Pablo, el de Podemos, quiere hablar
con Francisco, el del Vaticano, ya sea en Roma o en Vallecas, porque piensa que
tienen algo que decirse. Puede parecer presuntuoso que un recién llegado a la
gloria de la política, como Pablo Iglesias, busque el compadreo con alguien que
viene de muy lejos. Son dos mundos efectivamente inconmensurables pero que
tienen, sin embargo, un punto en común: ambos representan un tiempo nuevo que
despide a otro, ya agotado.
Hay una saturación en el ambiente
que anuncia, a quien quiera oírlo, que
el futuro no será más de lo mismo. Esa saturación es evidente en las
instituciones de la Vieja Europa, pero también se observa en el Nuevo Mundo,
por ejemplo, en México. Lo que hasta ahora era tolerado, ya resulta
insoportable. Esto vale para la corrupción, pero también para el funcionamiento
de los partidos.
La tarea que tienen ante sí
instituciones del pasado, como los Partidos Políticos que conocemos, es cómo
hacer frente a ese vendaval que de momento está poniendo en peligro su
hegemonía electoral. Podemos tiene a tiro al Partido Popular y mira por el
retrovisor al Partido Socialista.
Los socialistas están particularmente
nerviosos porque ya saben que Podemos está mordiendo en su electorado. Han
tocado a rebato, cerrando filas, para frenar la sangría. ¿Lo conseguirán? No
lo tienen fácil porque los que tienen que dar con la solución son parte del
problema. Para empezar, equivocan el tiro al situar el problema en los
contenidos políticos. Es verdad que ese no es el fuerte de Podemos que en poco
tiempo ha hecho un recorrido errático, del anticapitalismo a la
socialdemocracia, pasando por el desierto de no saber si eran de izquierdas o
de derechas. La última acampada en la socialdemocracia ha levantado el ánimo de
los socialistas porque si para los nuevos ese es un mundo por descubrir, para
ellos es tierra conquistada. De eso siempre sabrán más y mejor que los recién
llegados. En eso tienen razón. Al fin y al cabo ha sido la socialdemocracia la
que ha liderado la modernización de este país. El borrador de Programa
Económico de Podemos, además de no mostrar novedades seductoras, plantea
recetas bienintencionadas que han producido efectos desastrosos cuando han sido
aplicadas.
Lo que pasa es que por muy débiles
que sean las propuestas políticas de Podemos y por muy sólido que sea el fondo
de armario socialdemócrata de los socialistas, la sangría va a seguir porque el
problema de los socialistas no está en primer lugar en los contenidos cuanto en
la falta de credibilidad. El crédito
perdido se sitúa en una zona que va de la ética a la estética o, como diría el
profesor Aranguren, que tiene que ver con el talante, con el modo de hacer
política. Ahí es donde los viejos Partidos tienen un problema que empieza en la
forma en que los dirigentes son reclutados o promovidos y que acaba en cómo
vive luego cada cual la política.
Los nuevos han definido con una
palabra mortal y certera las prácticas de los antiguos: casta. Los de la casta
son gente del aparato a los que este les insufla vida para que se reproduzcan.
Aborrecen lo que venga de fuera o de abajo. Incluso cuando juegan a las
primarias, se las apañan para jugar con ventaja. Esto puede ocurrir en Sevilla,
Madrid o Valladolid. ¿El resultado? que mientras los elegidos celebran sus
endogámicos triunfos no se enteran del desencanto y de la indignación de los
ciudadanos que ya no lo soportan más. La maquinaria partidaria es de tal calibre
que en breve plazo tritura la presumible frescura del joven que se la acerque
en epígono de los vicios más
inveterados. Convierte a los jóvenes en viejos.
El éxito de Podemos es haberse hecho
cargo de ese malestar y haberle sabido representar. Vienen de la calle y son el
resultado de un proceso de participación y decisión directa. Es verdad que esa
frescura tiene que ver en buena parte con el hecho de que aún "no han
tocado poder". Puede ser, pero lo que resulta indiscutibles es que su
éxito se debe a que la gente les percibe cercanos, que saben donde les duele,
que, como ellos, ven atropellos donde la clase política no ve nada o pasa de
puntillas, por ejemplo, con los desahucios
o con las monstruosas diferencias salariales o con el trato tan desigual
que el poder da a los bancos cuando tienen problemas, o al paro que es un
problema.
Si alguien quiere competir con
Podemos tiene que apropiarse lo que le ha hecho ser y crecer. Para dejar de ser
casta, un Partido como el PSOE, por ejemplo, tendría que refundarse
organizativamente. De muchos militantes podría decirse lo que aquel Doctor Samuel Johnson escribió de cierto
patriotismo, que "es el último
refugio de los cobardes". Sus órganos y funcionamientos no sirven ya de
mediación entre la organización y la sociedad, como debiera ser. Todo esto que
está en los libros de teoría política y que todo el mundo conocía, empezando
por los propios dirigentes que se han nutrido de ello, es lo que ya no da más
de sí.
El desafío de Podemos no es de
propuestas, como dice el Partido Popular,
sino de talante. Aunque los grandes Partidos las tuvieran acertadas, son
muchos los que ya no se fían.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla , 6 de
diciembre 2014)