10/4/20

En qué estábamos pensando


            “Las pestes y las guerras nos pillan siempre de improviso. ¿Cómo vamos a considerar reales esas plagas que borran el futuro, nos encierran y obligan a hablar a solas?” Esto dice uno de los personajes de La Peste, la novela de 1946 que encumbró a Camus y le llevó al Premio Nobel de Literatura.

            Pandemia o peste, eso nunca está en la agenda de los políticos que trabajan siempre con lo previsible. Pero se cuelan en la vida real y nos desorientan hasta el punto de que, para recuperar el norte, hay que recurrir a los artistas que, como decía Kafka, “dan la hora por adelantado”, es decir, son capaces con su genio de anticipar lo que todavía no existe.

            Lo que ocurre en Orán, la ciudad apestada  en la que se desarrolla la novela de Camus, es muy parecido a lo que vamos conociendo en España. Se bloquea la ciudad para que nadie salga, se aísla a los infectados, se les entierra anónimamente. Y a esperar a que escampe porque al bacilo criminal no se le vence sino que se va cuando se vacía.

            Lo que interesa es conocer cómo se vive dentro. El cronista recurre a un término desconcertante: exilio. Dice que viven un exilio. Sorprende que al encerramiento le llame exilio, una palabra que evoca la errancia, pero que nada tiene que ver con lo que más parece un campo de concentración. Si Camus insiste en la metáfora es porque describe bien la vida de los apestados. Y es que la cuarentena provoca, en primer lugar, aislamiento. Uno es separado de los suyos y privado de las terminales reales que le conectan con el mundo. Si el hombre tiene patas y no raíces, privarle del ir a pie, dejarle plantado, es como expulsarle de su medio. Pero hay algo más. El confinado, como el exiliado, tienen que renunciar a su biografía. Mirar hacia atrás no les sirve de nada porque hay un abismo entre el pasado y el presente. De ese pasado irrecuperable no les viene fuerza alguna sino tan solo el dolor de la nostalgia. También renuncian a imaginar el futuro porque eso supone especular sobre la duración de la peste y, por tanto, más dolor. En ese sentido la peste es un exilio: nos expulsa del paraíso y nos abandona al momento presente.

            Los personajes están solos pero no resignados. Esta soledad es, en efecto, altamente productiva. Sin rutinas en que escudarse, los personajes de la obra están abocados a la reflexión. Albert Camus, devoto lector de Dostoievski, toma de él la idea de que la cuarentena es un tiempo excepcional. Lo que el maestro ruso hizo en La Leyenda del Gran Inquisidor, desgranando las grandes preguntas que le hizo el espíritu del mundo a Jesús en aquella cuarentena por el desierto, lo hace Camus en La Peste. Alguna de esas reflexiones son de innegable actualidad.

            Las hay de gran calado teórico pues afectan al sentido de la política. No perdamos de vista que La Peste, escrita en el contexto de la II Guerra Mundial, quería ser una metáfora de aquella sociedad que sucumbió al fascismo. El fascismo, como la peste, triunfó porque se encontró con una sociedad predispuesta. La complicidad se expresaba en indiferencia ante la suerte de los demás, en frivolidad de las élites que iban a lo suyo, en  coqueteo con la violencia por parte de las derechas y las izquierdas. En una sociedad así, sin defensas culturales y morales a las que acogerse, el éxito del virus fascista estaba cantado. ¿Cómo hacer frente a la peste, a la guerra, con una generación que rechazaba los valores recibidos y no tenía otros?

            La novela trata de contrarrestar esa irresponsabilidad con una pregunta que la recorre del principio a fin: ¿cómo justificar el sufrimiento de un solo apestado? Camus estaba convencido de que si se justifica un solo caso, aunque sea en provecho de la mayoría, la puerta queda abierta para propuestas políticas que sólo piensan en el beneficio de unos sin tener en cuenta la desgracia de otros. Camus elevaba el sufrimiento a categoría política y no sólo moral.

            La peste no sólo plantea preguntas que afectan al sentido de la política. También hay una secuencia imparable de apestados que obliga a una respuesta inmediata. ¿Qué hacer con los enfermos? ¿arreglar cuentas ideológicas? ¿pasar facturas políticas? El Dr. Rieux, auténtico protagonista de la obra, tan cercano en sus ideas a las del autor, lo tiene claro. “La única manera de luchar contra la peste es, aunque esto haga reír a algunos, la honestidad”. Y preguntado qué pueda significar ser honesto, responde el médico que “en mi caso, hacer bien mi trabajo”. Lo que hay que hacer es curar. Y lo dice alguien que sabe que la batalla está perdida y que el mundo al que quieren devolver a los enfermos es un absurdo porque al final la muerte se impone. No está en manos de nadie garantizar la felicidad pero sí aliviar el sufrimiento. Y esa es la prioridad práctica.

            No parece que esas lecciones estén de más en nuestro caso. En poco tiempo hemos descubierto que lo importante es la vida. Y sólo podemos estar a favor de la vida si garantizamos la de todos al tiempo. De poco sirve a los ricos procurarse un bienestar selectivo si no pueden impedir que el virus ande suelto. A la luz de lo que estamos viviendo quedan en evidencia las políticas cicateras de recortes o privatización de la sanidad. Tiene algo de justicia poética que Esperanza Aguirre, azote de la sanidad pública, haya recalado en un hospital público para curarse del covid-19.

            Otra evidencia indiscutible es que es socialmente más importante una enfermera que Messi o Ronaldo. Algo hacemos mal cuando se premia tan colosalmente en dinero y en prestigio a un mozo en pantalón corto cuyo mérito es dar patadas a una pelota, mientras relegamos al rincón de la insignificancia a la enfermera o al maestro. Si eso se justifica económicamente, es que estamos ante un sistema económico irracional; y si la justificación es social, es que la sociedad está enferma.

            Se oye decir que en estos breves días de confinamiento “hemos aprendido mucho”. Pero para que cale hay que desaprender otro tanto. Sería una pena que las lecciones que nos va a brindar esta dura experiencia quedaran anuladas por los prejuicios anteriores. Hay que preguntarse qué política es esa que olvida que lo fundamental es la vida. Debemos estar ciegos para postrarnos ante una escala de valores que entroniza a ídolos de cartón piedra mientras ignoramos a esos “honestos profesionales” de los que hablaba el Dr. Rieux que nos curan o nos educan. Estamos ante una novedad histórica que obliga a enderezar el rumbo. Para poder captar el mensaje que nos mandan los que están muriendo y luchando, hay que empezar por cuestionar nuestras certezas y estar dispuestos a aprender.

Reyes Mate (El Norte de Castilla, 29 de marzo 2020)