por la humanidad del otro humillado,
sino también y al mismo tiempo por la nuestra, la de los que miran.
En la pregunta de Montesinos, de Isaías, de Levi o la de
Pilatos no sólo está en juego la humanidad del otro, sino la del que responde.
Están en juego las cadenas del otro, pero también las nuestras, hasta el punto
de que sólo liberando al otro, nosotros alcanzaremos la libertad. En esa pregunta
estaba en juego no sólo el destino de América sino también el sentido de
Occidente. Por eso es una pregunta epocal, porque inaugura la ética de la
alteridad.
3. Hay otro aspecto que quisiera
señalar. Le podríamos llamar el gesto
intelectual de Las Casas.
La pregunta de Montesinos tuvo cola
porque introdujo la duda sobre la legitimidad de la conquista y eso era
palabras mayores. La vemos rebrotar, cuarenta años después, en la Controversia de
Valladolid de 1550. Carlos V toma la sorprendente y osada decisión
-sorprendente y única en la historia de los pueblos- de someter a debate
público los títulos de la conquista. Los protagonistas son Ginés de Sepúlveda y
Bartolomé de Las Casas, dos primeras espadas: un moderno, Sepúlveda, que
defiende la conquista y un teólogo de formación medieval, pero al tanto de la Escuela de Salamanca, que
está en contra.
Uno y otro recurren a los saberes de
su tiempo -Aristóteles, Salamanca- para dilucidar si la autoridad papal es
competente en el asunto, si la potestas
del emperador alcanza tierras tan lejanas, si los indios son racionales, si son
sujetos de derechos, si hay seres humanos nacidos para obedecer y otros para
mandar...
En esa Controversia Bartolomé de Las
Casas se encuentra con un pie forzado: brilla con fuerza en el conocimiento de
los hechos y por sus sentimientos compasivos, pero los saberes de su tiempo no
siempre están de su lado.
Su contrincante, Ginés de Sepúlveda,
cuenta con notables cómplices académicos -empezando por Aristóteles, la
autoridad indiscutible- que no sólo distinguen entre seres inferiores y
superiores, sino que asocian la inferioridad natural con la inhumanidad. No les
cuesta considerar a los indígenas como seres inferiores que no poseen ninguna
ciencia, que no conocen la escritura, que practican el canibalismo y hasta los
sacrificios humanos. Este es un asunto mayor
porque era considerado, hasta por el propio Vitoria, como una especie
den crimen contra la humanidad(1) que obligaba a la Iglesia y también a los príncipes cristianos a
intervenir para salvar a los inocentes. Si los indígenas practicaban
sacrificios humanos, merecían ser herrados "con el hierro de nuestra
marca", como pedía el Cardenal García de Loaysa, es decir, podían ser
conquistados y sometidos violentamente a la Corona española.
Las Casas lo tiene difícil pues, por
un lado está el saber académico de la
época que antes él ha invocado y que ahora da la razón a su adversario; por
otro, su experiencia in situ que le
dice que la presencia de los españoles es un desastre. La situación del indio
ya es insostenible pero si se llega a legitimar ese estado de cosas, la
catástrofe está asegurada. Ese es el dilema en que se encuentra: o seguir la
ciencia y hacer daño; o defender al indio y olvidarse de la razón.
¿Qué hacer? Las Casas se enfrenta al
dilema con gesto intelectual de gran altura. Un "gesto intelectual"
es algo más que un argumento; es una toma de posición, desde el saber y desde
la experiencia, que compromete a uno totalmente. Las Casas lo tiene claro: lo primero es la experiencia de la injusticia y si los
saberes establecidos proponen interpretaciones de los hechos que en vez de
solucionar la injusticia la agravan, habrá que "mandar a Aristóteles a
paseo", es decir, habría que declarar irracional a la racionalidad
canónica(2). "Quien desee tener muchos súbditos", añade, "para
(siguiendo la doctrina de Aristóteles) comportarse con ellos como cruel
carnicero y oprimirlos con esclavitud y así enriquecerse, es un tirano... un
bandolero". No hay razón que valga. La verdad no puede ser injusta, al
contrario, tiene que hacernos libres.
Con su gesto Las Casas propone un giro epistémico de una
enorme actualidad. Si hubo un tiempo en el que podíamos pensar que la verdad
está más allá del tiempo y del espacio, hoy sabemos que no, que hay que tener
en cuenta el tiempo y el espacio. Y como "lo que hay de tiempo en la vida
es el sufrimiento" (Adorno), "dejar hablar al sufrimiento es la
condición de toda verdad". Esa es
la gran verdad de nuestro tiempo, una verdad que se anunció madrugadoramente en
los acontecimientos de hace cinco siglos que hoy conmemoramos en Madrid.
En una sociedad como la nuestra, que tanto echa de menos
la voz libre de los intelectuales, nos conmueve este grupo de frailes que
osaron enfrentarse al poder de un imperio en nombre de los sin-nombre. Es una razón
de orgullo para la Orden de Predicadores que tanto se implicó en la defensa de
la verdad pagando un duro precio por esa libertad de juicio. El asesinato de
Antón Montesino en Venezuela, a manos de sicarios de unos banqueros alemanes,
molestos con las denuncias del insobornable fraile, da fe de lo que quiero
decir. También para España es razón de orgullo. La conquista violenta de
América nubló el juicio de la mayoría de teólogos, filósofos, militares,
políticos y gente de a pie. Iban a lo suyo. Por eso reconcilia con la humanidad
del hombre la historia de quienes, como la comunidad de Pedro de Córdova,
supieron distinguir con tanta claridad el valor del precio.
Reyes
Mate (Intervención en Casa de América, 21
de diciembre 2011, fecha del Quinto Centenario del famoso sermón).
Notas:
(1)
Citado por G. Gutiérrez, (2003), En busca de los pobres de Jesucristo. El
pensamiento de Bartolomé de Las Casas, Cep, Perú, 249
(2)
"Quien desee tener muchos súbditos para (siguiendo la
doctrina de Aristóteles) comportarse con ellos como cruel carnicero y
oprimirlos con esclavitud y así enriquecerse, es un tirano, no un cristiano; un
hijo de Satanás, no un hijo de Dios; un bandolero, no un pastor; inspirado por
el espíritu diabólico, no por el espíritu celeste"; Las Casas, 1975, Apología, 134