Muchas víctimas del terrorismo
etarra han rechazado el Plan Integral de Reinserción propuesto por el Gobierno
del Partido Popular. Se sienten traicionadas porque Rajoy dice ahora lo
contrario de lo que antes, contra el Gobierno Zapatero, defendieron juntos. Por
ejemplo, con el acercamiento de los presos. Han sostenido contra viento y marea
que para obtener ese beneficio los presos tenían que pedir perdón, ahora basta
con rechazar la violencia. Por eso amenazan con salir a la calle como lo
hicieron antes pero en lugar de ir con ellos, contra ellos.
Estas Asociaciones de Víctimas han aprendido en sus
propias carnes que en asuntos de violencia, el Estado no admite socios. Es su
responsabilidad y la ejerce solitariamente. Para el Estado, el primer objetivo
es la vida de los vivos y eso con frecuencia significa relegar a un segundo
plano los derechos de los muertos. Aunque víctimas y Partido Popular hayan ido
de la mano en la oposición, ahora descubren que sus intereses no son
necesariamente coincidentes.
Ahora bien, esta dolorosa lección puede
ser útil para las víctimas en vistas a encontrar su lugar en este trance final
del terrorismo etarra. Lo suyo no puede consistir en dictar la política sobre
el terrorismo, sino en vigilar que se cumplan las leyes en todo lo relacionado
con los beneficios penitenciarios (los requisitos para pasar de un grado a otro
o para obtener la libertad provisional). Evitar la impunidad es una tarea
importante pero secundaria.
Hay, empero, otro campo en el que su
papel es determinante, a saber, hacer valer su sufrimiento para propiciar una
forma de convivencia en el País Vasco cualitativamente mejor. Para lograrlo,
más importante que el cumplimiento de
las penas es "el cambio interior", una expresión que se puso en
circulación en Alemania en 1945, cuando se iba a celebrar el Juicio de Nürenberg
que condenó a los grandes criminales nazis. Hubo entonces quienes pensaron que
eso no bastaba. Si Alemania quería superar su pasado criminal había que
dirigirse al pueblo alemán y preguntarle qué hizo mientras sus vecinos, fueran
judíos, homosexuales o gitanos, eran secuestrados y asesinados; había que preguntarse por la responsabilidad
de quienes pensaban como los nazis, aunque rechazaran su violencia; incluso por
la responsabilidad de los que pensaban de manera diferente y no hicieron nada;
por la responsabilidad de los que no pensaban nada, ni hicieron nada, pero
permitieron que los criminales camparan por sus fueros. A eso se lo llamó
"culpa moral", distinta de la "culpa legal", pero más
decisiva que ésta a la hora de pensar en un futuro en paz porque la culpa moral
es la que puede propiciar un "cambio interior" sin el que el cambio
político es pura fachada.
"El cambio interior" tiene
dos dimensiones. Afecta, en primer lugar, a toda esa parte de la sociedad que
consintió por activa o por pasiva la violencia, es decir, afecta a ciudadanos
que aunque no sean delincuentes sí pueden ser moralmente culpables, y, por otro
lado, es imposible que se logre el cambio si el culpable no reconoce su culpa.
Hay que tener en cuenta que la culpa es, por un lado, algo objetivo, la herida
que deja en el criminal su propia acción, pero, por otro, tiene que ser asumida
y reconocida por el culpable.
Esta elaboración de la culpa por el
propio ofensor es compleja y como estamos viendo con algunos presos de
Nanclares de Oca, lleva su tiempo. Como decía el médico de Lady Mcbeth
"esta enfermedad se sale de los límites de mi ciencia...en estos casos el
paciente deber ser su propio médico". Es así, es el autor del mal quien
tiene que tomar conciencia de su culpa y nadie puede sustituirle. Es el que
tiene que llegar a la conclusión de que "la violencia deja heridas que no
cicatrizan nunca", como dice Kepa Pikabea. Pero el papel de la víctima es
decisivo para que la sociedad tome conciencia de su responsabilidad en la
existencia de la violencia y también para que el criminal elabore su
culpabilidad. Ella tiene toda la autoridad moral para sostener que el asesinato
no es un arma política sino un crimen, que el tiro en la nuca no es un acto heroico sino un daño
irreparable, que matar a otro es matar a otro y no defender una idea, que
cuando se mata a alguien también muere uno mismo. La víctima puede y debe
gestionar el territorio de la culpa.
Para que la petición del perdón no
sea un mero requisito burocrático, como es ahora, hay que hablar de culpa moral
y eso no se puede hacer bien sin el concurso de las víctimas.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 5 de mayo
2012)