15/5/22

Quieren secuestrar a Dostoievsky

            Entre las víctimas de la invasión rusa de Ucrania hay grandes nombres de valor universal, con la particularidad de que no han caído en el campo de batalla, sino junto a nosotros. El Teatro Real de Madrid, por ejemplo, ha suspendido la actuación del Ballet Bolshoi; en Málaga peligra su Museo Ruso, con obras de Kandisnky. Músicos como Tchaikovsky, directores de cine, como Tarkovsky, maestros universales de la cultura, son vetados como vulgares maleantes. Este marcartismo del siglo XXI también ha alcanzado a escritores como Tolstoy y Dostoievsky: la Universidad de Milán ha cancelado un curso sobre el autor de Crimen y Castigo, y el alcalde de Florencia ha tenido que fajarse para impedir que el populacho derribara una estatua en su honor.

             Se entiende que se embarguen las embarcaciones lujosas de esos oligarcas rusos cuya fortuna es resultado de un expolio, orquestado por Putin y sus amigotes, del patrimonio nacional, pero ¿por qué privarnos de personajes como el inolvidable Príncipe Myshkin, el protagonista de El Idiota, que es quizá la personificación más creíble que tenemos de la bondad? ¿Alguien ha pensado lo que supondría el secuestro de Raskolnikov, el joven protagonista de Crimen y Castigo? Sin él desaparecería el libro de ruta que permite a un culpable redimirse. Por no hablar de los Hermanos Karamazov, ese relato polifónico que recoge tan magistralmente los sueños y las pesadilla de cualquier ser humano.

             Es imposible no detenerse en Dostoievsky, el autor de La Leyenda del Gran Inquisidor, en estos días de tanto sufrimiento para esos pueblos hermanos. Estamos ante un claro duelo entre dos versiones del cristianismo (la que representa Jesús, por un lado, y el Gran Inquisidor, por otro), pero, más allá de eso, ahí están, como dice Juan Mayorga en su versión dramatizada de la novela, “anticipadas las grandes batallas ideológicas del nuestro tiempo”. Esto viene a cuento porque al día de hoy nos cuentan, los que deberían saber, que no sabemos qué está pasando y de qué va la invasión rusa. Sospechamos que hay un duelo por el control financiero, militar y político del mundo entre los Estados Unidos y Rusia, con China al fondo, algo que de ser así sería preocupante no sólo para Ucrania, auténtico chivo expiatorio, sino para Europa, que sería la gran pagana. O quizá estamos ante la eclosión imperialista de un nacionalismo ambicioso, como el ruso, que necesita periódicamente sacar pecho, como el alacrán del chiste, aunque acabe hundiéndose. Mientras los entendidos nos aclaran la razón de ser de esta locura, bueno es abrir la novela de un ruso, Dostoievsky,por la página de la Leyenda del Gran Inquisidor. En ella Ivan Karamazov se hace eco de la pregunta dostoievskiana por excelencia, a saber, “si la armonía del mundo puede descansar o no sobre las lágrimas de un solo niño martirizado”. A nosotros esa pregunta nos resulta un poco ridícula, igual que le pasó a Sartre, el gran gurú de la intelectualidad europea en los años posteriores a la II Guerra Mundial, cuando se la hizo Albert Camus, el otro referente intelectual. La respuesta de Sartre: “amigo Albert, seamos realistas. Lo importante es luchar por los intereses de la clase obrera. Si se comete en el camino algún atropello, qué le vamos a hacer”. Lo importante era defender las grandes causas (en ese momento la del comunismo) y no fijarse en el costo de la operación. La respuesta de Camus hubiera hecho feliz al novelista ruso: “si Vd. sacrifica un solo inocente, acabará sacrificando dos y tres y mil y miles. ¡todo por la causa!”. Que fue lo que ocurrió en la Unión Soviética con las purgas estalinistas. Aunque todos pensemos como Sartre –sobre todo los políticos- en el fondo reconocemos que es Camus quien tiene razón. Por eso produce tanto desasosiego pensar la paz armándose para la guerra.

             El gran duelo de la Leyenda es entre el pan y la libertad. El Gran Inquisidor está por el pan, es decir, por la seguridad. La gente tiene miedo de la libertad y de la conciencia. Entregan una y otra, encantados, a cambio de que alguien les de pan y tome por su cuenta las decisiones. Es lo que piadosamente hace el Inquisidor y ha hecho su Iglesia, que consideran a la gente como niños asustadizos. Enfrente está el prisionero del Inquisidor, Jesús, cuyo silencio es bien elocuente: Él apostó por la libertad. La libertad no hace a la gente mejor porque con ella pueden hacer el mal y lo hacemos. La grandeza de la libertad es que el sufrimiento que provoca haciendo el mal, al ser registrado críticamente por la conciencia, puede transformarse en redención. La libertad es lo que permite al ser humano redimirse porque le permite reciclar el sufrimiento que causa, algo que nunca podrá quien, como el Inquisidor, dimite y renuncia a ella. Ese tal pensará que el sufrimiento es algo natural e inevitable en el mundo y ¡qué le vamos a hacer!

             La piedad de Dostoievsky no es la del Inquisidor. El Inquisidor libera a los suyos de la libertad para que coman y rían y jueguen despreocupadamente. El Jesús del escritor ruso, por el contrario, quiere que el ser humano entienda que todo el sufrimiento e injusticia en el mundo le incumbe, y, “a mí más que a nadie”, apostilla. El problema de los que renuncian a la libertad es que pueden comprar con ella pan pero nunca serán redimidos porque no serán capaces de quererlo.

             Este Dostoievsky, vetado ahora en el mundo por ruso, no es un aval de la causa de Putin, quien, por cierto, también ha encontrado en el Patriarca ruso a su particular Inquisidor. Pero tampoco es un aval para nosotros. Hay peligro de que alguien –esos agentes ocultos que manejan los hilos- traduzca el inmenso sufrimiento causado entre la población ucraniana, en próspero negocio o en palanca de poder. De momento han conseguido demonizar lo ruso, como si fuera bueno todo lo que le haga daño. Si a estos poderosos agentes, que mueven los hilos, la protesta de Ivan o de Camus por el sufrimiento de un solo inocente, les parece irrisoria, nadie, ni nosotros que somos de los suyos, estará a salvo. Por favor, que no nos priven de los personajes fantásticos creados por estos genios, ni de los sonidos y obras que nos han legado. Ellos son el camino de la paz.

 Reyes Mate (El Norte de Castilla, 10 de abril 2022)