El ayuntamiento de Sabadell llegó a
plantearse retirar el nombre de Antonio Machado a la plaza que lleva su nombre,
por “españolista”. Aunque la propuesta no se llevó a efecto por la alarma
social que provocó, su solo planteamiento revela una catástrofe moral que
desborda el hecho político.
Machado no es un cualquiera. No lo
era para un catalán insigne, Joaquín Xirau, decano de filosofía en la
Universidad de Barcelona en febrero de 1936 y ex director del “Consell
d’Ensenyament” de la Generalitat de Companys. El fue quien sacó a Machado y su
madre de Barcelona en vísperas de la entrada de las tropas franquista, quien le
acompañó durante tres días de huída, quien le sostuvo en los 600 últimos metros
que tuvieron que hacer a pie hasta la frontera de Cervera, quien le libró de
ingresar en un campo de concentración porque iba sin pasaporte ni dinero, y
quien le dejó 300 francos que le había dado José Giral para comer y pagarse una
pensión. Al conocer su muerte, acontecida dos días después, escribió una carta
al Presidente en el exilio, Manuel Azaña, encareciéndole que “salvara en estos
momentos angustiosos a la minoría selecta y representativa de nuestra
espiritualidad que ha permanecido fiel y que ahora, fuera de la patria, se
encuentra sola y desvalida”.
Es una carta memorable porque en ese
momento de tanta necesidad el socialista Joaquín Xirau prima el salvamento de
la minoría que representa “nuestra espiritualidad”. El, como Albert Camus, no
es creyente pero les une un sentido de
lo sagrado que les lleva a poner el acento en los valores morales que sustentan
la vida cotidiana y la vida política. Ese
fino sentido espiritual es lo que le permite destacar en Machado “su
patriotismo silencioso, pero auténtico, que lo vinculaba a los sufrimientos de
su pueblo”. Esa mirada compasiva era la que había inspirado toda su poesía.
Cuenta Xirau que durante el trayecto, un Machado exhausto se sentaba al borde
del camino para echar la mirada en su
entorno. Lo mejor de su poesía había surgido de la comunión con los campos andaluces y castellanos. Y ahora, señala
Xirau, “anhelaba con añoranza vivir el campo de Cataluña para decir en palabras
su ritmo y su armonía”. Benjamin hablaba de la tristeza de la naturaleza a la
espera de que el poeta les prestara la palabra. No pudo ser en el caso de los
campos catalanes porque la muerte le esperaba a unas leguas de distancia, pero
ese gesto patriótico de Machado es lo que Xirau quería salvar a toda costa. Lo
que el poeta andaluz representaba era la mirada moral.
Que esto no cuente al hablar ahora
de patriotismo es preocupante porque esa compasión es universal y trasciende
todos los nacionalismos. Se entiende ahora mejor que entonces por qué era
prioritario salvar a “esta minoría representante de nuestra espiritualidad”.
Está constantemente amenazado como bien prueban los ediles de Sabadell. Como la
alternativa a lo que significa Machado es el abismo, bien haríamos en
multiplicar su nombre y encomendarnos a su espíritu.
Reyes
Mate (El Periódico de Catalunya, 19
de septiembre 2017)