El Ciervo me propone abrir las
puertas de mi biblioteca para recorrerla con los lectores. Es un mal momento
porque las bibliotecas son cuerpos vivos que nacen, se forman y mueren sea
porque se desintegran o porque mutan en células de otros cuerpos vivos. La mía
se encuentra en cajas a punto de viajar. Lo que puedo contar es lo que hay en
esas cajas. Hay muchos libros, miles, de libros leídos y otros, no, que sé que
no leeré. Representan las etapas por las que he pasado y que espero haberme
incorporado. No me pueden acompañar porque se muere solo pero son libros llenos
de vida que pueden animar a otros como lo han hecho conmigo, por eso estoy
preocupado en buscarles un hábitat en donde sobrevivan.
Lo ideal sería algo así
como lo que vi en la biblioteca de la Universidad Hebrea de Jerusalem con los
libros de Gershom Scholem. Les había donado toda su biblioteca y en lugar de
dispersar sus libros los recogieron en unas salas con el mismo orden que
tuvieron con él. Si tu buscabas, por ejemplo, Franz Rosenweig o Walter Benjamin
no sólo tenías sus obras sino las que él relacionaba con los susodichos
autores: las que él estimaba que eran sus fuentes y las que trataban sobre su
pensamiento. Al margen de muchas páginas estaban sus comentarios: “este no
tiene idea”, decía de un famoso filósofo o “insuficiente comprensión” o
“exacto”, decía de otros. Toda una guía. Pero ni soy Scholem ni mi biblioteca
es comparable aunque la mía, como la de la mayoría, tiene en su desorden, un
orden que no es, en mi caso, el alfabético sino esas etapas por las que uno ha
pasado. La literatura existencialista de origen francés, con Sartre y Camus a
la cabeza; la marxista, en sus diferentes tradiciones, que quedaron recogidas
en las dos obras que escribí con Hugo Assmann sobre “Marxismo y religión”; los
libros que me acompañaron durante mi tesis doctoral en Alemania sobre “El
Ateísmo, problema político”; un buen seguimiento de la teología política
europea y de la teología de la liberación latinoamericana; el empacho
habermasiano. Y un seguimiento regular de la historia de la filosofía antigua y
moderna, sin olvidar una querencia constante por Aristóteles y Santo Tomás.
Todo eso está ya en cajas esperando un destino. Por ahí he pasado y ese pasado
ha pasado por mí. Lo llevo pues puesto con lo que el desprendimiento no es
abandono sino una reducción a lo esencial.
Porque no me desprendo de todo. Me
quedo con lo que en este momento pienso me ha de acompañar hasta el final
(estando abierto por supuesto a todo lo nuevo que me advenga). En primer lugar,
con las obras de J.B. Metz, mi maestro, sobre teología política. Cada vez estoy
más convencido que ese tipo de teología tiene las claves de la racionalidad. Me
quedo igualmente con un muestrario
generoso de “filosofía después de Auschwitz”. Si hay que repensar todo a la luz
de la barbarie, me quedo con los pocos autores que se lo han tomado en serio
(Benjamin, Adorno, Levinas, Derrida, Horkheimer, Arendt, Agamben) y, por
supuesto, los testigos imprescindibles (Levi, Antelme, Hillesum, Semprún,
Kertesz). He dejado unos estantes con otro de los temas que más me ocupan, a
saber, lo que he dado en llamar “pensar en español”. Quien piense en esta
lengua no puede olvidar, por un lado, que alberga experiencias de vencedores y
vencidos y, por otro, que la hablamos porque ha silenciado a otras. Me interesa
escuchar esas voces, por eso valoro la compañía de Las Casas, Gustavo
Gutiérrez, León Portilla, El Quijote, García Márquez. En este capítulo hay un
lugar especial para el teatro que he ido descubriendo de la mano de Juan
Mayorga. En su teatro -y en el de otros como los clásicos o en Passolini- hay
un coro de voces que hacen presente ese doble trasfondo del pensar. Y viejos
libros para releer. A los libros como a las ciudades hay que volver. De algunos
hablo a continuación.
1. La Fe en la Historia y en la Sociedad de
J.B. Metz (en Cristiandad). Una visión de la historia y de la racionalidad
desde la perspectiva de una teología política singular. Gracias a una potente
teoría de la razón anamnética el autor va abriendo espacios a la reflexión
filosófica sobre lo que significa la vida y la muerte. Frente al abuso
schmittiano de una teología política que instrumentalizaba la religión al
servicio de la política (y ¡qué política!), Metz nos ofrece el impagable
servicio de descubrir las fuentes ocultas de la racionalidad que tienen clave
teológica. Bajo un aparente desorden formal, Metz va labrando visiones
inolvidables sobre el tiempo, la historia, la libertad, el relato o la
emancipación. Decir que, como suele hacerse, que la razón moderna es un
cristianismo secularizado, no significa que esa secularización del cristianismo
agote las posibilidades semánticas de la religión. Se lo dice a Weber, pero
también a Habermas.
2.
La visión de los vencidos (en la UNAM
de México) es un libro muy modesto de León Portilla que recoge relatos y cantos
de los conquistados por los españoles en el viaje de Colón a las Indias. Pero
es también algo más, a saber, un modelo de mirada, la del vencido, esa mirada
que, según Adorno, es la propia de la víctima en el momento de su sacrificio.
