El PSOE está roto por dentro y
desorientado hacia fuera. Lo que el debate de las primarias ha puesto en
evidencia es que la fractura interna se debe menos a cuestiones ideológicas que
al sangrado de hondas heridas. Ni sobre el modelo de partido ni sobre la unidad
de España las diferencias eran tales que no pudieran reconciliarse. Claro que
había diferencias pero ninguna de ellas explica el encono del enfrentamiento.
De mayor calado ideológico fue el debate en los primeros ochenta sobre el lugar
del marxismo en el nuevo socialismo y no se llegó a estos enconos.
Para entender esta carga emocional
habría que analizar el perfil del militante actual y, sobre todo, la
organización del Partido Socialista. Sobre un pequeño grupo de militantes recae
la posibilidad de mucho poder. Hay una desproporción descomunal entre los pocos
que mueven este partido y el poder que pueden ganar, aunque pierdan las
elecciones, porque como decía un cínico “de la oposición no nos echan”. Esa
perspectiva proporciona a la vida interna una virulencia extrema. Quedan lejos
los tiempos en los que el militante creía que el partido estaba al servicio de
la sociedad. Ahora lo importante es el partido, es decir, ellos. La mayor parte
de los jóvenes que llegan, al menos de los que despuntan, es para quedarse, por
eso ha aumentado exponencialmente el número de jóvenes que viven de la
política.
Para suturar las heridas serán
bienvenidos el tono moderado, las listas pactada y medidas afines, pero eso no
bastará mientras el poder político sea tan importante existencialmente para el
militante. Habría que tener un código del militante inspirado en el concepto
aristotélico del “político virtuoso”. Decía el filósofo de Estagira que el
político es virtuoso si ejerce el poder desde la madurez humana que él cifra en
haber demostrado en la vida civil haber sido excelente en lo suyo. La política
no puede ser la primera profesión ni tampoco la última. Luego habría que
convencerse que el Partido está en función de la sociedad, una orientación de
imposible cumplimiento si la cadena de mando de un partido se resuelve en las
Agrupaciones Locales, recintos aislados de la sociedad que no siempre promocionan
a los mejores candidatos ni a los mejores sentimientos.
Se ve así que la fractura no es
entre los de Pedro y los de Pablo sino entre lo que es el militante y lo que
debería ser. Lo que se ha roto es la relación del Partido Político con la
sociedad y la del afiliado con el socialismo. Sería un estropicio perder muchas
energías en el ajuste de cuentas cuando los problemas de fondo también afectan
al que gane.
Además de poner en orden la casa, el
socialismo tiene pendiente la faena de saber cuál es su sitio en la sociedad. Lo
ha tenido claro mientras existió el comunismo entra otras razones porque las
sociedades capitalistas, por miedo, estaban dispuestas a pagar las facturas por
una educación y sanidad universales, por las pensiones o por la igualdad de
oportunidades. Esas políticas le diferenciaban de la derecha y le hacían
atractivo. Tras la caída del muro de Berlín nos mandan el recado de que el
estado de bienestar es caro y dificulta la competitividad en un mundo
globalizado. Hay que repensar el socialismo porque las desigualdades en lugar
de disminuir crecen, al igual que la pobreza y la angustia por el futuro. La
socialdemocracia tiene su espacio. Lo que pasa es que se es consciente de los
problemas pero no se conocen las soluciones. Eso lo deben saber los nuevos
dirigentes. No pueden presentarse con la arrogancia de quien ya sabe lo que hay
que hacer sino con la modestia del que busca y convoca todas las energías
posibles en esa dirección. Esa búsqueda, de la que depende el futuro del
socialismo, ni es local ni es para hoy. Debe ser europea y para mañana. Europa
y el futuro son el marco en el que hay que abordar nuestros problema más
urgentes, tales como la cuestión territorial y la política de alianzas.
Reconocer, por ejemplo, que en Cataluña hay un problema no puede llevar a hacer
el juego al nacionalismo que es un movimiento reaccionario. Lo es desde sus
orígenes románticos, en el siglo XIX, y lo demuestran los papeles que van
apareciendo sobre lo que se proponen: que si negación de la división de
poderes, asalto a la libertad de opinión, primar los derechos comunitarios
sobre los del hombre y del ciudadano…No son excesos de última hora sino
expresión de lo que realmente es. Entre no hacer nada y precipitarse en el
vacío hay caminos intermedios que deben ser recorridos. Otro tanto con las
políticas de alianzas. Si Podemos ha prosperado tanto en tan poco tiempo es
porque ha descubierto flancos que un viejo Partido como el PSOE no había sabido
interpretar. Ahí hay mucho que aprender sin que eso lleve a demonizar al
Partido Popular. Aunque no guste, si es el Partido más votado, está más que
legitimados para gobernar. Tiene que llegar un momento en que consignas como
“no-es-no” pasen al baúl de los eslóganes publicitarios, que son siempre medias
verdades, y se planteen estrategias sobre verdades enteras.
¿Podrá el PSOE de Pedro Sánchez
afrontar tantos retos? Lo podrá si los suyos llegan al convencimiento de que
ellos, como los otros, son parte de la solución y parte del problema.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 3 de
junio 2017)