27/4/20

Del antisemitismo a la extrema derecha


            El antisemitismo está en alza. Nueve de cada diez judíos europeos se sienten amenazados. Y ese sentimiento se corresponde con hechos antisemitas de los que la prensa da puntual información: si un día la noticia llega de Burdeos donde han profanado un cementerio hebreo, el otro lo es de un asesinato a las puertas de una sinagoga en Alemania. Crecen exponencialmente el discurso y los actos antisemitas.

            Hay que reconocer enseguida que el antisemitismo se multiplica a menor ritmo que la xenofobia contra musulmanes o emigrantes. Si los atentados antijudíos han aumentado en un año un 20%, los de la extrema derecha, en Europa y Norteamérica, un 32%.

            Ahora bien, si en Europa nos alarma tanto el antisemitismo es porque llueve sobre mojado. El odio al extranjero reviste normalmente la forma de desprecio o marginación. El odio al judío, sin embargo, la de exterminio. Esa memoria enciende las alarmas cuando oímos, por ejemplo, que el gobierno alemán aconseja a los judíos que disimulen su atuendo porque están en peligro.


            Y algo más. Antisemitismo, extrema derecha e islamofobia, son distintas versiones del odio al otro, pero relacionadas entre sí. Por eso los grandes partidos políticos alemanes se prohíben cualquier acuerdo con los extremistas. Puede que en España, donde el compadreo con uno de esos partidos se ha normalizado, este gesto resulte excesivo, pero en Alemania no, porque no olvidan que si Hitler llegó tan lejos fue porque nadie se creyó al principio que lo que decía sobre los arios y los judíos iba en serio. Ahora están más atentos a sus voces que a sus votos. Lo contrario de lo que pasa  en Andalucía o en Madrid.

            Que la xenofobia tomara forma de exterminio físico es algo que Europa no ha olvidado. Por eso, para saber cómo combatir la xenofobia de la extrema derecha, hay que remitirse a las lecciones que hemos aprendido del antisemitismo.

            La primera nos la tenemos que aplicar los españoles. También aquí hay rebrotes antijudíos. Hace unos días, en Gerona, los hinchas de un club de fútbol han revestido con la camiseta del odiado rival a una efigie que representa a Anna Frank. ¡Una niña, asesinada por ser judía, convertida por los hinchas locales en objeto de mofa¡ Pero lo que caracteriza al antisemitismo español es haberlo sido durante 500 años sin judíos. Resulta extraño pero explicable. Los judíos fueron expulsados en el año 1492. Esa expulsión marcó a los que se fueron y a los que se quedaron. Para los judíos, Sepharad era como  un nuevo Israel. Ese año, además, había sido anticipado como el de la redención, pero llegó la catástrofe, sólo superada en su imaginario por lo que sería luego Auschwitz. Mucho se han estudiado las consecuencias que tuvo para el judaísmo esta dolorosa expulsión (el marranismo o la Cábala, entre otros), pero menos lo que significó para España, más allá de un grave empobrecimiento económico y cultural. Esa ausencia nos ha marcado de por vida. Hemos conformado, en efecto, un modelo de patria al precio de expulsar a una parte de nosotros que alguien, los que mandaban, decidieron que eran extranjeros. Decretamos entonces que españoles eran los cristianos y no los judíos o musulmanes, que tenían los mismos títulos para serlo. Esa forma de identidad colectiva, excluyente, es como una maldición que nos ha perseguido hasta hoy (por eso los catalanes independentistas son tan castizos españoles al tomarse por el todo cuando no son ni la mitad). Ahí se forja la leyenda de las dos Españas. Podemos decir que en España hay un antisemitismo que se reactiva cada vez que alguien invoca lo español. Ese tal apela a todos los tópicos nacionales que entonces sirvieron para negar la nacionalidad de los diferentes y hoy también. El antisemita odia al español que no es como él.

            La segunda lección, ésta europea, del antisemitismo es que hay que distinguir entre los afectos cainitas del antisemita y la estructura social que causa el antisemitismo. Tras la mano que aprieta el gatillo o enciende la mecha hay una estructura social que genera mucha frustración y rabia. Lo que han puesto en claro los estudios sobre el antisemitismo que llevó en el siglo pasado al genocidio judío es que éste no es hijo del eclipse de la razón moderna sino un despliegue de la misma. La modernidad se presentó como una promesa de felicidad, como un paraíso en la tierra. Por fin todos iguales y libres. Claro que había que pagar un peaje. Para ser iguales había que renunciar a tener algo propio. El trabajador, por ejemplo, podría recibir un dinero por su trabajo pero tenía que renunciar a considerar lo que producía como algo propio. También tenía que entender que en la fábrica no puede haber relaciones personales con el patrón. Sólo cuentan los números. La famosa igualdad lo que conseguía a fin de cuentas era convertir a las personas en individuos-masa, en números intercambiables. Y como las promesas de felicidad no se cumplían porque el trabajo era duro y la recompensa escasa, apareció la frustración. Había que descargar la ira contra un chivo expiatorio. El más a mano era el comerciante que vendía el pan o las salchichas. En vez de rebelarse contra quien le pagaba un mísero salario, descargó su ira contra quien le vendía el pan que era un judío.

            Esta relación entre estructura social frustrante y chivo expiatorio la volvemos a encontrar hoy en los seguidores de la extrema derecha. Pone sus ojos en clases populares o medias venidas a menos por la crisis que ven cómo el Estado los desatiende mientras se interesa por los emigrantes. En vez de luchar contra las causas materiales del malestar, esos partidos extremistas apelarán a los sentimientos más elementales para desfogar la ira contra colectivos más desdichados que ellos, pero menos capaces de defenderse.

            ¿Qué se puede hacer? Sofocar, en primer lugar, los discursos nacionalistas basados en historias falsas. Tenemos que traducir las ausencias en conciencia de incompletud: sin el otro no somos nadie, por eso somos las dos Españas. Y, luego, entender que la xenofobia es una respuesta psicológica debida a un problema material de fondo. Atajar las causas significa reconocer que hay clases sociales huérfanas de partidos o instituciones que las defiendan, y un sistema económico impasible donde sólo vale la cuenta de resultados.

Reyes Mate (El Norte de Castilla,1 de marzo 2020)