Presentación
del libro de Francisco Ferrándiz, El
pasado bajo tierra. Exhumaciones contemporáneas de la Guerra Civil
1. Oí decir a la Directora de la
Unesco en México, antropóloga ella, en el Día Mundial de la Filosofía, en el
que tuve el honor de participar: "me gustaría que la antropología cultural
encontrara su relación con la filosofía y dejara de ser el cuento de las
procesiones". Pensé en este libro donde se encuentran mucha de esas preocupaciones
comunes y se fecundan.
El autor habla como antropólogo
social y reivindica esa mirada. Y aunque en ningún sitio lo defina, uno acaba
entendiéndola por lo que va contando. Este libro es un gran homenaje a esa
disciplina.
La antropología social tiene algo de
arqueología pero es algo más y algo distinto ya que exhuma cadáveres, sí, pero
no se fija en los restos por sí mismos, sino en la consecuencias de su
aparición en el tiempo actual. En la que provoca o despierta. Es historia pero
también memoria pues es sensible a las "memorias reprimidas" que se
desatan en el momento de la exhumación. La antropología social, tal y como la
presenta Francisco Ferrándiz, establece una relación entre pasado y presente en
el sentido de que las exhumaciones, al tiempo que aportan información precisa
sobre el pasado (la colocación de los cuerpos, los cráneos agujereados, el
reloj que certifica quien era su poseedor etc.), cuestiona el presente con una
fuerza "que no tienen ni los testimonios ni la historiografía". Esa
fuerza proviene no de la retórica, de la palabra, sino de la elocuencia de los
hechos; de la significación que tienen los hechos, independientemente de la
interpretación de la palabra de la víctima.
Expliquemos bien esto de la
elocuencia de los hechos. Las inhumaciones o "subtierros" en el
momento del crimen tenían una significación muy pensada por parte del autor:
aparte de anular física y políticamente al adversario, lo que pretendía era
desestructurar las familias, extender el miedo y la sospecha, interrumpir los
duelos y oscurecer las evidencias de la represión violenta para así construir
regímenes de terror que pudieran sobrevivir durante décadas.
Decía Benjamin que tras un crimen
hay dos muertes: la física y la hermenéutica. El subtierro es la muerte hermenéutica.
Pues bien, hoy, tras 70 años de
aquello, la exhumación de esos cuerpos enterrados, cambian de significación: ya
no producen miedo entre las familias sino espanto por la enormidad del crimen;
ya no son instrumentos o testigos del terror sino pruebas de la barbarie. Es
como si esos restos cadavéricos cobraran vida y dijeran lo que entonces no
pudieron decir
Estamos hablando de la elocuencia de
los hechos. Bueno, pues captamos la significación de los hechos cuando entendemos el daño que causaron y aquí fueron
graves y perdurables. Así cuando supervivientes dicen "entonces estaba yo
como una princesa y desde entonces tuve que estar como una pordiosera, nada más
que eso"; o "a
nosotros nos cortaron las alas, como a esos pajarillos que están en el nido,
nunca hemos podido volar"; o "la creencia se perdió aquel
día"... cuando dicen eso entendemos que el crimen fue eficaz, que el daño
ha sobrevivido a lo largo del tiempo, que es actual, que nos concierne pues lo
ocurrido no es algo privado sino público, ¿por qué? porque nuestro tiempo,
nuestro bienestar está construido sobre ese pasado.
Captamos en ese momento que la
memoria no es un asunto privado sino público.
Nos acercamos así al espinoso asunto
de la memoria, un asunto que en España en vez de unir a los que miran al
pasado, desune, enfrenta: al pasado mira la historia, la memoria filosófica, la
literatura, el psicoanálisis, la religión...también la antropología. El pasado
es un rico caladero de sentido en el que todo el mundo faena. Ahora bien, la
mirada de la antropología, a diferencia de la arqueología o de la historia o
del psicoanálisis, es una mirada moral. Al exhumar un cadáver da vida a la
injusticia cometida, representada en el dolor que suscita. Y nos plantea la
incómoda pregunta de cómo hemos podido vivir sobre ese suelo y cómo podemos
hacer justicia. Esa es su dimensión moral consistente en actualizar la
injusticia pasada y mostrar la capacidad de interpelar a las generaciones
posteriores.
