La declaración del alcalde de León,
pidiendo "una mesa de diálogo" para negociar la secesión leonesa, ha
encontrado eco inmediato en los socialistas berzianos que piden el
reconocimiento del Bierzo como una provincia más. Con la misma lógica, ¿cómo no
recordar al barrio rico de Milán cuando pidió a la Liga Norte, partidaria de la
secesión de la Italia del Norte (Padania) que, puestos a ejercer el
soberanismo, ellos también querían escindirse de Padania, porque no querían que
sus impuestos salieran del barrio?
Ante este tipo de declaraciones
podemos tomarlas como ocurrencias de políticos en busca de prestigio a bajo
coste o como síntomas de un modo preocupante y generalizado de entender la
política.
Veamos.
Alegan los críticos con la situación
actual que la autonomía actual es un producto artificial. Y en eso tienen razón
porque la política es un arte o artificio que consiste en tomar decisiones difíciles
en circunstancias complejas que bien pudieran haber sido otras. Segovia, por
ejemplo, estuvo a punto de convertirse en autonomía. En lo que, sin embargo, no
tienen razón es oponer a la fundamentación débil de la política una alternativa
"natural" que estaría basada en razones mucho más sólidas. Es en la
creencia de que la alternativa a lo artificial es lo natural donde está el
problema.
Todos los nacionalismos ponen a la
naturaleza de su parte empezando por la etimología. Nación viene de nacimiento.
Los nacionales son los nacidos en un lugar determinado. Los dos pilares del
nacionalismo son la sangre y la tierra. Pero como ese tipo de nacionalismo
racista ya no se lleva, se le añaden otros dos ingredientes culturales-la
religión y la lengua- tomados de la historia, para conformar un nacionalismo ya
no racista sino etnicista. Sangre, tierra, religión y lengua son los elementos
naturales que invocan los nacionalismos.
El mensaje que se mandaba desde las
teorías románticas que en el siglo XIX impulsaban los nacionalismos es que los
colectivos que tengan esos ingredientes naturales tienen derecho a decidir cómo
quieren organizarse políticamente. Renan, autor del vademecum del nacionalismo titulado La Nation, decía que la nación estaba compuesta de gente que
tenía, por un lado, un pasado común y, por otro, la voluntad de vivir juntos.
Los nacionalistas traducen pasado común por historia de un pueblo cuyos
individuos están unidos por la sangre y la tierra. Y traducen voluntad de vivir
juntos por derecho de autodeterminación. Con este manual político funcionaron
en su momento los secesionistas italianos y ahora los catalanes y, al parecer,
es el mismo libreto del alcalde de León.
El problema de este libreto es que
en él no hay nada natural. Todas las sangres son mezcladas y venimos de
distintos lugares. No hay religión ni lengua propia porque son dadas o
impuestas y sería una insensatez considerarlas propias. Hablamos castellano,
por ejemplo, porque en algún momento de nuestra historia se acalló el árabe
podría haber sido nuestra lengua natural. Lo que se nos vende como productos
naturales son más bien históricos
La política es un arte y como tal
una invitación a buscar soluciones creativas a los problemas contemporáneos.
Los nacionalismos son discursos peligrosos porque distraen y venden como
solución natural lo que son estrategias de los colectivos más poderosos de cada
lugar que ven en él un negocio. Invertir en esa dirección es ir a
contracorriente de la historia. El futuro es transnacional. No levantar
fronteras internas o externas, sino
derribarlas. Cualquier candidato a político debería ser un experto en historia
europea para que comprenda en qué dirección va la historia.
Eso no significa desatender la
parcela de mundo que nos ha tocado vivir y cuidar. Cada costumbre local es un
patrimonio de la humanidad y no algo nuestro. Curioso que el término
"nosotros" signifique no-otros. Hemos llevado al lenguaje cotidiano
la semilla del diablo hasta el punto de que no sabemos hablar de lo que nos une
más que separando. No hay por qué avanzar en esa dirección.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 4 de enero 2020)