"La estrategia del diablo es hacernos creer
que no existe", Charles Baudelaire
Los resultados electorales de
Bildu no por esperados dejan de ser menos sorprendentes. Son los votos de los
que no se sienten interpelados por los sufrimientos causados por la violencia
terrorista en buena parte gracias a su complicidad; son las voces de los que
plantean una "normalización" de la política vasca como si aquí no
hubiera pasado nada. Son los votos y las voces de los que quieren pasar página.
ETA ha perdido la guerra de las
armas pero los suyos están ganando la batalla hermenéutica, ésa que se
desarrolla en el campo de las interpretaciones de los hechos. Llegados a este
punto la tentación de bajar los brazos es grande, pero sería un grave error
porque la historia sólo cambia lentamente. Aquí no vale lo de Armstrong (el astronauta, no el
ciclista): "un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la
humanidad". La historia no acostumbra a dar salto sino pequeños pasos.
Lo que habría que preguntarse es si
quienes se sitúan al lado de las víctimas lo están haciendo bien. Tengo la impresión de que se ha apostado
unilateralmente por la batalla legal y ésta tiene un recorrido muy limitado.
Quienes ahora echan la culpa al Tribunal Constitucional por no haber
ilegalizado a Bildu o quienes se indignan al ver al etarra Bolinaga paseando
por las calles de Mondragón o quienes lamentan los resultados electorales, olvidan que en un Estado de Derecho eso es
posible y que la democracia es así de generosa con sus propios enemigos.
Pero eso no significa que no haya
nada que hacer o decir. Todos estamos implicados en esforzarnos porque la
democracia formal sea cada vez más una democracia moral. La diferencia entre
una y otra consiste en conseguir que Bolinaga no camine por la calle con la
frente alta sino avergonzado; que la gente le salude pero sin darle una
palmadita en las espaldas; que se sienta ex-carcelado por razones humanitarias
pero no héroe.
Para lograrlo tenemos que
convencernos a nosotros mismos que el problema no es sólo el castigo de los
culpables o una aplicación rigorosa de la legalidad vigente, sino la dimensión
moral de sus crímenes y de las opiniones políticas que les han propiciado. Y
eso significa que nosotros mismos demos la importancia que se merece a asuntos
como la culpa, el perdón o la reconciliación. Pondré un ejemplo. No es lo mismo
exigir el perdón como una formalidad legal para acceder al tercer grado que
plantearse el perdón como una exigencia moral para un nuevo comienzo en la vida
política vasca. En el primer caso podemos conseguir, en el mejor de los
casos, dificultar la concesión de
beneficios penitenciarios; en el segundo, estamos exigiendo un cambio interior
más allá del cumplimiento de las penas. El perdón como formalidad burocrática es
poco; como itinerario moral, es más.
Tomarse en serio el perdón
significa, en primer lugar, tener que hablar de culpa moral y no sólo de culpa legal.
Eso sólo es posible si desde fuera de la cárcel se la da el trato de un gran
valor político y no como un asunto religioso, privado y apolítico. Un modo de
expresar ese reconocimiento político a la culpa es estar atento a la evolución
de aquellos presos que sin buscar beneficios penitenciarios se reconocen
culpables, es decir, reconocen el daño que han hecho y lo perverso de la lucha
armada. Que la sociedad les vuelva la espalda o que se vuelva hacia ellos es
clave no sólo para su elaboración de la culpa sino también para nosotros, para un
nuevo modo de convivencia. Estos están en las antípodas de la arrogancia de
Bildu y eso tiene su mérito. Tomarse en serio el perdón significa, en segundo
lugar, que las víctimas se enfrenten a la demanda de ser perdonados. La víctima
es desde luego muy libre de otorgarle o de denegarle, pero no puede ser
indiferente a la solicitud si esta es sincera. Valorar la demanda, aunque se la
deniegue, forma parte de esa atmósfera moral sin la que es impensable un cambio
en la vida política de una sociedad fracturada y dolorida por tantos crímenes.
El gran peligro de la política vasca
es la "normalización", entendida como un tiempo en el que las cosas
se van a plantear como si los sufrimientos causados por la violencia política
fuera cosa de un pasado felizmente superado. Es el momento difícil de la
memoria que tiene que expresarse en un clima creciente de indiferencia. Gesto
por la Paz decidió, tras el adiós a las armas de ETA, desconvocar sus
concentraciones. Es una decisión comprensible pero sería un error pensar que ha
pasado el tiempo de la memoria y ha llegado el de la historia. Bienvenida sea
una buena historia pero a sabiendas de que el tiempo de la memoria no ha pasado
ni puede pasar mientras las injusticias no sean saldadas. Y como hay
injusticias irreparables, la memoria seguirá ahí como una modesta pero
irrenunciable forma de justicia. Modesta porque nunca reparará el daño causado;
pero, irrenunciable porque sin la memoria de la injusticia, el mundo sería pura
barbarie.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 5 de
noviembre 2012)