Este
diario daba hace poco la noticia de un juez británico que pagó la multa de una
joven condenada por apuñalar a su violador. El mismo juez que la condenó,
teniendo en cuenta todas las circunstancias atenuantes del caso, entendió que
debía salvarla de la prisión pagando de su bolsillo la sanción impuesta.
El caso,
tratado informativamente como una compasiva anécdota, es, sin embargo, bastante
más pues se suma a otros que replantean el papel casi divinal del juez en una
sociedad humana.
En el
Talmud, libro de referencia de la sabiduría judía también en temas de justicia,
se estudia el caso de un juez que castiga a un joven acusado de homicidio
involuntario con la deportación a un lugar apartado. Lo curioso del caso es que
obliga a su maestro a acompañarle y esto no porque estuviera implicado en el
caso, que no lo estaba, sino porque algo había fallado en su enseñanza cuando
no consiguió impedir la conducta delictiva del alumno. En otro momento también
trae a colación el caso de un ladrón al
que el juez condena a una justa reparación. Como carece de medios, el mismo
juez responde por él para evitar una prisión de la que saldría peor que cuando
entró.
Todos
estos casos podrían ser vistos como ejemplos de jueces compasivos. Justos, sí,
al dictar sentencia, pero compasivos a la hora de hacerla cumplir. La compasión
en cuestión hablaría mucho y bien del modo del ser del juez, aunque nada diría
de la naturaleza de la justicia que se substanciaría en el rigor de la
sentencia. Pero ¿y si se quiere decir algo más y algo nuevo sobre la naturaleza
de la justicia? ¿y si la compasión del juez formara parte de una buena justicia?.
Hay que reconocer que el juez en nuestro derecho es como dios. Decimos que tiene
que ser imparcial y lo que estamos dando a entender es que está por encima del
mal y del bien, por encima de las miserias de las partes. De él esperamos una
sentencia. Hacer justicia es tomar una decisión. El juez es como un árbitro de
fútbol: si no pita algo cuando se embarulla el juego, no hay partido. Lo demás,
esto es, cómo interprete la ley, es secundario.
Porque
le otorgamos el poder de decidir -y de esta manera concluir un conflicto- es
por lo que le comparamos con dios. Es como si dispusieran de un poder divino,
inapelable. Por algo dice el jurista Carl Schmitt –tan repudiable por su
ideología nazi como consultado por sus conocimientos- que la justicia legal es la
última estación del proceso moderno de secularización, es decir, es el lugar en
el que todavía podemos leer lo que la modernidad tiene de secularización de la
religión. Y es que, dice él, casi todos los grandes conceptos jurídicos vienen
de la teología.
Pues
bien, lo que el juez británico pone sobre el tapete es la naturaleza humana del
juez que juzga. Sería un gesto extremo para dar a entender la responsabilidad
del juez respecto al delito del reo. Entre el juez y el reo no hay una
distancia absoluta. Entre ellos está la sociedad de la que uno y otro forman
parte. Hay una extraña solidaridad en el mal a la que ningún juez es ajeno.
La
conducta de los jueces está pidiendo a gritos que les bajemos del pedestal en
el que les colocan los códigos o la llamada ciencia jurídica. Claro que están
hechos de la misma pasta que el resto de los humanos y por lo que estamos
viendo en España, con los trajines de Manos
Limpias por ejemplo, bien podemos decir que no nos representan mal. Esto es
bien sabido. Lo que no parece ya convincente es privatizar sus miserias como si
el profesional que juzga no tuviera nada que ver con el ciudadano que es.
Los
jueces tienen efectivamente el encargo de administrar la justicia pero a la
hora de hacerlo pueden o bien colocarse del lado de la ley en el sentido de
pensar que encarnan su bondad o bien empatizar con la debilidad del reo
tratando de comprenderle y asumiendo la parte alícuota de responsabilidad
propia en el delito ajeno.
El
fiscal Jiménez Villarejo y el magistrado Antonio Doñate, autores del libro Jueces pero parciales, recuerdan que la
judicatura fue el único cuerpo que el franquismo no necesitó depurar.
Cumplieron a regañadientes con la legalidad republicana y se sintieron a gusto
en la ilegalidad franquista.Y sabido es que la mayoría de los jueces alemanes
que tan bien sirvieron a las leyes nazis siguieron siendo los administradores
de la justicia en la nueva República Federal de Alemania. Unos y otros lo
pudieron hacer porque su papel era el mismo tanto en democracia como en
dictadura: hacer de dios, esto es, decidir desde la distancia insuperable que
establece la ley entre el reo y quien dicta sentencia.
El juez
británico humaniza la justicia al recordar a los jueces que son de este mundo y
haciendo suyo el consejo de Don Quijote a Sancho: “si acaso doblares la vara de
la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”.
Reyes Mate (El
Periódico de Catalunya, 29 de mayo 2016)