Presentación del libro de José María Castillo, La laicidad del Evangelio.
1. Yo he venido por una botella,
para devolver una botella de Porto
que José María nos entregó en Oporto, a
Tere y a mi, hace tres años y yo no veía la ocasión de hacerla llegar a su
dueño. Habíamos participado en un
congreso sobre religión y los organizadores nos obsequiaron con unas botellas
de Porto. Como José María volvía por avión y viajaba con bolsa de mano, no
podía traérsela, así que nos hicimos cargo de ella nosotros, que viajábamos en
coche, con la promesa de que José María vendría a buscarla. Pero no vino, así
que su llamada me brindaba la ocasión de devolverle lo que era suyo. Fue
entonces cuando le conocí por primera vez.
También sentí una gran alegría y
gratitud por la invitación que hizo hace unas semanas para participar en esta
presentación. Cuando le conocí en Oporto experimenté una de esas
"afinidades electivas", una cercanía trabajada a lo largo del tiempo,
que me llevó a aceptar la invitación sin dudarlo, aunque yo en ese momento
estaba haciendo las maletas para ir a México de donde acabo de regresar.
Sólo he podido leer a fondo su texto
"La laicidad del Evangelio" y de eso quería hablar.
Los libros a veces ocultan al autor (por eso
no es conveniente conocer a los autores de libros que te han gustado: te
decepcionan) y otras les des-cubren o des-velan.
Creo que este es el caso. Ahí
aparece un autor libre. Decir eso de un teólogo es una novedad porque estos
deben tanto a los mediadores que acaban desapareciendo bajo el peso de tanta
pleitesía. En una tradición tan longeva hay tantos intermediarios que uno acaba
achicándose, convirtiéndose en comentarista. Y ya decía Walter Benjamin en un
texto titulado precisamente Afinidades
electivas que hay una diferencia entre el comentarista y el autor: el autor
busca la verdad del tema, mientras que el comentarista se atiene a la
exposición del mismo.
Digo que sorprende encontrar un teólogo libre,
cuando eso debería ser la norma. El teólogo cristiano viene de una tradición cuyo
santo y seña es o debería ser "la verdad os hará libre". Pero algo ha
pasado para que eso no sea la norma. Es significativo que en el siglo XIX un gran escritor, Dostoievski,
haya sentido la necesidad de representar el drama de la Iglesia como un
enfrentamiento entre la libertad, que simboliza Jesús, y el dominio o poder o
seguridad, encarnados por el hombre de Iglesia, el Inquisidor de Sevilla. Es un
enfrentamiento de vida o muerte. O libertad o seguridad. Y como Jesús
representa a sus ojos la libertad, "mañana te mandaré a la hoguera",
le dice el Inquisidor a su prisionero, ese Jesús que no dice una sola palabra
en toda esa secuencia.
Después de una historia así, en la
que la figura de un Inquisidor sirve para representar y simbolizar una parte de
la Iglesia ,
la palabra cristiana de libertad, implícita en la sentencia evangélica "la
verdad os hará libre", sólo puede tomar la forma de liberación, de un
esfuerzo por liberarse de cadenas doradas con las que la religión ha encadenado
a sus seguidores.
Eso es lo que hace J. Mª. Castillo
en este libro a través de una inteligente estrategia que consiste en volver a
las fuentes, al origen, a los Evangelios. La suerte o la fuerza del cristiano es
que está obligado a volver a la fuente, al origen, a los evangelios. Los
mediadores, aunque se calen tres coronas sobre la cabeza, están de paso. Vuelta
a las fuentes porque los evangelios no son el inicio de una cadena temporal que
llega a nosotros, sino que ese origen es la fuente de la que brota cada tiempo
presente: actualizarse es volver a la fuente. Congar hablaba de "ressourcement".
Esta vuelta al origen no supone ningún anacronismo (vuelta a un
pasado alejado de nuestro presente)
porque lo que caracteriza a los cristianos es el seguimiento de Jesús y el
crédito que le dan a lo que dijo e hizo. El seguimiento es la activación del
origen.
José María Castillo descubre o desempolva una tradición, la
cristiana, que poco tiene que ver con lo que se hecho de ella. Y lo hace a través de tesis o enunciados
poderosos, inteligibles, demoledores para unos y fundantes para otros: que Jesús
no es el fundador de una religión sino el anunciador de una promesa o esperanza;
que Jesús opera un desplazamiento de lo ritual a lo vital, de lo clerical a lo
laico y secular o ético; que el camino de la
bondad sin límites supone "la autoestigmatización", esto es, deponer todo poder, renunciar a toda
seguridad, asumir el abandono. Dice el autor: "únicamente el que está
dispuesto a quedarse sin religión y sin los incondicionales de la religión es
el que puede empezar a creer de verdad en Jesús".