Hay que reconocer que la invisibilización de las
víctimas -el subtierro- ha sido una práctica inveterada, pero que estamos asistiendo a su visilibilización. Ha
habido lugares más sensibles que otros a su significación, consiguiendo
introducir en el Derecho Penal Internacional la figura de la "desaparición
forzada", que es un crimen de lesa humanidad, que es un delito permanente,
que no prescribe.
Esta explica la iniciativa del juez
Garzón al procesar los crímenes del franquismo. Tenía tras de sí la doctrina y
la jurisprudencia del TPI, es decir, tenía
consigo la razón jurídica, pero también tenía enfrente a la justicia y a la política
española. Y con ellas a un ramillete de
sonoros intelectuales capitaneados por Javier Pradera, seguido de cerca por
Santos Juliá. Ferrándiz recoge algunas
perlas. Recuerda que Javier Pradera ataca a ese juez "embarcado en un
viaje alucinógeno al corazón de las tinieblas de la Guerra Civil". No le
gusta la argentinización del caso español, llamando desapariciones forzadas a
lo que aquí siempre han sido fusilados o
paseados, porque eso claro las coloca bajo el foco "del derecho
internacional de los derechos humanos". Santos Juliá viene en ayuda de su
amigo Pradera para tratar de "dislate procesal al intentar usar las
desapariciones forzadas al caso español".
Santos con Pradera prefieren el más
castizo de paseados o fusilados. Ferrándiz responde con dos argumentos: a) que
no se trata de una mera "argentinización" del vocablo porque ya en
1939 se habla de "muertos y desaparecidos"; b) que la distinción que
hace Pradera entre desaparecidos (lo propio de ellos sería que los
perpetradores tenían conciencia de la gravedad del crimen, por eso lo
ocultaban) y "paseados" (eran
víctimas de unos fanáticos, llenos de odio, y fruto de una "salvaje
represión de dimensiones cuasi pública"), no se sostiene. El paseo era el
momento de la "limpieza étnica", la extirpación de raíz de la
racionalidad republicana... ¿cómo adscribirla menor crueldad o gravedad que a
los desaparecidos argentinos?
La dictadura argentina fue maestra
en el arte de hacer desaparecer a los presentes y la dictadura franquista
excedió en la estrategia fría, calculada, de extirpar de raíz el futuro, la
posibilidad de la democracia.
La distinción entre desaparecidos y
paseados no va muy lejos pues la distinción puede afectar al modo del crimen
pero no a su significación penal y moral.
Por lo que cuenta Ferrándiz, la
memoria no sólo divide a los anamnéticos de los amnésicos, sino que entre los
primeros hay sus diferencias. El autor recoge la diferencia entre las ARMH (que
se adhiere a un discurso sobre la promoción de los derechos humanos y considera
a los familiares de las víctimas como los agentes decisivos en la gestión del
duelo") y el Foro por la Memoria que se autodefine como "Frente
Popular de la memoria", más politizado, considera que el franquismo está
vivo y está impune. Propone la defensa de los valores republicanos por los que
mataron a las víctimas republicanas y por los que murieron las víctimas. Esperemos
que esa diferencia sume y no reste.
2. Sobre la actualidad del libro.
Lo que se desprende del recorrido de
Fco Ferrándiz por el pasado/presente de la realidad española es que las
exhumaciones desatan las lenguas, es decir, dan vida a una memoria que aporta
muchos conocimientos; también plantean o piden justicia en la medida en que
ponen delante una injusticia que sigue pendiente. Finalmente son sanadoras
porque permiten el duelo.
Resumiendo: las exhumaciones tienen,
desde luego, una dimensión privada (el duelo),
pero también pública, en el doble sentido de dimensión epistémica
(desatan las lenguas) y moral (piden justicia).
Llegados aquí nos podemos preguntar si este
recorrido es meramente historicista, anacrónico, o tiene actualidad. Veamos.
Desde la truncada Ley de la Ley de la Memoria Histórica y, sobre todo, después
del rocambolesco procesamiento al Juez Garzón, acusado de prevaricación, por
querer juzgar los crímenes franquistas (digo rocambolesco porque finalmente fue
absuelto del delito de prevaricación pero porque acababa de ser expulsado de la
carrera judicial por haber osado enjuiciar a la "trama Gürtel"). No
se puede decir que corran buenos tiempos para la memoria histórica. En este
sentido el libro de Ferrándiz es intempestivo, va contracorriente.
