Entre las víctimas de la invasión
rusa de Ucrania hay grandes nombres de valor universal, con la particularidad
de que no han caído en el campo de batalla, sino junto a nosotros. El Teatro Real
de Madrid, por ejemplo, ha suspendido la actuación del Ballet Bolshoi; en
Málaga peligra su Museo Ruso, con obras de Kandisnky. Músicos como Tchaikovsky,
directores de cine, como Tarkovsky, maestros universales de la cultura, son
vetados como vulgares maleantes. Este marcartismo del siglo XXI también ha
alcanzado a escritores como Tolstoy y Dostoievsky: la Universidad de Milán ha
cancelado un curso sobre el autor de Crimen
y Castigo, y el alcalde de Florencia ha tenido que fajarse para impedir que
el populacho derribara una estatua en su honor.
Se entiende que se embarguen las
embarcaciones lujosas de esos oligarcas rusos cuya fortuna es resultado de un
expolio, orquestado por Putin y sus amigotes, del patrimonio nacional, pero
¿por qué privarnos de personajes como el inolvidable Príncipe Myshkin, el
protagonista de El Idiota, que es
quizá la personificación más creíble que tenemos de la bondad? ¿Alguien ha
pensado lo que supondría el secuestro de Raskolnikov, el joven protagonista de Crimen y Castigo? Sin él desaparecería
el libro de ruta que permite a un culpable redimirse. Por
no hablar de los Hermanos Karamazov, ese
relato polifónico que recoge tan magistralmente los sueños y las pesadilla de
cualquier ser humano.
Es imposible no detenerse en Dostoievsky,
el autor de La Leyenda del Gran
Inquisidor, en estos días de tanto sufrimiento para esos pueblos hermanos. Estamos
ante un claro duelo entre dos versiones del cristianismo (la que representa
Jesús, por un lado, y el Gran Inquisidor, por otro), pero, más allá de eso, ahí
están, como dice Juan Mayorga en su versión dramatizada de la novela,
“anticipadas las grandes batallas ideológicas del nuestro tiempo”. Esto viene a
cuento porque al día de hoy nos cuentan, los que deberían saber, que no sabemos
qué está pasando y de qué va la invasión rusa. Sospechamos que hay un duelo por
el control financiero, militar y político del mundo entre los Estados Unidos y
Rusia, con China al fondo, algo que de ser así sería preocupante no sólo para
Ucrania, auténtico chivo expiatorio, sino para Europa, que sería la gran pagana.
O quizá estamos ante la eclosión imperialista de un nacionalismo ambicioso,
como el ruso, que necesita periódicamente sacar pecho, como el alacrán del
chiste, aunque acabe hundiéndose. Mientras los entendidos nos aclaran la razón
de ser de esta locura, bueno es abrir la novela de un ruso, Dostoievsky,por la
página de la Leyenda del Gran Inquisidor.
En ella Ivan Karamazov se hace eco de la pregunta dostoievskiana por
excelencia, a saber, “si la armonía del mundo puede descansar o no sobre las
lágrimas de un solo niño martirizado”. A nosotros esa pregunta nos resulta un
poco ridícula, igual que le pasó a Sartre, el gran gurú de la intelectualidad
europea en los años posteriores a la II Guerra Mundial, cuando se la hizo
Albert Camus, el otro referente intelectual. La respuesta de Sartre: “amigo
Albert, seamos realistas. Lo importante es luchar por los intereses de la clase
obrera. Si se comete en el camino algún atropello, qué le vamos a hacer”. Lo
importante era defender las grandes causas (en ese momento la del comunismo) y
no fijarse en el costo de la operación. La respuesta de Camus hubiera hecho
feliz al novelista ruso: “si Vd. sacrifica un solo inocente, acabará
sacrificando dos y tres y mil y miles. ¡todo por la causa!”. Que fue lo que
ocurrió en la Unión Soviética con las purgas estalinistas. Aunque todos
pensemos como Sartre –sobre todo los políticos- en el fondo reconocemos que es
Camus quien tiene razón. Por eso produce tanto desasosiego pensar la paz
armándose para la guerra.
El gran duelo de la Leyenda es entre el pan y la libertad.
El Gran Inquisidor está por el pan, es decir, por la seguridad. La gente tiene
miedo de la libertad y de la conciencia. Entregan una y otra, encantados, a
cambio de que alguien les de pan y tome por su cuenta las decisiones. Es lo que
piadosamente hace el Inquisidor y ha hecho su Iglesia, que consideran a la
gente como niños asustadizos. Enfrente está el prisionero del Inquisidor,
Jesús, cuyo silencio es bien elocuente: Él apostó por la libertad. La libertad
no hace a la gente mejor porque con ella pueden hacer el mal y lo hacemos. La
grandeza de la libertad es que el sufrimiento que provoca haciendo el mal, al
ser registrado críticamente por la conciencia, puede transformarse en
redención. La libertad es lo que permite al ser humano redimirse porque le
permite reciclar el sufrimiento que causa, algo que nunca podrá quien, como el
Inquisidor, dimite y renuncia a ella. Ese tal pensará que el sufrimiento es
algo natural e inevitable en el mundo y ¡qué le vamos a hacer!
La piedad de Dostoievsky no es la
del Inquisidor. El Inquisidor libera a los suyos de la libertad para que coman
y rían y jueguen despreocupadamente. El Jesús del escritor ruso, por el
contrario, quiere que el ser humano entienda que todo el sufrimiento e injusticia
en el mundo le incumbe, y, “a mí más que a nadie”, apostilla. El problema de
los que renuncian a la libertad es que pueden comprar con ella pan pero nunca
serán redimidos porque no serán capaces de quererlo.
Este Dostoievsky, vetado ahora en el
mundo por ruso, no es un aval de la causa de Putin, quien, por cierto, también
ha encontrado en el Patriarca ruso a su particular Inquisidor. Pero tampoco es
un aval para nosotros. Hay peligro de que alguien –esos agentes ocultos que
manejan los hilos- traduzca el inmenso sufrimiento causado entre la población
ucraniana, en próspero negocio o en palanca de poder. De momento han conseguido
demonizar lo ruso, como si fuera bueno todo lo que le haga daño. Si a estos poderosos
agentes, que mueven los hilos, la protesta de Ivan o de Camus por el
sufrimiento de un solo inocente, les parece irrisoria, nadie, ni nosotros que
somos de los suyos, estará a salvo. Por favor, que no nos priven de los
personajes fantásticos creados por estos genios, ni de los sonidos y obras que
nos han legado. Ellos son el camino de la paz.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 10 de
abril 2022)