6/4/15

Cambio interior

            Muchas víctimas del terrorismo etarra han rechazado el Plan Integral de Reinserción propuesto por el Gobierno del Partido Popular. Se sienten traicionadas porque Rajoy dice ahora lo contrario de lo que antes, contra el Gobierno Zapatero, defendieron juntos. Por ejemplo, con el acercamiento de los presos. Han sostenido contra viento y marea que para obtener ese beneficio los presos tenían que pedir perdón, ahora basta con rechazar la violencia. Por eso amenazan con salir a la calle como lo hicieron antes pero en lugar de ir con ellos, contra ellos.

            Estas  Asociaciones de Víctimas han aprendido en sus propias carnes que en asuntos de violencia, el Estado no admite socios. Es su responsabilidad y la ejerce solitariamente. Para el Estado, el primer objetivo es la vida de los vivos y eso con frecuencia significa relegar a un segundo plano los derechos de los muertos. Aunque víctimas y Partido Popular hayan ido de la mano en la oposición, ahora descubren que sus intereses no son necesariamente coincidentes.


            Ahora bien, esta dolorosa lección puede ser útil para las víctimas en vistas a encontrar su lugar en este trance final del terrorismo etarra. Lo suyo no puede consistir en dictar la política sobre el terrorismo, sino en vigilar que se cumplan las leyes en todo lo relacionado con los beneficios penitenciarios (los requisitos para pasar de un grado a otro o para obtener la libertad provisional). Evitar la impunidad es una tarea importante pero secundaria.

            Hay, empero, otro campo en el que su papel es determinante, a saber, hacer valer su sufrimiento para propiciar una forma de convivencia en el País Vasco cualitativamente mejor. Para lograrlo, más importante  que el cumplimiento de las penas es "el cambio interior", una expresión que se puso en circulación en Alemania en 1945, cuando se iba a celebrar el Juicio de Nürenberg que condenó a los grandes criminales nazis. Hubo entonces quienes pensaron que eso no bastaba. Si Alemania quería superar su pasado criminal había que dirigirse al pueblo alemán y preguntarle qué hizo mientras sus vecinos, fueran judíos, homosexuales o gitanos, eran secuestrados y asesinados;  había que preguntarse por la responsabilidad de quienes pensaban como los nazis, aunque rechazaran su violencia; incluso por la responsabilidad de los que pensaban de manera diferente y no hicieron nada; por la responsabilidad de los que no pensaban nada, ni hicieron nada, pero permitieron que los criminales camparan por sus fueros. A eso se lo llamó "culpa moral", distinta de la "culpa legal", pero más decisiva que ésta a la hora de pensar en un futuro en paz porque la culpa moral es la que puede propiciar un "cambio interior" sin el que el cambio político es pura fachada.

            "El cambio interior" tiene dos dimensiones. Afecta, en primer lugar, a toda esa parte de la sociedad que consintió por activa o por pasiva la violencia, es decir, afecta a ciudadanos que aunque no sean delincuentes sí pueden ser moralmente culpables, y, por otro lado, es imposible que se logre el cambio si el culpable no reconoce su culpa. Hay que tener en cuenta que la culpa es, por un lado, algo objetivo, la herida que deja en el criminal su propia acción, pero, por otro, tiene que ser asumida y reconocida por el culpable.

            Esta elaboración de la culpa por el propio ofensor es compleja y como estamos viendo con algunos presos de Nanclares de Oca, lleva su tiempo. Como decía el médico de Lady Mcbeth "esta enfermedad se sale de los límites de mi ciencia...en estos casos el paciente deber ser su propio médico". Es así, es el autor del mal quien tiene que tomar conciencia de su culpa y nadie puede sustituirle. Es el que tiene que llegar a la conclusión de que "la violencia deja heridas que no cicatrizan nunca", como dice Kepa Pikabea. Pero el papel de la víctima es decisivo para que la sociedad tome conciencia de su responsabilidad en la existencia de la violencia y también para que el criminal elabore su culpabilidad. Ella tiene toda la autoridad moral para sostener que el asesinato no es un arma política sino un crimen, que el tiro en la nuca  no es un acto heroico sino un daño irreparable, que matar a otro es matar a otro y no defender una idea, que cuando se mata a alguien también muere uno mismo. La víctima puede y debe gestionar el territorio de la culpa.

            Para que la petición del perdón no sea un mero requisito burocrático, como es ahora, hay que hablar de culpa moral y eso no se puede hacer bien sin el concurso de las víctimas.


Reyes Mate (El Norte de Castilla, 5 de mayo 2012)