La actualidad se la dan otros: nada
habla, en efecto, tanto de la importancia de la memoria histórica como el
empeño oficial u oficioso en ensalzar el olvido o anatematizar la memoria. Esto
ocurre periódicamente en España: cuando se publican los papeles póstumos de
Javier Pradera; cuando hacen un homenaje a algún historiador o historiadora de
campanillas; cuando la élite del pensamiento políticamente correcto toma la
pluma o la palabra, recientemente con la novela de Javier Cercas, El Impostor, publicitada con toda la
trompetería de la que es capaz la industria (cultural) del libro.
Analicemos la obra de Cercas. El Impostor habla de Enric Marco, el
falso superviviente de un campo de concepción nazi. Marco, el impostor en
superlativo porque toda su vida fue una farsa. Marco es presentado, en las
entrevistas que ha concedido el autor, como prototipo de la condición humana:
todos inventamos una existencia, como hizo Alonso Quijano, como él mismo se
inventó la existencia de escritor para conquistar a su novia. Ahí Cercas parece
tomar el camino del existencialismo sartriano que habla de la existencia como
impostura. En la novela es más comedido. Marco es arquetipo de la condición del
homo hispanicus de la transición que se convierte masivamente en impostor,
inventándose una falsa historia de antifranquista. Dice Cercas: "Cuando
llega la Transición muchísima gente se construyó identidades nuevas. Marco no
fue tanto la excepción como la regla"
Ahí quiere dar. Lo que sorprende es que golpee
la hipocresía de la sociedad española con el arma de la memoria, como si Marco,
todos los Marcos, fueran productos de la memoria. Dice Cercas: "Durante
los años en que Marco estuvo al frente de la Amical de Mauthausen, convertido
en un campeón o una rockstar de la memoria histórica, España vivía la apoteosis
de la llamada memoria histórica...una expresión equívoca, confusísima". Al
socaire, pues, de "La tiranía de la memoria" medró la impostura.
Sorprende esa relación entre presión
social de la memoria y necesidad de inventarse una biografía.
En la Alemania post-nazi o en la
Polonia post-comunista sí que se dio esa necesidad de fabricarse una biografía
por la sencilla razón que los nuevos tiempos eran la negación de lo anterior.
Pero se hacía huyendo de la memoria, falsificando el pasado.
Pero ¿en España?. La llegada de la
democracia vino en buena parte de la mano del franquismo: Juan Carlos, Suárez,
Martin Villa, Fraga...eran franquistas, sin olvidar que las dos primeras
elecciones las ganó la UCD que no venía del antifranquismo. Claro que hubo
biografías truncadas pero no era una necesidad social, como en Polonia o en
Alemania.
Pero incluso en el que caso de que
lo hubiera habido, el cambio se producía no por mor de la memoria, sino del
olvido. ¿Se puede hablar en la España de los noventa (década arriba o abajo) de
"tiranía" o "apoteosis de le memoria"? ¡Pero si aquí lo que
ha dominado es el olvido!. El autor tendría que preguntar a las víctimas de ETA
lo que entonces importaba en España la memoria de las víctimas. O a Garzón para
saber cómo nos las gastamos con los que quieren recordar las víctimas del
franquismo.
¿Cómo explicarse esta relación entre
memoria e hipocresía social? Como no hay respuesta habría que preguntarse
entonces por qué esta embestida del autor contra la memoria, ya que Marco
parece un muñeco en sus manos. En algún momento de la novela Cercas se pone el
traje de ensayista y reflexiona sobre la memoria y la historia, poniéndose
claramente del lado de los historiadores españoles que se han sentido
amenazados en su prestigio por el discurso de la memoria. Santos Juliá llegó a
escribir un "elogio (que suena a elegía) de la historia en tiempo de la
memoria". "En tiempos de la memoria"? Pero si lo tienen todo
plazas, becas, proyectos. Si son la joya de la corona. El historiador israelí Emil Funkenstein
escribe lo siguiente: "tan verdad como que la historiografía devino, a lo
largo del siglo XIX, un asunto de especialistas y consecuentemente escasamente
accesible a la opinión pública lectora, tan verdad como eso es que el poder
reservó al historiador un lugar privilegiado, como si se tratara de un gran
sacerdote de la cultura que tenía que velar por la legitimación del
Estado" (Judische Geschichte und
ihre Deutung, 30). Estos historiadores son unos llorones.