El creyente del siglo XXI tiene pues
la tarea de liberarse, por un lado, de la religión ritualista en la que ha sido
educado, y de volcarse, por otro, en el bienestar de la ciudad. Por eso el
libro acaba así: "lo que importa no es el bien religioso, sino el bien
ciudadano" que se expresa en los derechos humanos y en los valores cívicos
2. Para la andadura de este
arriesgado camino, J. Mª. Castillo se hace acompañar por, además de la
referencia fundamental a los evangelios, algunos notables testigos. Dietrich Bonhöffer,
por ejemplo, que no sólo habla de un fe sin religión, sino de un cristianismo
sin Dios "porque el Dios que está con nosotros es el Dios que nos
abandona". También se hace eco del impactante escrito de Zvi Kolitz, Yósel Rákover habla a Dios. Recordemos el
contexto del escrito: el gheto de Varsovia en el momento de la rebelión contra
el ocupante alemán. El levantamiento ha fracasado. Toda su familia, su mujer,
sus hijos, han muerto y la casa está en llamas. Le quedan pocos minutos de
vida, los suficientes, piensa él, para ajustar sus cuentas con Dios. Le echa en
cara su empeño "en que te aborrezcamos, pero no lo has conseguido".
No se ha portado bien con su pueblo, el pueblo elegido. Pero no va a conseguir
que renuncien a él, ni a sus promesas, pero, eso sí, "a partir de ahora creeré en la Thora más que en ti".
Levinas se ha parado en esa frase y
le ha dedicado un profundo comentario (recogido en su libro Difficile Liberté, 218-223). Lo que nos
dice es que en Auschwitz muere un Dios (el Dios de la religión) y nace otro, el
de un creyente adulto. Unos dicen que ese nuevo Dios es el Dios débil que acompaña
a su pueblo en el sufrimiento. Pero quizás sea más exacto entenderlo tal y como lo planteaba Etty Hillesum: en
Auschwitz nace la responsabilidad absoluta del hombre por el hombre que hasta
el presente habíamos endosado a Dios (es decir, se nos revela la
responsabilidad ética de la que habla Castillo).
Me imagino que José María tendría
inconveniente en sumar a esa lista
privilegiada de testigos la figura de Francisco quien con sus gestos, palabras
y hechos están produciendo o intentando un desplazamiento epocal que no habría
que ubicar en el capítulo de "reformas de la Iglesia ", sino de un
auténtico cambio de rumbo.
Lo dicho da idea del poderío de este
libro. Libro viene de libre y este libro hace honor a su etimología. Es, desde
luego, un libro engañoso en su simplicidad porque es un libro profundo,
pensado, vivido. No es un libro de divulgación sino el resultado de una
investigación que ha durado toda una vida. Un libro también necesario para este
tiempo en el que todas las convenciones se están disolviendo (las
eclesiásticas, pero también las políticas y filosóficas) y la gente se pregunta
¿adónde ir?. Dar con alguien "que tiene palabra de vida eterna" (Jn.
6, 60-90)... tiene una enorme importancia. Decía Carl Schmitt que no hay una sola
categoría política que no provenga de la teología. Hasta la política
secularizada es una secularización del cristianismo. Si no podemos pensar la
política occidental -tampoco la laicidad- al margen del cristianismo, bien
podemos pensar que un cambio de estilo de gobierno en el Vaticano, podrá
incidir fuertemente en las formas políticas de gobernar de los políticos.
3.Todo lo que aquí se trata son
palabras mayores. Por eso aprovecho la presencia del autor para hacerle algunas
preguntas cuyas respuestas están implícitas, creo yo, en su discurso, pero
quizá estén un tanto disimuladas.
Está claro lo que quieres decir y
dices cuando hablas de la "reducción de lo ritual o clerical o religioso a
lo laico, secular, ético". O, como diría Marx, una "reducción del
cielo a la tierra". Ese desplazamiento queda perfectamente justificado en
tus análisis de los textos evangélicos.
