Acaba de celebrarse en París un Desfile de la Moda Ética. Hay que
reconocer que la iniciativa tiene su gracia. Se quería llamar la atención sobre
el trabajo artesanal de mujeres bolivianas que quieren ganarse la vida
ofreciendo calidad y precios justos. Entrar con esos nobles objetivos en un
mercado como el de la moda tiene su punto de provocación. La moda, en efecto,
mueve millones porque es un mundo altamente industrializado, dominado por
potentes multinacionales que se rigen por el principio del beneficio a
cualquier precio, incluyendo en ello un agresivo capítulo de publicidad para
hacernos ver que es de noche aunque luzca el sol a pleno día. En el territorio
de la moda la única ética que se admite es la estética.
Pues bien, la moda ética quiere
competir en ese negocio. Evidentemente lo tiene difícil, sobre todo si triunfa.
Si consigue, en efecto, estar a la altura de otras firmas bien conocidas será porque los modelos inspirados en su rica
tradición van a imponerse, en cuyo caso los tiburones de la gran industria se
apoderarán de sus tradiciones, de sus diseñadores y de sus trapos. Sintomático
en este sentido ha sido la camiseta de Sánchez Gordillo, el alcalde de
Marinaleda que ha sido noticia por llevarse de un supermercado un carrito lleno
de comida sin pasar por caja. Pues bien, una cadena de ropa joven perteneciente
al grupo H&M, ha puesto a la venta una camiseta con esta leyenda:
"Comida para la gente. No a un mundo hambriento". Han tomado al
barbudo alcalde andaluz por un moderno Robin Hood y eso vende en el mundo
sajón. Si tenemos en cuenta que una camisetilla de algodón se vendía a veinte
euros por pieza, nos hacemos una idea del destino comercial de lo que quiso ser
un gesto de denuncia.
No es fácil ganarle a la moda en
ética porque la moda es lo más ajeno a los valores morales y esto no porque
vestir bien sea una indecencia o porque los modistos sean unos pervertidos,
sino por la naturaleza misma de la moda. La moda es un fenómeno tan descomunal
porque está cargado de ideología. En la moda queda retratado eso que llamamos
modernidad. Ser moderno es valorar el progreso, la innovación, lo nuevo. Y nada
expresa mejor la novedad que la moda porque ella es lo que en ese momento se
lleva. Ser progresista no es ser de izquierda sino estar a la última y nadie
como los pijos están en ello. Quien se sienta de su tiempo tiende a vestirse a
la moda porque así expresa exteriormente lo que siente en su interior.
Lo dudoso de esta forma de pensar es
que la moda se agota en sí misma. Se hace vieja en el preciso momento en que se
expresa. La moda no tiene futuro porque no es comienzo de nada sino principio y
fin. El mensaje de la moda es el valor de lo efímero. Nada es digno de ser
conservado porque el valor de las cosas desaparece con su aparición. Por eso la
moda no tiene futuro. Lo que sí tiene, sin embargo y muy a su pesar, es pasado
porque las modas, que nos quieren hacer creer que son portadoras de la
novedad más absoluta, son repeticiones.
En la moda siempre vuelve algún pasado. Cada año oímos decir a los creadores de
moda que "vuelven los ochenta" o "los setenta", pero no nos
lo presentan como un momento digno de ser conservado o respetado, sino como
algo distinto a lo existente y por eso, nuevo, es decir, capaz de convertirse
en moda.
Lo nuevo de la moda ética es que
subraya su pasado, al tiempo que proclama su respeto a las tradiciones. Tiene
memoria. No busca deslumbrar en originalidad sino conquistar una forma de vida
para los que viven de ese negocio -colectivos de mujeres indígenas- en base a
unos precios justos. También la moda ética tiene su ideología: "sin este
tipo de proyectos", decían los organizadores del desfile de París,
"el mundo se rendiría a una lógica comercial sin artesanía, en la que todo
acabaría industrializado, se degradaría el medio ambiente y se perdería el
vínculo humano". O sea, que se presentan en los glamurosos salones
parisinos para denunciar un tipo de producción industrial que sólo busca el beneficio
económico aunque sea al precio de llevarse por delante el medio ambiente y la
humanidad del hombre.
Es una declaración de intenciones
más bien osada. En un momento de crisis económica en el que nadie abre la boca
contra el sistema económico, a pesar de ser una crisis sistémica, sorprende que
la ofensiva venga del mundo de la moda. Defender la artesanía, la
moderación en los beneficios, el respeto al medio ambiente y el derecho a vivir
del propio trabajo, son principios revolucionarios que apuntan al corazón del
sistema que ha producido la crisis actual. Si estamos donde estamos es porque
ha habido empresarios, banqueros o políticos sin escrúpulos que sólo pensaban
en ganar dinero aunque se llevaran por delante al hombre y a la tierra. Ojalá
tenga suerte la moda ética y quede entonces demostrado que se puede vivir bien
y bonito sin pasarse. Alguien ha dicho que de esta crisis saldremos en
bicicleta, es decir, teniendo que vivir todos más modestamente. Ahora sabemos
que esa vida más modesta no tiene por qué renunciar a la belleza de la moda.
Otro mundo es efectivamente posible.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 6 de
octubre 2012)