Cercas se ha equivocado de tema. Le
ha despistado Marco porque al ser este un estafador de Auschwitz, tendría que
haber reconocido a tiempo que los problemas que ahí se plantean son otros. Un
estafador de la memoria relacionada con Auschwitz tiene un significado que hay
que respetar. De Auschwitz no se puede hablar de cualquier manera.
Esto es al menos lo que se puso en
evidencia cuando hace veinte años, el mundo se conmovió con otro caso de
fingimiento. Porque Marco no es desde luego el primer estafador. hubo otro,
Wilkomirski, el autor de Fragmentos
donde se inventaba una falsa infancia en un campo de concentración. Aquella
historia conmovió hasta el punto de que su autor fue homenajeado por medio
mundo. Cuando se supo la verdad, el debate fue inevitable. ¿Cómo se orientó el
debate?, ¿de qué se habló?
A nadie se le ocurrió desde luego desacreditar
la figura del testigo porque hubiera un estafador. Al contrario. El personal se
puso en pie de guerra para defender la calidad del testimonio de los testigos.
Lo que ahí pesaba en ese debate era la
relación del testimonio con la verdad de Auschwitz. Si aquello fue impensable,
lo único que nos permitía entenderlo era el testimonio, la memoria de los
testigos.
Al decir que era
"impensable" se quería decir que aunque se conocieran todos los
hechos, no se podía comprender nada. Ha llegado hasta nosotros el diario de un
Sonderkomando, muerto en Auschwitz, que se jugaba la vida escribiendo su diario
porque, decía, "en el futuro podrán conocer cómo moríamos pero no cómo
vivíamos". La experiencia de un ser humano inmerso en un horror de tal
magnitud era algo inédito, no había precedentes, por eso se habla de la
"singularidad" de Auschwitz. Sólo alguien desde dentro podía hacernos
saber las reacciones de la víctimas y de los perpetradores, la resistencia o la
destrucción de lo humano en esas circunstancias, la densidad o fatuidad de los
valores morales dominantes al exterior y en su vida anterior...
Bueno, pues el resultado de esa
experiencia es el imperativo de la memoria, el deber de memoria, que no
consiste en acordarse sólo de lo mal que lo pasaron los judíos en las cámaras
de gas, sino de aceptar que si queremos construir un mundo decente no hay que
partir de las buenas ideas sino de los malos hechos, del sufrimiento que somos
capaces de general, aunque eso resulte inexplicable, incomprensible.
Si Auschwitz lleva al deber de
memoria, a la idea de que la memoria es el punto de partida de una construcción
racional y moral de la existencia, una estafa como la de Wilkormirski suponía
un atentado al pensar y vivir después de Auschwitz y eso no se podía tolerar.
El debate consiguiente se centró en la verdad de lo ocurrido y cómo contarlo.
Estaba claro que había zonas de la realidad ocurrida que escapaban a la
historia y sólo nos eran accesibles desde le memoria de los testigos.
Cercas debería haberse buscado mejores
aliados para su recorrido. Mejor que los historiadores y publicistas que cita,
le hubiera venido mejor Gabriel García Márquez quien, en Cien años de soledad, indaga el destino de unos habitantes -los de
Macondo que son el realidad los del Nuevo Mundo- aquejados de la peste del
olvido porque los recién llegados pretenden ni más ni menos que renuncien, que
olviden su pasado prehistórico indígena, si quieren entrar en la historia que
traen los conquistadores. Este narrador, dispuesto a salvar Macondo de sus
males por la memoria, dice en una obra anterior, Los Funerales de la Mamá Grande, "...es hora de recostar un
taburete a la puerta de la calle y empezar a contar los pormenores de esa conmoción
nacional, antes de que tengan tiempo de llegar los historiadores".
En uno de esos taburetes podría
estar sentido Francisco Ferrándiz, el autor de El pasado bajo tierra. Exhumaciones contemporáneas de la Guerra Civil.
Reyes
Mate (Presentación del libro de Francisco Ferrándiz, 2014, El pasado bajo tierra. Exhumaciones contemporáneas de la Guerra Civil,
Anthropos, Barcelona, 2014, el 2 de
diciembre 2014)