Mi pregunta es: ¿no tienes demasiada
confianza en el hombre que somos, en el mundo en que vivimos, en sus valores o
morales?. Resuena mucho en tu texto la confianza en la laicidad. Pero ese es un
término muy acotado que significa no sólo el valor del mundo, sino que el mundo
se basta por sí mismo; que la razón autónoma se basta y se sobra para lograr lo
humano, al margen de la religión, entiéndase, del cristianismo. Ahora bien, si
uno observa el mundo que ha generado esa razón ilustrada, la cosa no es para
echar las campanas al vuelo: el siglo XX es el de mayor violencia en la
historia, según H. Arendt; la I Guerra Mundial, según Rosenzweig, "consuma
(realiza) y consume (agota) las posibilidades de la Ilustración "..., por
eso desde la propia filosofía se habla críticamente de la Ilustración , se habla
de la necesidad de una Dialéctica de la Ilustración , que curiosamente pasa por revisar la
relación entre razón y mesianismo (en el caso de Benjamin), entre razón y
potencial semántico de la tradición del Libro (según Habermas).
Si me lo permites, hay una cierta resonancia feuerbachiana en tu escritura
que me llama la atención porque estoy revisando la edición de Marx sobre
escritos de la religión y lo que veo es que lo que puede salvar a Marx del
fracaso del comunismo es una cierta línea profética que tiene mucho que ver con
su tradición judía.
Entiéndaseme bien: yo hablo tan sólo
de "ecos o resonancias feuerbachianas",
pero sólo eso, ecos, porque hay algunos momentos, escasos pero suficientes, en
los que dices lo importante que es para la humanidad del hombre la figura de
Jesús. Dices en un momento: "para
hacer posible la religión de la vida, la religión del absoluto respecto a lo
humano y la bondad con todo ser humano, Jesús vio que él era el primero que
necesitaba la más profunda experiencia de Dios y la fuerza y la espiritualidad
que nos puede aportar la oración" (p. 55).
La respuesta está ahí pero me
pregunto si no tendrías que explicitar más la importancia de la tradición
histórica que bebe de los evangelios para no caer en uno de estos dos peligros:
a) ponerte del lado de un ser humano empobrecido. Hay filósofos, como los
postmodernos alemanes (Sloterdijk) que piensan que habría que depurar la cultura
moral de todo resto judeocristiano por demasiado exigente. Habría que acabar
con los derechos humanos, último destello del cristianismo en nuestra cultura.
El hombre no da para tanto. Poco hemos conseguido con la educación moral así
que ¿por qué no encargar a la genética lo que la ética no ha conseguido? O, b)
ponerte del lado de los cristianos progres que son como la marca blanca de una
humanidad moderna, laica y secular, pero vacía. Cristianos mucho más
preocupados de meterse con Rouco que de plantearse qué elementos críticos puede
el cristianismo aportar no al mundo de Rouco sino al mundo que les jalea.
Lo que echo de menos es un capítulo
en el que desarrolles la idea de que el cristianismo contribuye a entender lo
humano y a salvarlo. Te pongo un ejemplo. En mis andanzas con el temas del
terrorismo, o del posterrorismo, en el País Vasco, me he visto confrontado al
tema de la superación de la violencia. La cultura laica, de la que tu hablas,
sólo tiene un registro: el derecho penal. Todo pasa y todo se reduce al
castigo, al cumplimiento de la pena. Pero el terror ha producido daños que no
se curan con el derecho penal. Son daños que pertenecen al capítulo de la culpa
y que necesitan, para su curación, hablar del perdón, del arrepentimiento, de
la reconciliación..., términos con pedigrí cristiano, pero que admiten una
traducción laica, que pueden ser desarrollados como virtudes cívicas.
4. Acabó por donde empecé: un gran
libro que engaña con su apariencia modesta. Tiene la claridad no de un libro de
divulgación sino de un libro sapiencial. Que alguien como J. Mª. Castillo
escriba un libro así es algo impagable pues nos entrega el resultado de una
vida esforzada en un lenguaje accesible
a todos. Ortega ya decía que la claridad
es la cortesía del pensador. La claridad de José María es cortés pero además
subversiva porque los teólogos han camuflado con frecuencia los intereses
inconfesables o las ignorancias manifiestas en jergas infumables, amparándose
en aquello de que "Dios es un
misterio" y como de Dios nadie sabe una papa, se puede decir cualquier
cosa. José María Castillo ha preferido tomarse en serio al rabí de Nazareth
cuando decía "la verdad (su
verdad, tan claramente expresada) os
hará libres". Ese es un libro que libera.
Reyes
Mate (Presentación del libro de José María Castillo, La laicidad del Evangelio, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2014, en el
Colegio Mayor Chaminade el 27 de noviembre del 2014)