Un juzgado suspende la impresión de
un sello de correos que conmemoraba el centenario del Partido Comunista de
España a instancias de una asociación de Abogados Cristianos. La demanda,
recién desestimada, ha dejado, sin embargo, perplejos a muchos ciudadanos
españoles de una cierta edad, aunque no sean comunistas.
Sabido es que hubo un tiempo en el
que el comunismo y la Iglesia Católica se llevaban mal. Basta echar un vistazo
a los escritos de Lenin, en un caso, y a los anatemas del Primer Concilio
Vaticano, en el otro. Quien supo sacar partido de ese enfrentamiento fue la
dictadura franquista que se presentó como adicta a la Iglesia y declaradamente
anticomunista. Según cuentan en sus memorias, tanto Churchill como Roosevelt
fue su anticomunismo lo que salvó a Franco de que su España hubiera acabada
derrocada como la Italia fascista y la Alemania nazi. Para la guerra fría que
entonces se iniciaba les iba mejor una España anticomunista que una República
con comunistas.
Pero esa enemiga entre comunismo y
cristianismo cambió a partir de los años cincuenta. Muchos cristianos descubrieron
en el marxismo valores cercanos a los cristianos, y también hubo marxistas que
supieron ver impulsos emancipatorios en los evangelios. El resultado fue que, a
partir del Concilio Vaticano II, el cristianismo se convirtió, en España, en la
principal reserva de militantes –ya fueran obreros, intelectuales,
profesionales, curas, algunos obispos y hasta algún Papa, como Pablo VI- contra
la dictadura. Es verdad que, para Franco, todos los que se le oponían eran
“comunistas”. Todos no lo eran pero muchos de ellos, sí, de ahí que para mi
generación la palabra comunismo esté tan ligada a la lucha por la libertad.
Nadie puede negar que en el
comunismo hubo de todo. Parte de la historia comunista está ligada al
estalinismo que era una forma de dictadura criminal. Pero lo mismo se puede
decir de otros grandes movimientos históricos: pensemos en el liberalismo del
siglo XIX ¿acaso no forjó las grandes fortunas en base a una despiadada
explotación de los esclavos?; o en el capitalismo: ¿no dice el último informe
de la ONU que mueren al año en el mundo 16 millones de seres humanos, de
hambre, como resultado de las decisiones que toman las grandes instituciones
capitalistas?; o en el propio cristianismo: ¿la Iglesia Católica no ha
condenado la democracia y perseguido la libertad de enseñanza o de conciencia?
¿habrá que recordar las hogueras en las que han muerto tanta gente de buena fe?
Todas las grandes instituciones, con
larga historia tras de sí, tienen un almario lleno de cadáveres. Lo que nos
debe preocupar es qué lección saca cada institución de ese pasado negro y cómo
cada miembro de esas tradiciones se enfrenta a su pasado. Yo no encuentro mejor
respuesta que la que dio un cristiano ejemplar, que fue también dirigente del
Partido Comunista de España. Se llamaba Alfonso Carlos Comín. Tuvo un papel
clave en la evolución del Partido Comunista y en su contribución a la
instauración de la democracia en España. El decía a quien le quisiera oír: “Soy
miembro de un Partido político que ha fusilado a muchos héroes y de una Iglesia
que ha quemado a muchos santos”. Lo que estaba diciendo es que reconocía lo que
el Partido y la Iglesia habían hecho en el pasado pero que, a pesar de todo,
seguía siendo comunista y cristiano, porque entendía que el comunismo podía ser
otra cosa distinta y su Iglesia podía comportarse de otra manera. Y gente como
él eran la prueba de que eso era verdad porque su comunismo estaba lleno de
humanidad y su cristianismo, de compasión.
Cuando ahora oigo decir en las
campañas electorales que “o comunismo o libertad”, me pregunto de qué lado
están los que tratan así al comunismo. No ciertamente del lado de la libertad
sino de los que, como en tiempos de la dictadura, estaban en contra, y lo
hacían en nombre de su errático “nacionalcatolicismo”. Entonces el catolicismo
oficial estaba no sólo en contra del comunismo sino de la libertad, mientras
que del lado de la libertad sí estaba el comunismo.
Recuerdo esto sin que yo haya sido
nunca comunista. Alfonso Comín me dijo en cierta ocasión “eres de los pocos
amigos míos que no eres comunista”. Y yo le respondí “lo que no entiendo es por
qué tú lo eres”. No he simpatizado con los entusiasmos comunistas, ni me
gustaba la Unión Soviética, ni soportaba la lectura de Lenin. Sigo considerando
a Carlos Marx, sin embargo, como uno de los mayores pensadores contemporáneos y
sigo pensando que el socialismo es una tradición mucho más humanizadora que
cualquier otra. Pero esto no me impide reconocer la abnegación y el sacrificio
de tantos comunistas en aquellos años de plomo. La mayoría eran obreros que se
la jugaban por defender a un compañero, que dedicaban su tiempo y parte de su
salario a sostener una lucha desigual a favor de la libertad. Pusieron por
delante de sus intereses profesionales o familiares, el interés común. Pagaron
su compromiso por los derechos humanos con la cárcel, la tortura, el exilio y,
a veces, con la propia vida.
Todos estos héroes anónimos bien
merecen un sello. Si hoy todos, hasta sus críticos, celebran una vida mejor en
democracia, a ellos se lo debemos en buena parte. Que sean unos “Abogados Cristianos”
los que se oponen, debería resultar sospechoso al juez que les hace caso.
Porque no creo que haya un solo abogado cristiano de aquellos tiempos,
favorable a la libertad, que suscribiera esa demanda. El populismo que nos
invade, también el castizo instalado en las instituciones, está operando una
peligrosa reescritura de la historia. Que quienes hoy levantan la bandera de la
libertad se sientan ideológicamente tan cercanos o herederos de los que en el
pasado la persiguieron, da idea de lo que buscan demonizando a los comunistas:
no defender la libertad sino liberarnos de ella.
Reconocer el compromiso por la
libertad de tanta gente que se llamaba comunista es una forma de agradecer un
hecho bien documentado (su defensa de la libertad) que sus críticos (y eso
también está documentado) ponen en peligro. Eso no significa borrar la parte
oscura de su pasado, una tarea que el comunismo tiene pendiente, como también
la tienen el liberalismo, el capitalismo y la Iglesia Católica.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 20 de
noviembre 2022)