Es un libro con el que tropecé en el Museo de Antropología de México y que me
cambió la vida porque me hizo tomar
conciencia de la mirada del otro. Tengo bien señalada la pág. 109 donde los indígenas
nos dicen que "donde llegaban los españoles, todo quedaba desolado"
(ib., 109). Ese libro debería estar en todas las escuelas españolas. No hay
mejor vacuna contra el patrioterismo.
3.
El Manifiesto Comunista de Karl Marx.
Mi primer ejemplar está en francés adquirido en 1960. Hay en ese escrito un
impulso profético en favor del ser humano por el que siempre me he interesado.
Nunca me interesó el marxismo ortodoxo ni tampoco comparto el desinterés actual
por esa cultura filosófico-política. Hay textos de Marx como el capítulo XXV
del primer libro de Das Kapital o sus
textos críticos sobre la religión que siempre tengo a mano. Me gusta más el
joven Marx que el otro no porque prime la filosofía sobre la economía sino
porque ese primer Marx, tan devoto del dios Prometeo, asume como tarea del ser
humano la búsqueda de una respuesta que le salve. Luego se hará prudente y sólo
se interesará por lo que le oprime o explota, es decir, por su condición de
trabajador. Pero antes era el desafío del hombre lo que le convocaba.
4.
La Leyenda del Gran Inquisidor, un capítulo de Los Hermanos Karamazov de Dostoievski. No creo que haya en la
literatura mundial algo tan sobrecogedor como ese diálogo entre el viejo
Inquisidor de Sevilla y Él. El viejo Inquisidor tiene un secreto: sabe que la
libertad hace infeliz por eso se ha empeñado en canjear la libertad humana por
pan y seguridad. Cuando aparece Él un viernes santo para aguarle la fiesta de
un auto de fe, decide apresarle. El monólogo del viejo eclesiástico es un resumen
de la historia de la humanidad. Trata al ser humano como si fuera un niño,
engañándole a sabiendas con promesas
falsas pero porque sabe que la libertad del ser adulto es insoportable. La
libertad es transgresora y la transgresión acarrea sufrimiento y muerte. Pan
por libertad. Esa es la clave de su éxito. Y por eso no pude tolerar que vuelva
el Nazareno para desdecirle recordando que Él vino ofreciendo libertad. El
Inquisidor ama al hombre, como Jesús, pero, a diferencia de Él, sabe cómo
hacerle feliz. Desde mi juventud me han acompañado los dos momentos finales de
este singular diálogo puesto que sólo habla uno: “mañana arderás en la
hoguera”, y, el beso del prisionero. Lo cruel que puede ser la compasión y la
infinita ternura de quien ha sido traicionado.
5.
La Tesis sobre el concepto de Historia
de Walter Benjamin (en Trotta). Considero a estos veinte fragmentos, que caben
en quince folios, uno de los grandes momentos de la filosofía del siglo XX. Son
crípticos y por eso inagotables. Son la piedra angular de un nuevo pensamiento.
Esta refundación del pensamiento ilustrado queda provocadoramente esbozada en
la primera de las Tesis donde su autor replantea la relación entre razón y
religión. Esta nueva ilustración arranca, como la clásica, de una confrontación
entre razón y religión, pero si aquélla lo resolvía despidiendo a la religión,
Benjamin plantea una provocadora alianza entre el muñeco mecánico (que
representa al “materialismo histórico”) y el enano feo y jorobado (que
representa a "la teología"). La provocación no fue entendida en su
tiempo (ni al marxista Brecht ni al místico Scholem les hizo la menor gracia la propuesta
benjaminiana), ni hoy. Los comentaristas y lectores de las muy citadas Tesis pasan como por sobre ascuas sobre
la primera de las Tesis. Sin ella,
sin embargo, no se entiende nada: ni la crítica al progreso, ni la rebeldía
contra la tiranía del tiempo continúo, ni el rechazo a la pretensión cientista
de la historia, ni el envite mesiánico que estructura su concepto de racionalidad.
6.
El Mudejarillo, de Jiménez Lozano (en
Anthropos). Este escrito está en representación de otros muchos que he leído
del escritor español que más me ha interesado. Su escritura es fontanal como si
de una forma natural manara de experiencias que piden ser expresadas. Habla de
Fray Juan o de Fray Luis o Teresa como si hubiera estado en compañía y quisiera
contarnos. No hay artificio ni afán de novedad sino impulso vital. Ese trabajo
de sensibilización que logra a través de la creación literaria se completa en
él con una contagiosa curiosidad intelectual que me ha alimentado
constantemente. Gracias a él visité La
Realidad histórica de España, de Américo Castro, y los recovecos
castellanos de moriscos y conversos o la España que puedo ser. De sus ensayos
conservo uno, ensombrecido de tanto hojearlo, Los cementerios civiles y la
heterodoxia española, que tiene la rara virtud de brindarnos notas a pie de
página que es cada una un tratado. Es uno de esos autores que garantiza un
disfrute intelectual indiscutible para quien aún no le haya descubierto.
7.
Etty Hillesum, El corazón pensante de los
barracones (en Anthropos). Las cartas y el diario de esta joven judía,
gaseada en Auschwitz, son la prueba del recorrido teórico y práctico del
sufrimiento. Carente del bagaje cultural correspondiente, esta mujer, siguiendo
el rastro de la com-pasión, conquistó cimas místicas sorprendentes. Si queremos
interrumpir un tipo de pensar que ha llevado a la catástrofe, las palabras de
Hillesum son una buena introducción para un modo de pensar alternativo.
Reyes
Mate (El Ciervo, nr. 778, diciembre
2019, 38-39)