Hay gestos que resumen una época. La mano de Donald Trump, apuntando amenazadoramente a la cara del Presidente de Ucrania, simboliza un nuevo tiempo político, el del autoritarismo, que no reconoce ciudadanos sino súbditos; no países aliados, sino colonias sometidas.
Aunque el cambio venía incubándose desde antiguo, el gesto de Trump, radiado a plena luz, ha conmocionado a Europa, que de pronto se ha visto obligada a despertar. Durante siglos pensó que Occidente era una prolongación de Europa y ahora descubre que es un territorio enfrentado.
Llegan voces de políticos diciendo “algo hay que hacer”, pero sin saber qué pues no basta decir que Trump no nos representa. Cometeríamos un error imperdonable si pensáramos que ese dirigente, prepotente y primario, defiende estilos, valores o intereses ajenos a los de la cultura del Viejo Continente. Todo da a entender, por el contrario, que Trump nos ha entendido, sólo que es más consecuente.