Aquel día, 13 de julio de 1997,
empezamos a entender algo que nos negábamos a reconocer, a saber, que matar a
alguien por una idea no era defender un ideal político sino cometer un crimen.
Muchos tibios dentro y fuera del País Vasco comenzaron a tomar posición contra
el crimen; y a los círculos concéntricos que habían sostenido la violencia
terrorista (iglesia vasca, intelectuales o artistas) les entró la duda de si
aquello iba a alguna parte. Hoy veinte años después del asesinato de Miguel Ángel
Blanco apenas si hay quien justifique el terrorismo.
Hay prisa por pasar página. Lo
desean quienes otrora formaron parte del frente violento y también los que, sin
mancharse las manos, hicieron caja. Es verdad que nadie lo expresa de esta
manera. Todos ellos hablan de memoria de las víctimas, de todas las víctimas,
porque hubo torpezas por doquier y, por tanto, todo el mundo tiene algo de lo
que arrepentirse. Este es el trasfondo de la pluralidad de relatos, una liebre
propulsada desde los aledaños del poder vasco y que recorre buena parte del
territorio. Si lo que se quiere decir es que, además de las de ETA, hubo
víctimas del GAL y que se torturó en Intxaurrondo, hay que decir que es verdad.
Pero si lo que se pretende, como parece, con esa invocación es algún tipo de
exculpación o de inculpación generalizada, no sería de recibo.
A veinte años de distancia del
asesinato de Miguel Ángel Blanco, la batalla incruenta que estamos librando es
hermenéutica. Los violentos siempre han tenido un cuidado
especial en privar al crimen de significación moral sea borrándole de la
conciencia, sea presentándole como inevitable o justificable habida cuenta de
las circunstancias. Por
eso el mejor homenaje a las víctimas del terrorismo en este comento consiste en
clarificar el mantra de la pluralidad de relatos. ¿Puede existir algo así?
Podemos hablar de pluralidad de relatos si por
ello entendemos la vivencia subjetiva de los acontecimientos. Cada cual vive a
su manera acontecimientos importantes sobre todo si son traumáticos. Pluralidad
también comprensible entre historiadores si por ello entendemos enfoques
diferenciaos de un proceso tan largo y complejo: uno puede analizar el
terrorismo, por ejemplo, desde el punto de vista de las ideologías y otro
poniendo el foco en los extorsionados. Son enfoques distintos pero no
incompatibles si están hechos con profesionalidad. Pero donde no puede haber
pluralidad es en la valoración moral del pasado violento. Matar por razones políticas
sólo puede ser un crimen. Nada hay que justifique al terrorismo y nada que
exculpe a quienes lo han practicado. Pretender rebajar la gravedad de un crimen
convocando otro, de signo contrario, es una impostura porque en vez de poner el
acento en la culpa, busca la exculpación. Desde el punto de vista moral el
único relato admisible es el que contemple lo sucedido con la mirada de las
víctimas. Y la víctima lo que nos pide desde su infinita fragilidad es que nos
hagamos cargo de ella y que protejamos la vida. El resto es cálculo.
Reyes
Mate (El
Periódico, 9 de julio 2017)